Quemando el pasado.
Hay una camioneta negra afuera.
Corro de aquí a allá antes que mamá llegue del trabajo y me vea empacando mis cosas. Guardo fotografías en el bolsillo de la chaqueta, prendas de oros y diamantes que ya no quiero ver en el otro. No sé por qué tardé tanto en hacer esto. Abro el armario introduciendo en el bolso chaquetas, suéter, vestidos, camisas y hasta lencería.
Meto el teléfono en mi bolsillo trasero luego de ver la hora. Me pongo el gorro de lana y bajo las escaleras montándome en la motocicleta que me espera.
—Tardaste —le digo a Jess, mientras se saca el casco dejando caer una cascada de cabello rojizo recién teñido.
—Lo mejor se hace esperar. ¿Trajiste las fotos de ese asqueroso Muggle? —Emití un sonido dando a entender que no las había olvidado—. Antes de irnos...
—No te daré la clave de mi wifi —me anticipo a la petición de siempre.
—Mezquina.
Son las cuatro de la mañana aproximadamente cuando llegamos a la cima de la colina.
Jess, Luke y yo, habíamos quedado de acuerdo en encontrarnos en el mirador de la ciudad para recrear un ritual gitano—o satánico—que Jess se encontró en internet.
Un ritual de fuego que consistía en la superación. Una liberación del ayer que nos hace quemar los recuerdos rompiendo las cadenas que nos atan a un pasado tóxico o una ridiculez parecida.
Tampoco es como si se hubiese informado lo suficiente, es decir, que si de allí salía un demonio empujaría fuertemente a Jess ofreciéndola como sacrificio por la grandísima idea y luego saldría corriendo.
Luke ya estaba sentados esperándonos frente a la intensidad fogata, supongo que solo faltábamos nosotras, así que, sin más, lanzo el bolso directo al fuego con todo aquello que me compró mi ex, Adrián Greed.
Una última cosa falta y es el collar en forma de corazón que me arranco del cuello y lo tiro.
—Oficialmente dejamos de ser el Equipo de los Corazones Engañados. Los ECES —anima Luke.
—¡Tú eres una heces! —rebate Jess y él la mira raro.
— ¿Qué no éramos Los Engañados por Sanguijuelas? —los miro a ambos.
Luke se encogió de hombros yendo a la parte detrás de su auto.
—Empezamos siendo Los Cuernudos, el nombre ha ido cambiado dependiendo de cómo le terminan a Jess.
Los pasos del ritual eran simples: recolectar hasta lo último que tienes de esa persona y tirarla en una hoguera. Pero decidimos dejar para el final las fotografías que carbonizaríamos de una forma distinta, a petición mía.
Saco las fotos de Adrián de mi chaqueta. Vuelvo a verlas esta vez con asco.
Que ingenuamente feliz era.
Aun no comprendo por qué ese malnacido había jugado conmigo. Conmigo, con Debrah y con quien sabe cuántas más. Perro, zorro, víbora y demonio, basura de ser humano al fin.
Tan joven y tan echado a perder.
Le entrego las fotografías de mi ex a Luke sin ningún remordimiento, queriendo olvidar que tuve algo que ver con él, que perdí mi inocencia y le entregué mi corazón. El pelinegro las toma y se les queda viendo con una sonrisa burlona, algo en sus ojos grises brilla.
Cinismo.
— ¿Qué fue lo que le vistes? O sea, guapo si está, pero de que era un pesado era un pesado.
— ¿Qué no lo espiabas en los vestidores?
—Ser un cretino no le quita que este bueno. ¡Que arda en el infierno!
Se arrodilla frente a los cohetes envueltos con fotos de los ex de cada uno. Tengo que hacer énfasis en que se tuvieron que usar seis para Jess.
Enciende la mecha y corre hacia nosotras esperando el disparo.
Los fuegos artificiales se elevan en un parpadeo. Miramos los restos de las fotografías cuando hicieron explosión esparciendo las cenizas por doquier.
Echo un vistazo a mi pelirroja amiga que mantiene la mirada fija en su teléfono, seguramente hablando con su novio, Manuel Galindo, el cual no me cae bien y nunca me caerá bien, es demasiado falso, algo en él no encaja.
Él tiene la misma descripción que todos: carismático, cara bonita, sonrisa inocente y mentiroso por naturaleza.
Vuelvo a mirar al cielo y la última luz de color se desvanece; pequeños rayos de sol empiezan a asomarse.
— ¿Qué hora es? —pregunta Luke.
Jess enciende el teléfono, achinando los ojos.
Para luego abrirlos como platos.
— ¡Las seis! —se alarma al igual que nosotros.
¡Mierda! Mamá llegaría pronto de su turno como enfermera, y si nuestros padres descubren que no estamos en nuestras habitaciones nos mataran.
—¡Vamos Nova! —demanda Luke corriendo a su coche.
No discuto la orden y corro al asiento de copiloto.
Sus labios se vuelven una línea recta, se peina y despeina el cabello negro pasándose la mano sucesivamente por la cara; los ojos plomos se clavan en la carretera. Sus nudillos se ponen blancos apretando con fuerza el volante, marcando las venas en sus brazos.
Los rayos del sol empiezan a asomarse con mayor intensidad y la velocidad aumenta cuando Luke nota que me abarca la ansiedad por llegar antes que mamá.
Con todo y que me había puesto el cinturón de seguridad casi pego la frente contra el vidrio cuando estaciona abruptamente en el porche de mi casa.
Ya empezando la semana Luke se las arregló para meternos en problemas.
Primero fue porque Jess y yo llegamos tarde en vista de que nunca pone despertador —okey, eso no fue culpa de Luke—. Luego porque cuando la profesora Dolores nos recibió con su enigmático olor a tequila Luke se quiso pasar de listo, pero en su estúpida intención mojó a la profesora lo que, por salvar su pellejo, le pasó el termo a Jess mojándome a mí también.
Y para rematar, como si eso no fuese poco, botó mi pudín de vainilla en la ropa de Jess lo que dio pie a una estúpida guerra de comida haciéndonos los responsables.
Editado: 27.04.2024