Los secretos que nos unen

Capítulo 1 | Red de seguridad

1 | Red de seguridad

 

Me abrazo cuando me veo reflejada en la imagen del espejo. Tengo el pelo enredado, los ojos hinchados de haber pasado todo el fin de semana llorando y bajo mis ojos se han instalado unas marcas oscuras que demuestran que apenas he dormido. Tengo un aspecto horrible.

Dejo de mirarme en el espejo para abrir la llave del agua antes de colgar la alcachofa de la ducha y cerrar la cortina. Vuelvo a girarme, esta vez intentando evitar volver a mirarme en el espejo. Busco el peine para desenredarme el pelo. 

Sé que papá piensa que llevo todo el fin de semana encerrada en mi habitación porque la sorpresa para Aiden no salió bien. Puede que piense que hemos discutido, pero lleva todo el fin de semana dándome mi espacio y evitando que mamá me lo arrebate. Supongo que es  normal que piense que ha pasado algo entre nosotros, porque la persona que salió de casa el viernes a las seis, orgullosa de haber hecho un pastel de cumpleaños, no es la misma que entró por la puerta un par de horas más tarde. 

No fue porque Aiden y yo discutiéramos. Nosotros no teníamos ese tipo de relación. Quiero muchísimo a Aiden, que nadie me malinterprete. Me ayudaba a dejar de pensar y probablemente él no se daba cuenta, o al menos no hacía comentario. 

En secreto, yo intentaba esforzarme por ser una buena novia. Sé que es una completa gilipollez, pero aun así él me lo ponía muy fácil. No hubiera sido así si en algún momento de nuestra relación hubiera intentado llevarla a otro nivel, no me presionaba —aunque ahora ya entiendo el porqué. Pero por alguna razón la voz de mi cabeza me sigue diciendo que ni siquiera lo intentó porque sabía que había algo malo en mí y que había entendido el porqué de todas las cosas que ocurrían en nuestra relación, o de las que no ocurrían. 

Sé que Aiden debe creer que le odio, pero no es nada de eso. No le odio. Sé que cualquiera lo esperaría, teniendo en cuenta que lo encontré con otro cuando le llevaba una tarta de cumpleaños. Obviamente, no me imaginaba encontrarme a mi novio en esa tesitura, pero no estoy enfadada. No puedo estarlo cuando yo también le usaba a él. 

Me doy la vuelta para dejar el peine sobre la encimera del lavabo. El espejo comienza a estar empañado, y es el momento exacto en el que decido que es la hora de empezar a desvestirme. No acabo de verme con claridad, pero aun así la imagen borrosa que veo me resulta desagradable y aparto la mirada. 

Todo ha vuelto de golpe. No puedo evitar sentirme igual de perdida que hace un año y medio. Pensaba que esos recuerdos habían sido desterrados cuando empecé a salir con Aiden. 

Comienzo a llorar incluso antes de que el agua caliente me toque. Es como si volviese a tener quince años y acabase de volver a casa. Vuelvo  asentir entumecida y la voz de mi cabeza no deja de recriminarme que no me resistí lo suficiente. Como lleva haciendo desde el viernes cuando volví de casa de Aiden y me di cuenta de que la red de seguridad que había construido a su alrededor se había desvanecido y todo lo que guardé y escondí en el fondo de mi cabeza en esa caja de cartón estuviera reclamando el lugar que le pertenece. 

Cada vez que cierro los ojos, noto como sus manos me tocan. Siento el agarre en mis muñecas e incluso su peso sobre mí. Cada vez que cierro los ojos siento como me aplasta, y como no puedo respirar.

Cada vez que invade el silencio, oigo los comentarios, las insinuaciones que me hacía, y a las que yo resté importancia, y sus amenazas que me hicieron mantener la boca cerrada desde entonces.

No sé cuanto tiempo paso en la misma posición. Abrazada a mis rodillas y dejando que el agua, ya helada, me caiga en la espalda. No he dejado de llorar. Y puede que por un momento me haya planteado volver a saltar.

Necesito recomponerme cuando los nudillos de mi padre llaman a la puerta. 

—¿Florecilla? —Me sorbo la nariz antes de responder con un simple «¿sí?», como si no fuera a darse cuenta de lo que ocurre. ¿Vas a ir al instituto? —pregunta y noto un deje de preocupación en su voz. 

Papá fue el único que me apoyó cuando decidí dejarlo, fue quien convenció a mamá de que cambiar de instituto me vendría bien, pero ella solo lo aceptó después de encontrarme inconsciente en el baño. Por eso mismo sé, que después de haberme pasado encerrada en mi habitación todo el fin de semana, ninguno de los dos me dejaría sola en casa. He oído sus conversaciones en el salón cada noche de este fin de semana, y sé que papá está preocupado, y no ir a clase hoy le preocuparía más.

Le contesto que sí, pero no es hasta que oigo sus pasos alejarse hasta que tomo la decisión de salir de la ducha. Ni siquiera soy capaz de mirarme al espejo desnuda al salir . Me cuesta admitir en voz alta que me doy asco. Me tapo con las manos antes de apartarme del espejo. Me entran náuseas al verme y  pensar que es el mismo cuerpo que él tocó, y que no puedo hacer nada por hacer que eso cambie.

Y cada vez que pienso en contárselo a alguien, mi cabeza me recuerda los comentarios despectivos de mamá y la tía Beth, sobre el caso de la chica a la que violaron en una fiesta. 

Solo que yo no estaba borracha. 

Y tampoco estaba en una fiesta.

 

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