No todas las casas están hechas solo de piedra y madera.
Algunas respiran. Algunas recuerdan. Y otras… esperan.
La mansión Montesinos llevaba más de un siglo en pie, aferrada a la colina como una bestia dormida. Sus ventanas, ennegrecidas por el tiempo, parecían ojos que vigilaban al pueblo día y noche. Nadie se atrevía a cruz sus puertas… porque quienes lo hicieron, nunca volvieron a ser los mismos.
Cuando Elena llegó por primera vez, la sensación de inquietud la envolvió como un susurro imposible de ignorar. Había algo en los pasillos silenciosos, en los retratos antiguos y en la manera en que el viento golpeaba las ventanas, que parecía pedirle que descubriera lo que otros habían temido. Y entonces apareció Adrián: un joven con mirada profunda, rodeado de misterios propios, que parecía conocer secretos que aún no estaban escritos.
En la Mansión Montesinos, cada sombra tenía historia, cada puerta cerrada ocultaba un secreto, y cada mirada compartida podía cambiarlo todo. Elena y Adrian estaban a punto de descubrir que el peligro y la pasión a veces caminan de la mano… y que algunos secretos, por más oscuros que sean, solo pueden revelarse cuando el corazón está dispuesto a enfrentarlos.
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Editado: 04.09.2025