Los Secretos Del Desierto: * Ecos De Los Cuatro Vientos *

SOLANTRE: 3. La Canción del Hielo Roto

Dicen los viajeros que entre las montañas del norte hay un lago que no se congela.

Su agua duerme, sí,
pero nunca cede del todo al invierno.

Lo llaman El Espejo del Corazón,
porque refleja lo que el alma oculta,
y lo que el alma calla…
lo quiebra.

Allí comienza esta historia.

Había una joven llamada Ineira,
hija de un escultor que trabajaba con hielo,
creando figuras tan hermosas que parecían respirar.

Creció entre sombras transparentes,
entre rostros fríos y miradas inmóviles,
aprendiendo que la perfección siempre era silenciosa.

Hasta que un día,
llegó al taller un forastero del sur: Taren,
un poeta sin fuego ni abrigo,
que decía buscar palabras para describir el invierno.

Ineira lo miró,
y por primera vez sintió calor en los dedos.

Él le habló de mares que rugen,
de desiertos que respiran,
de lluvias que perfuman la tierra.

Ella lo escuchó,
y el hielo dentro de su pecho comenzó a agrietarse.

Pero en Solantre,
las grietas son pecado.

El padre de Ineira la encerró en su taller,
temiendo que el calor del forastero derritiera su arte y su linaje.

Sin embargo, el amor siempre encuentra grietas por donde entrar.

Cada noche, Taren iba al lago,
tocaba su flauta,
y el viento llevaba la melodía hasta las murallas del taller.

Ineira respondía golpeando el hielo desde dentro,
creando un ritmo débil,
pero constante.

Así nació la Canción del Hielo Roto:
dos almas que no podían tocarse,
pero que aprendieron a escucharse a través del invierno.

Dicen que, al amanecer, el lago comenzaba a vibrar,
y sobre su superficie aparecían fracturas perfectas,
como las venas de un corazón congelado intentando volver a latir.

Ineira no soportó el silencio.

Cada nota que el viento traía del lago
abría un poco más la grieta en su alma.

Su padre le decía:

  • El amor es calor, y el calor destruye.

Pero ella pensaba:

  • Entonces que me destruya.

Una noche sin aurora,
tomó el cincel con el que había aprendido a esculpir,
y golpeó el muro de hielo que la retenía.

Cada golpe sonó como un suspiro contenido del invierno.

Cuando por fin escapó,
el aire la recibió como un abrazo que duele.

El viento la empujó hacia el lago,
donde Taren ya la esperaba,
temblando de esperanza,
de miedo,
y de amor.

  • El hielo no nos separará más. — dijo él, tendiéndole la mano.
  • Ni el invierno nos recordará… — respondió ella.

Se acercaron al borde del agua,
y el lago, que nunca se había congelado del todo,
comenzó a latir.

El hielo tembló,
la superficie se agrietó con un canto profundo,
y los dos se miraron sabiendo
que el mundo no soportaría tanto calor en un solo instante.

Ineira dio un paso.

El lago se abrió.

Y antes de que Taren pudiera alcanzarla,
la aurora descendió en un estallido de luz blanca.

El hielo se quebró por completo,
tragándolos a ambos.

Cuando el pueblo llegó al amanecer,
halló el lago en calma,
más frío que nunca,
pero con un leve resplandor en su centro.

Los ancianos decían que era imposible,
pero los niños juraban oír música bajo el agua.

Una melodía suave, entre amor y despedida,
hecha de notas que suenan como cristales rotos.

Desde aquella noche, el lago ya no es solo agua y silencio.

Los hombres lo llaman ahora El Santuario del Hielo Roto,
y ningún habitante de Solantre osa lanzar una piedra en sus aguas,
porque cada eco que resuena en su superficie
podría ser un recuerdo de Ineira y Taren.

Dicen que cuando dos almas se juran amor bajo la aurora,
y el frío las separa,
si caminan juntas hasta el borde del lago y guardan silencio,
escucharán una melodía tenue,
un canto de flauta y cristal.

Es la canción de los que amaron sin tiempo,
de los que se encontraron demasiado tarde,
y aun así, no renunciaron a sentirse.

Las madres enseñan a sus hijos que el hielo del lago no se debe tocar,
no porque sea peligroso…
sino porque está vivo.

A veces, al caer la noche,
el agua refleja dos sombras que caminan tomadas de la mano,
una con el cabello como la escarcha,
la otra con ojos que aún guardan el reflejo del fuego del sur.

Y el viento, testigo del mundo, susurra su historia a quien se atreva a escucharla:

“Nada que nace del amor muere del todo.”

Solo cambia de forma… y sigue cantando.”

Así termina la Canción del Hielo Roto,
no con muerte, ni castigo,
sino con la eternidad del eco.

Porque en Solantre, incluso el amor imposible
encuentra un lugar donde dormir sin desaparecer.




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