Los Secretos de la Familia Barrie #1

34. GUIDO

 

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO – GUIDO

"Lizzy C."

 

Cansado. Llegué a casa en la tarde, me encontraba caminando en la sala, cuando vi a mi esposa, la tal bloguera Lizzy C., ella mi esposa Elizabeth Castañeda.

—Hola amorcito —dijo la chica de cabello negro y la cual estaba embobado de joven

—Hola Elizabeth, ¿alguna novedad por aquí?

—Lee mi blog y sabrás todo.

—Sabes que gasto mi tiempo en leer algo tonto, mejor dime que paso

—No te lo contaré, tienes que leer

—Entonces no me digas nada, joder. Me da igual lo que escribas, mujer. Me largo —agarré mi sacón y tiré detrás de mí, la puerta.

—Amorcito...

Caminé hacia la calle y vi a gente que hablaba bajito, me daba igual lo que hablaban, pero en estoy momento esta furioso y cansado... —¿Qué hablan? ¿eh? ¡Dejen la vida de los demás y ocupasen en su hogar!

—Renata Barrie se va a divorciar de su esposo

Mi momento de conquistar a esa reina, pensé

—¿Cómo? —me hice el interesado en el tema

—Que Renata le pidió el divorcio a William, ¿no lo vistes en el blog de tu esposa, Guido?

—No me gusta leer tonterías, gracias por decirlo

Me apresuré hasta llegar a su hogar, a la bella casa de color crema elegante, toqué la puerta y esperé hasta que responda.

—Hola Guido —dijo Alonzo, que acaba de llegar a mi lado

—Hola, ¿Qué haces aquí?

—Vengo a visitar a Renata ¿por?

—¿Y tú quien eres para ver a mi amada?

—Su vecino fiel, déjame tocar el timbre

—¡Que no! ¡Estás loco!

—Dejadme, joder. Madre mía

—¿Pueden dejar de pelear como niños? —dijo Renata, que acaba de abrir la puerta con el ceño fruncido

—Lo siento mi vida

—Quería visitarte, quería saber donde estabas después... —Alonzo me observó y se acercó más a mi belleza, —¿Podemos hablar en un lugar más privado? —dijo

—No puedo —respondió mi amada

—Ahora sí, permíteme decirle que estoy muy orgulloso que se divorcie. En estos días haré lo posible para divorciarme y así casarnos como unos locos dementes

—No me casaré contigo Guido, no te imagines con cosas que no va a pasar —de nuevo, mi amada haciéndose la difícil

—Joder, pero si soy un buen hombre. ¡Mejor que William!

¿Por qué nunca me aceptaba? Ella sería mía para siempre, aunque se niegue, estamos destinados.

 

 

 

 




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