He dejado atrás el rugido del sol,
y ahora camino donde la tierra exhala vida.
El aire aquí pesa distinto.
No es calor, sino humedad,
una caricia que se adhiere a la piel como si el bosque mismo
quisiera recordar mi nombre.
Dicen que Holaguare no fue creado,
sino que despertó.
Que sus raíces son más antiguas que las estrellas,
y que sus árboles beben tanto de la lluvia como de los sueños de los hombres.
Aquí, la niebla no cubre:
esconde.
Cada rama tiene un oído,
cada sombra un susurro,
y cada camino una historia que se niega a ser contada.
He visto hojas que gotean sangre de luna,
ríos que murmuran nombres en lenguas olvidadas,
y aldeanos que encienden velas al amanecer
para no perderse entre sus propios recuerdos.
En Holaguare, la vida no termina con la muerte,
solo cambia de forma.
Y quienes cruzan sus fronteras sin respeto
descubren que no todos los árboles dan sombra…
algunos observan.
El viento del desierto me trajo hasta aquí,
y el bosque me ha recibido sin palabras.
Quizá porque sabe que soy trovador,
y que llevo en mi laúd los ecos de los muertos.
Pero incluso el canto más viejo teme ser escuchado
donde los bosques aún recuerdan.
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Editado: 24.11.2025