La torre del reloj había permanecido en silencio durante años, sus agujas detenidas en un momento perdido en el tiempo. Para la mayoría de los estudiantes, era solo una reliquia más de la vieja escuela; un lugar olvidado, cubierto de telarañas y rumores. Pero para quienes conocieron la historia, la torre era un símbolo de lo inexplicable, el último vestigio del Club del Lirio.
En una noche oscura, iluminada únicamente por el resplandor de la luna, una figura se deslizó por los pasillos desiertos. Su respiración era entrecortada, sus manos temblaban mientras sostenía un sobre sellado con cera roja. Cada paso resonaba como un eco en el vacío, pero no se detuvo. Sabía que el tiempo se le acababa.
Subió las escaleras que llevaban a la cima de la torre, con el corazón latiendo con fuerza. Al llegar, sacó una pequeña llave plateada y abrió un compartimento oculto en la pared. Dentro colocó un libro viejo, de páginas amarillentas y cubiertas de símbolos extraños. Cerró el compartimento y dejó el sobre encima, asegurándose de que alguien lo encontrará.
Antes de marcharse, susurró al vacío:
—No falles, Emma.
Y entonces desapareció en la noche, dejando atrás un legado que cambiaría el curso de todo.
Nadie supo lo que ocurrió después. Pero los secretos, al igual que los enigmas, siempre encuentran la forma de salir a la luz.