Los secretos que nos unen

Capítulo 5 | La deforestación

5 | La deforestación

 

Tenía una llamada perdida de mis cuando volví de la lección inicial de esquí después de comer. Conseguí escaquearme de la vigilancia de Russell hace poco más de veinte minutos, cuando se deslizó colina abajo con algunos miembros del equipo. Por eso no me sorprende cuando en la pantalla de mi teléfono aparece una videollamada entrante de mis padres.

Dejo ropa que pensaba ponerme tras la ducha sobre la cama. No pienso volver a salir de la habitación en lo que resta de día, tengo el estómago cerrado y ni de coña voy a salir a jugarme la vida ahí fuera, por muy divertido que piense que sería tirarle una bola de nieve a Tyler por empujarme colina abajo.

Deslizo el dedo por la pantalla para descolgar, y tras unos segundos de pantalla en negro, la cara de mi madre aparece, y en una esquina, al fondo, se encuentra papá leyendo la última novela que se compró.

—¡Hola cariño! —saluda notablemente sorprendida porque se lo haya cogido.

—Hola mamá —respondo al tiempo que veo a mi padre levantar la vista del libro y saludarme.

—¿Habéis llegado bien? —pregunta Alice sosteniendo el teléfono, aunque su imagen se pixela y vuelve a la normalidad. —¿Dónde está Regan? —pregunta justo después de que su imagen se descongele.

—Sí, hemos llegado bien —respondo a su primera pregunta, y antes de darme tiempo a responder la segunda vuelve a preguntar por Regan. —. Se ha quedado con Tyler y Bri en la pista de esquí.

—¿Y tú? —Su sonrisa desaparece.

—Estoy admirando las vistas —digo al tiempo que cambio la dirección de la cámara y me dirijo hacia el pequeño balcón que da al precioso paisaje blanco.

—El viaje era para que lo disfrutaras, no para que te quedaras encerrada en la habitación, Alexandra. —Hago una mueca cuando pronuncia mi nombre completo, pero ella sigue viendo la montaña nevada. —. Sigo aquí, ¿sabes?

—Claro que lo sé, te estoy viendo, mamá.

Pone mala cara al instante. Vuelvo a cambiar la dirección de la cámara porque sé que si no lo hago, en cualquier momento puede comenzar a gritarme.

—No quiero que pases todo el fin de semana encerrada en la habitación, eso ya lo haces aquí.

—Es que yo no quería venir —le recuerdo sin mencionar que prácticamente me tiraron dentro del autobús esta mañana.

—John —dice pasándole el teléfono a mi padre, y sé que lo hace porque no quiere perder los papeles. Siempre le cuesta gestionar que las cosas no sean como ella quiere que sean.

La vida es dura, mamá.

—¡Hola florecilla! —saluda quitándose las gafas. En realidad no ve absolutamente nada sin ellas, por eso siempre que se las quita acaban de vuelta a su cara otra vez.—¿Qué estabas haciendo? —De fondo se oye el resoplido de mi madre, que papá ignora y se centra en mí.

—Estaba deshaciendo la maleta —digo mientras me siento en el borde de mi cama.

—No sé cuando vas a ponerte tantos calcetines.

A través de la pantalla veo el montón de calcetines que he sacado hace un momento de la maleta.

—Puede que los use de orejeras —bromeo y papá sonríe divertido desviando la mirada más allá de la pantalla. Está mirando a mi madre. —. ¿Qué tal la novela?

La pantalla vuelve a pixelarse y el rostro de papá es casi imposible de distinguir. La pantalla se queda en negro durante unos segundos y en ella aparece el mensaje bastante claro en letras blancas: "Error de conexión. Reconectando". No tarda demasiado en hacerlo, y entonces repito de nuevo la pregunta de hace un momento.

—Es interesante —Asiento ante su respuesta. —. ¿Qué tal habéis llegado?

«Pregúntale si ha almorzado», se oye de fondo, apenas es un susurro.

—Hemos llegado hace rato —informo —, he dormido en el autobús un rato —añado como si fuera un logro, porque realmente lo es, aunque ninguno de los dos lo sepa —, la señorita McGee nos ha dado una hora antes de ir a comer para instalarnos —continuo enumerando.

—¿Qué tal la comida? —pregunta como si tal cosa.

—Decente —califico —, nada como tus tuppers de comida.

Papá se ríe ante mi comentario y responde con un «gracias» y una especie de reverencia con la cabeza. La conversación continúa y le cuento que mi primo me ha empujado colina abajo, pero obvio que eran apenas diez metros y era prácticamente plano.

—Oye, florecilla —llama de nuevo mi atención —, tu madre tiene razón —dice, y por como mira por encima del teléfono no me costaría nada ver a mamá escribiéndole lo que tiene que decir. Vuelve a mirarme: —. Ya tuvimos una conversación sobre esto anoche.

—Creo que deberíais reconocer mi esfuerzo —digo poniendo mala cara.

—Y lo reconocemos, pero no te quedes en la habitación el resto de la tarde, seguro que hay montones de cosas que explorar.

—Es un viaje a la nieve de instituto, pensado para parejas —recalco.

—Es un viaje a la nieve de instituto pensado para que los estudiantes de último curso se diviertan esquiando con sus compañeros —repone.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.