Dicen que hubo una reina sin llama,
nacida del mármol y del frío,
que dormía entre copos inmóviles
soñando un jardín sin rocío.
Su nombre era Isabelle Arvenhart de Holaguare,
y su corazón, cristal sin grieta,
espejo puro, alma perfecta…
tan clara como la muerte discreta.
Le enseñaron que el amor se quiebra,
que sentir era perder el trono,
que el deber era su único fuego
y el reino, su único perdón.
Así creció:
sabia, bella, distante,
su voz un filo, su mirada un pacto.
Los hombres callaban ante su juicio,
y el hielo obedecía su mandato.
Pero una noche; la más larga del año,
un trovador llegó con su canto.
No traía espada ni blasón,
solo historias del mundo y del llanto.
Le habló del fuego de Namhara,
del mar insondable de Portial,
del blanco eterno de Solantre,
y del verde raíz de Holaguare ancestral.
Isabelle escuchó,
noche tras noche,
y su corazón; acostumbrado al orden,
sintió la marea del desborde.
El hielo empezó a llorar dentro del mármol,
las flores abrieron sus ojos dormidos,
los ciervos bajaron de las montañas,
y el viento trajo olor a nido.
Dicen que sonrió.
Solo una vez.
Y el reino creyó que el invierno había muerto.
Pero el calor, cuando llega tarde,
no acaricia: hiere lento.
El trovador partió con el alba,
su sombra fue su despedida,
y tras él quedó la melodía
que aún sangra entre las aristas del frío.
Isabelle quedó sola,
con su amor y su derrota.
Comprendió que había abierto el corazón
cuando ya no había nadie que lo mirara.
Desde entonces, prohibió la primavera.
Los jardines se durmieron sin perfume,
los espejos fueron cubiertos con telas,
y el hielo volvió a ser su único amante.
Dicen que su alma no murió,
solo se volvió transparente.
Que, en las noches del norte,
cuando el viento corta los árboles dormidos,
se escucha su voz entre los muros,
cantando la melodía que él dejó inacabada:
“No hay trono que abrace, ni ley que consuele,
cuando el alma aprende a sentir demasiado tarde.”
Así termina mi canto, viajeros del fuego y la nieve:
Que quien reine sobre el mundo,
no olvide calentar primero su pecho.
Porque hasta el hielo más puro
guarda deseo de derretirse
si una canción lo llama por su nombre.
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Editado: 15.12.2025