Prólogo | La última carrera
Solo estaba a unos pasos de conseguir cruzar la meta, un objetivo que significaba mucho más que una simple victoria. Mamá solía recordármelo: sería la oportunidad de conseguir una beca universitaria. Daba igual que yo le insistiera en que aún faltaban tres años para eso.
El sudor se extendía por mi frente, y percibí como se deslizaba por mi piel mientras avanzaba en cada zancada. Mis piernas, aunque entrenadas, parecían pesar toneladas, como si llevaran un mundo de expectativas atado a los tobillos.
La pista de atletismo del instituto se extendía frente a mí, sus carriles bien trazados y el tartán bajo las zapatillas me proporcionaban una sensación de familiaridad y determinación. El ritmo constante de mi respiración resonaba en mis oídos, un recordatorio constante de la intensidad del esfuerzo. El corazón me latía con fuerza en el pecho, como un tambor que marcaba el ritmo de mi carrera. Cada inhalación era un esfuerzo, y podía sentir el aire llenando mis pulmones, mientras exhalaba con fuerza para mantener el ritmo.
Mis rivales eran dignas competidoras, podía sentir la mirada desafiante de Emma, una de las corredoras más rápidas del equipo contrario. Nuestros respiraderos agitados competían por dominar el aire a medida que avanzábamos en un último esfuerzo por la victoria.
A medida que nos acercábamos a la línea de meta, la multitud rugía con entusiasmo, animando a los corredores. La tensión en el aire era palpable, y sabía que cada segundo contaba. Mi corazón latía con fuerza, el eco de la respiración entrecortada de mis competidores retumbaba en mis oídos.
El momento decisivo llegó cuando, con un esfuerzo final, desaté todo mi potencial. Mis piernas ardían, pero ignoré el dolor. Aceleré, adelantando a Emma y a los demás corredores en el último suspiro. Cada zancada era como un latigazo de determinación, y podía sentir la energía de la multitud impulsándome hacia adelante. La línea de meta estaba a solo unos metros, y mi visión se redujo a un punto focal: llegar primero.
Mi visión se redujo a un estrecho punto focal en la línea de meta, y mis ojos se entrecerraron con concentración. Cada músculo de mi cuerpo estaba en tensión, y podía sentir la energía acumulada en mis piernas listas para un último esfuerzo. La fatiga se apodera de mí, pero no podía permitirme detenerme.
Cuando crucé la meta, las piernas me habrían cedido si no hubiese sido porque hacia mí corrieron todas mis compañeras de equipo para celebrarlo. No me podía creer que hubiese llegado a la meta. Las chicas me envolvieron en un abrazo conjunto y sus sonrisas radiantes y sus aplausos me llenaron de gratitud. No lo había hecho sola; ese triunfo era un logro de todo el equipo.
—¡Lo sabía! —exclamó Katie con tono de «te lo dije» antes de volver a estrecharme entre sus brazos con más fuerza, y una sonrisa sincera se extendió por mi rostro mientras me percataba de que, en realidad, ella había creído en mí desde el principio.
Pensaba que aquel día iba a ser el mejor día de mi vida.
El entrenador Burton se acercó a mí cuando la competición había terminado. Me dio la enhorabuena como al resto del equipo, solo que a mí me acarició la mejilla.
—Le has dado muy buena impresión a Collins —anunció sujetándome por los hombros, refiriéndose al ojeador de la UCLA. —. ¡Has triunfado, preciosa!
La emoción seguía corriendo por mis venas. Había hecho lo que mamá me había dicho que hiciera: dar lo mejor de mí misma en la pista. Me moría de ganas de llegar a casa y dar la noticia. No pude ocultar la sonrisa que se me formó en el rostro.
—Pásate luego por mi despacho y hablamos de cómo conseguir que sea un hecho y no una simple anécdota —dijo con una sonrisa, y yo en respuesta asentí emocionada.
Fui una estúpida, porque accedí a que me destruyera.
Accedí a que me zarandeara con fuerza hasta empujarme al borde del precipicio.
Y acepté a que me dejara rota y a oscuras.
Editado: 07.09.2024