Los Secretos Del Desierto: * Ecos De Los Cuatro Vientos *

HOLAGUARE: 4. El Zorro y el Príncipe

En los años en que Holaguare aún tenía reyes,
y los tronos se alzaban entre raíces en lugar de piedra,
vivía un joven príncipe llamado Alenvar,
heredero del Bosque del Este.

Era hermoso y sabio,
pero también vanidoso,
pues creía que el bosque le debía su fidelidad
por derecho de nacimiento.

Si soy su señor,” decía,
debo entender sus secretos.”

Así comenzó su obsesión:
conocer el lenguaje de los animales,
mandar sobre la lluvia,
y hacer que los árboles se inclinaran cuando él pasara.

Los sabios le advirtieron:

  • El bosque no sirve a nadie, Alteza.
    Quien le exige obediencia, se pierde en sus senderos.

Pero el príncipe rió.

  • Si los hombres gobiernan sobre los hombres,
    ¿por qué no un rey sobre la naturaleza?

Entonces mandó construir un jardín privado,
rodeado de muros altos y espejos de agua,
donde pretendía reunir todo lo que el bosque escondía.

Allí llevó plantas raras, aves de canto imposible,
y a las criaturas más esquivas que pudo atrapar.

Entre ellas, un zorro joven,
de pelaje color cobre y mirada astuta.

Lo encerró en una jaula de plata,
y lo llamó Consejero.

  • Enséñame tus caminos, — le ordenó —
    Muéstrame cómo piensa el bosque.

El zorro lo observó,
ladeando la cabeza con una calma demasiado humana.

  • ¿Quieres saber cómo piensa el bosque, mi señor?
  • Sí.
  • Entonces libérame.

El príncipe rió otra vez,
pensando que la astucia del animal era parte del juego.

  • Hablarás desde esa jaula,
    y si lo que dices agrada a mis oídos, te daré libertad.

El zorro bajó la cabeza,
y sus ojos brillaron como espejos bajo la luna.

  • Entonces hablaré, dijo,
    pero cuidado con lo que aprendas.

Durante siete noches, el zorro habló,
y el príncipe escuchó.

En la primera, el zorro dijo:

  • El bosque no sigue reyes,
    sigue la raíz más profunda.
  • ¿Y quién tiene la raíz más profunda? — Preguntó Alenvar.
  • El que no teme ser enterrado.

El príncipe frunció el ceño,
incapaz de decidir si aquello era sabiduría o burla.

En la segunda noche, el zorro dijo:

  • Los hombres cortan árboles para ver el sol.
    Los árboles dejan que los hombres crean que el sol los obedece.
  • ¿Y eso qué enseña?
  • Que quien necesita probar su poder ya ha perdido el suyo.

En la tercera noche, el zorro calló.

El príncipe, impaciente, golpeó la jaula.

  • Habla, animal.
  • Ya lo hice, — respondió el zorro —
    pero no todos los oídos saben oír sin ruido.

En la cuarta noche, el príncipe ofreció carne y vino,
queriendo tentar su lengua.

El zorro sonrió, mostrando los colmillos:

  • No necesito tus banquetes, Alteza.
    Los zorros comemos paciencia.

En la quinta noche, el zorro preguntó:

  • ¿Qué harías si el bosque se negara a inclinarse ante ti?
  • Le enseñaría obediencia, respondió el príncipe.
  • Entonces serías tú quien se inclinaría.

En la sexta noche, el zorro guardó silencio otra vez.

El príncipe, cansado, ordenó que no se le diera agua ni alimento,
creyendo que el hambre lo obligaría a hablar.

Pero al amanecer, el zorro seguía vivo,
y en su jaula crecían pequeñas flores blancas
que nadie había sembrado.

En la séptima noche, el zorro habló de nuevo:

  • He aprendido tus leyes, Alteza.
  • ¿Y qué has aprendido?
  • Que los hombres gobiernan el bosque con miedo,
    y el bosque gobierna a los hombres con tiempo.

El príncipe se enfadó.

  • Tus palabras son enigmas. No me sirven.

El zorro inclinó la cabeza.

  • Entonces suéltame, y te mostraré una verdad sin palabras.

Y el príncipe, movido por orgullo,
abrió la puerta de plata.

Cuando el zorro desapareció entre la niebla,
el príncipe creyó haber ganado.

  • Ahora conozco los secretos del bosque, — proclamó ante su corte —
    y gobernaré como él: en silencio, en sombra y con paciencia.

Los consejeros aplaudieron,
pero los sabios guardaron silencio,
pues sabían que quien copia al bosque
sin entender su ritmo,
termina siendo devorado por él.

Alenvar impuso nuevas leyes:
los árboles del reino debían ser plantados en hileras perfectas,
los animales marcados,
la lluvia canalizada,
y el viento; si pudiera, domado.

  • Así como el bosque ordena sus raíces, — decía —
    así ordenaré a los hombres.

Al principio, el reino prosperó.

Los caminos eran limpios,
los campos fértiles,
y el pueblo obedecía.

Pero el silencio comenzó a pesar.

Los pájaros dejaron de cantar.

Las hojas no caían; se marchitaban en su rama,
incapaces de soltar su destino.

Nadie reía.
Nadie lloraba.

Y una noche, cuando el príncipe salió a pasear por su jardín ordenado,
oyó un sonido que le heló el corazón:

el susurro del zorro.

  • ¿Aprendiste, Alteza?
  • Sí, — dijo Alenvar, con orgullo —
    he hecho de mi reino un bosque perfecto.
  • Entonces escucha lo que has creado.

El viento sopló,
y de los árboles perfectamente alineados brotó un lamento,
un gemido que parecía venir de las raíces mismas.

  • ¿Qué es ese sonido? — Preguntó el príncipe.
  • Es tu orden, Alenvar, — Respondió el zorro invisible —
    tan perfecto que ni siquiera la vida puede respirar en él.




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