Los secretos que nos unen

Capítulo 2 | La sanación no es lineal

2 | La sanación no es lineal

 

Una de las razones por las que me hubiera gustado que Tyler se hubiera ofrecido a llevarme a casa es esta: desde que mamá me encontró inconsciente en el suelo del baño con una sobredosis de somníferos, voy al menos dos veces al mes a terapia. Antes iba varias veces a la semana, pero la Doctora Parker decidió que podían espaciarse un poco más. Prácticamente, vivía en su consulta. 

Mientras espero mi turno en la sala de espera con mi tupper de pasta sobre las rodillas, me sumerjo en el almuerzo. Me gusta comer aquí porque no es la sala de profesores del instituto —almorzar con mi profesor de cálculo cinco de siete días a la semana no es precisamente emocionante.

Me gusta que las paredes estén decoradas con algunos pósteres enmarcados, mi favorita es una montaña rusa en la que pone: «la sanación no es lineal». Me tomo un momento para admirarlos todos, porque sé que de vez en cuando Joanne cambia alguno por alguno nuevo. Un póster en particular, uno con un círculo amarillo acompañado de las palabras «tu vida» y un punto diminuto del que sale las palabras «este momento», despierta un nudo en mi garganta.

La paleta de colores de la sala es vibrante y acogedora. El sofá es violeta, pero las sillas son rosa fucsia. La mesa de centro es blanca, pero no es la típica mesa de centro rectangular y blanca, sino que te es asimétrica, y a mí personalmente me recuerda a una nube. Hay varias estanterías con libros, no solo hay libros de autoayuda —alguna vez me ha hecho llevarme alguno para que lo leyera y trabajar a partir de ahí— si no que también tiene novedades y clásicos. 

Joanne no fue mi primera terapeuta. Las primeras semanas tras el incidente estuve yendo semanalmente con mi antiguo orientador, a él ni siquiera le preocupaba mi bienestar, ni se interesaba por encontrar la verdadera causa. Todo se lo atribuía a que era una adolescente sedienta de atención, o a que “había roto con mi novio”, aunque Adam y yo aún estábamos juntos. 

Nunca me abrí con él. El entrenador Burton y él eran coleguitas, y los tíos siempre se cubren. Aunque tampoco le he contado la verdadera razón por la que lo hice, trata de ayudarme. A veces me deja quedarme en silencio hasta que pasa la hora, y en otras me deja mi espacio para expresarme con libertad.

Pasa un rato desde que termino de comer hasta que oigo como la puerta del otro lado se abre. No tarda en llegar al umbral de la sala de espera. 

Joanne parece mucho más joven de lo que realmente es. Según las fechas de los diplomas que tiene colgados en la pared de su consulta, debe de tener cuarenta y cinco años. Normalmente, tiene su pelo ondulado y castaño suelto, pero hoy lo tiene recogido en un discreto moño.

—Puedes llevártelo a casa si quieres —dice con voz aterciopelada, refiriéndose al libro que cogí de la estantería hace un rato.

—No, qué va —digo cerrando el ejemplar de Bajo la misma estrella que tengo entre mis manos. 

—No es la primera vez que te veo con él —comenta mientras observa cuando me levanto para dejarlo en la zona azul de la estantería.

—Es uno de los primeros libros que mi padre me regaló —explico dándome la vuelta. Sus ojos avellana brillan con comprensión y calidez y me dedica una sonrisa genuina, mostrando arrugas sutiles alrededor de los ojos. 

—Es un buen libro —apoya y yo asiento. 

Hoy, como el resto de veces, va vestida de manera profesional pero cómoda. Con una blusa vaporosa de color azul y unos pantalones que le permiten moverse con libertad. Nunca se sabe cuando van a venir unos bomberos para salvarte la vida, ¿no? Es algo que suele decir la tía Beth. 

La sigo hasta el interior de la consulta. La distribución no ha cambiado, a un lado de la sala hay un escritorio con un ordenador, mientras que al otro hay un par de sofás enfrentados, con una mesa de centro entre ellas que siempre tiene un plato de galletas. 

—¿Cómo has estado durante estas dos semanas, Alex? —me pregunta al sentarse en el sofá que hay frente a mí.

—He estado bien —contesto con un asentimiento de cabeza. Pero, aunque no lo comenta, sé que pilla la mentira al vuelo.

—¿Hay algo que te apetezca contarme? —pregunta —. ¿Qué tal con Aiden? ¿Tu madre ha aceptado vuestra relación?

—Lo que hablamos aquí es secreto, ¿no? —pregunto tras un instante de silencio —. El secreto profesional.

—Si lo que me cuentas no te pone en peligro a ti, o a otras personas, sí —explica con tranquilidad, aunque no es la primera vez que le hago la pregunta. Asiento en respuesta despacio y me lo planteo solo por un momento.

—Aiden y yo hemos roto —comienzo —, bueno, él aún no lo sabe, pero supongo que queda implícito cuando sales de su casa corriendo después de encontrarle con otra persona.

—Hay parejas que solucionan una infidelidad —comenta —, que hablan sobre lo sucedido y lo superan.

—Puede que yo no quiera solucionarlo… —confieso, y aunque sé que no va a juzgarme, trato de encontrar las palabras adecuadas para explicarlo. —. Puede que exagerase mi reacción al salir corriendo de su casa, porque en el fondo me sentí aliviada.

—¿Han vuelto las pesadillas? —Apunta algo en su bloc de notas cuando yo asiento. —¿Quieres hablar de ellas? —pregunta con suavidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.