Personajes: La familia Todoroki y Dabi.
Shipp: Ninguno.
Advertencias: Drama.
Cantidad de palabras: 1030 (sin la ficha).
Personaje otorgado: Dabi (en este caso, suponiendo que es Todoroki Touya).
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Regalo. Una palabra conformada por seis letras que se supone, define el objeto material, o inmaterial, que una persona le entrega a otra con fines no especificados. Estos pueden variar de ser buenas o malas, aburridas o cualquier otra. Si nos permitimos desarmar la palabra “regalo” en un acróstico, el resultado es este:
R-. Ridículo.
E-. Estúpido.
G-. Gastado.
A-. Aburrido.
L-. Lodearriba.
O-. Obsceno.
La palabra regalo cuenta con sinónimos como obsequio, agasajo, sorpresa, ofrenda, y el más ridículo de todos: presente. Este último es justificadamente absurdo, por ser que se pretende hacer creer que el “ahora” es un regalo, como si un regalo fuera algo bueno. Pero algo que es incluso más ridículo que este sinónimo (y de la palabra en sí), es la interpretación que la gente le ha dado.
El ritual de “entregar un regalo” se tiene que llevar a cabo en cada día festivo que lo demande. Estos pueden ser establecidos legalmente. Como lo son el caso, del día que celebra a las mujeres que tuvieron la desgracia de engendrar un hijo, el día que celebra a los pobres inocentes que aún no saben lo horrible que es la vida (del cual, eres despojado al crecer), el día en el que la existencia de cada persona inició, el día dónde se dice más mentiras en todo el año, y el segundo día dónde se dice más mentiras en el año.
Conocidos coloquialmente, como el día de las madres, el día del niño, los cumpleaños, el día de San Valentín, y el favorito de todos: Navidad. Este último, es el peor de todos, pues las personas no sólo se empeñan en mentirse mutuamente, sino que tienen el descaro de involucrar a los niños en sus mentiras, con promesas de que obviamente no se van a cumplir, y con mitos absurdos como lo es el gordinflón del trineo, y encima entregan regalos a los demás, como si fuera la cereza del pastel.
Por si no fuera poco, la familia con la que tuve la desdicha de pertenecer alguna vez, se empeñaba en hacer que ese día fuera incluso peor de lo que ya era. Los regalos eran peor aún que cualquier cosa que se lograra encontrar en cualquier tienda, puesto que eran inmateriales. Los infelices querían asegurarse de que esa desdicha perdurara por el año completo, se tatuara en la mente de todas las cabezas que vivían bajo el mismo techo, y se molestara en sanar sus miserables heridas, las cuales, inminentemente volverían a abrirse por ellos mismos.
¿Pero qué clase de regalo podía ser tan horrible? La respuesta a esa pregunta es más simple de lo que uno cree: yo. Yo era ese maldito regalo, esa herramienta que ayudaría a mi padre a vivir su estúpido sueño frustrado. Era el cajón de secretos de mi madre, quién se desahogaba en mí y se mostraba tan débil como era en verdad. Era el escudo que protegería a mis hermanos del puño de mi padre.
Yo era como una navaja Suiza, que era usada por todos esos farsantes que se hacían llamar familia. Era el cuarto de refacciones, al que podían acudir siempre que estuvieran rotos. Era ese alguien a quien podían arrebatarle las pocas fuerzas que poseía, y en su lugar, lo dejaban sin nada, herido, manchado de la sangre ajena.
Poco a poco, el cuarto de refacciones se fue vaciando lentamente, dejando en su lugar, la tristeza de Todoroki Rei, el miedo de Todoroki Fuyumi, la impotencia de Todoroki Natsuo, y el incomensurable odio de Todoroki Enji. Hasta que finalmente, todo lo que alguna vez fue de Todoroki Touya despareció, y fue reemplazado por el coraje de Dabi.
Y a todo esto, ¿cuándo fue que llegó un regalo para mí? La verdad, es que nunca llegó uno que fuese capaz de reparar todo lo que estaba mal conmigo. Las cicatrices de una historia, no se borran con regalos materiales, ni con mentiras, ni promesas falsas de que todo va a mejorar un día.
Las cicatrices de una historia no se borran con nada, pero pueden ser capaces de olvidarse si se consigue un regalo valioso, que jamás podrá ser comprado por dinero, hurtado por el vecino, ni pisoteado por la sociedad: un regalo inmaterial. Un regalo que venga incluído con recuerdos fuertes, poderosos, reanimadores y motivadores. Pero ese regalo, jamás logró llegar hasta a mí. No lo hizo hasta que por fin, una fría noche de veinticinco de diciembre, me decidí a darme a mí mismo el regalo que tanto había esperado.
El rojo vivo y ardiente de mis albores se distorsionó hasta convertirse en el azul que terminó por romperme, ya no era un regalo que pudiesen usar, y finalmente escapé hacia un lugar incierto y peligroso. Pero no me preocupaba lo que pudiere pasarme, simplemente me importaba alejarme de ese lugar.
Y volé, con mis alas sangrando y mis plumas desprendiéndose.
Y caí, y fue un descenso grande y veloz.
Y morí. Finalmente me levanté, y al voltear hacia atrás, me encontré con el cadáver de mi viejo yo.
Y viví, luego de ser destrozado por completo comencé a vivir.
Las palabras se deterioran y las memorias de alejan junto el tiempo. Las estaciones fluctúan y yo me muevo con ellas, hasta que al fin, tengo la oportunidad de presenciar los copos de nieve descender desde el cielo, sentir el frío en mis mejillas, y vivir un nuevo veinticinco de diciembre como una nueva persona, escondido entre los rincones de la sociedad, viendo cómo es que el sol brilla, pero no me brilla a mí. Y por primera vez, la oscuridad no me lastima. La oscuridad me acoge, la oscuridad me limpia el ardor de la piel, y enjuaga las marcas de las cadenas que alguna vez arrastré.
No necesito una cama cómoda, cuando soy arropado por las estrellas.
No necesito de leyes, cuando puedo ejercer mi propia justicia.
No necesito un apellido, cuando puedo ser quien realmente soy.
No necesito una familia, cuando tengo libertad y me tengo a mí mismo.
No necesito que alguien me de un regalo, cuando el mejor regalo me lo he dado yo.