Los secretos que nos unen

Capítulo 8 | Me has robado la libertad

8 | Me has robado la libertad

 

—Eh, Harrison. —Oigo suavemente. —. Estamos llegando.

A estas alturas reconocería la voz de Beau en cualquier parte. Abro los ojos suavemente y ya ha oscurecido. Estamos cerca del instituto. Me desemperezo y me quito el auricular que ya no reproduce ningún sonido para mirar por la ventana.

Me he dormido.

Soy consciente que es una obviedad, porque me ha tenido que despertar, pero no sé en qué momento lo hice. Miro a Beau que cierra el portátil con cuidado.

—Lo siento. —Es lo único que se me ocurre decir cuando le miro.

—No tienes que pedirme perdón por quedarte dormida, Alex. —Niega con una sonrisa como si no se lo creyera. —. Si te hace sentir menos culpable, yo también me he quedado dormido. —Sé que me mira porque busca algún tipo de reacción en mí. Por mi cabeza solo cruza la idea de que haya podido cotillear todo mi ordenador mientras estaba dormida. Desde mi trabajo de historia de primero hasta el diario que la Joanne me recomendó que llevara en una de las primeras sesiones a las que asistí con ella. —. Solo que me he despertado antes.

Miro mi portátil, cerrado y sobre su regazo, y me apresuro en quitárselo de encima para meterlo en la mochila, que es de dónde no debería haberlo sacado.

—¿Has rebuscado en mi portátil? —La pregunta parece más una acusación que… bueno, una pregunta. No es mi intención lanzarla de esa manera y las cejas de Beau se elevan más allá del cielo.

—¡No! —exclama en un grito ahogado—. ¿Debería haberlo hecho?

—¡Claro que no! —respondo de la misma forma que él.

Trato de mantener la calma. Beau sigue mirándome de la misma forma que lo ha hecho durante el fin de semana. Si lo hubiera leído… probablemente me miraría con lástima, y no consigo encontrar ni rastro de ella en su mirada.

—Lo siento. —Vuelvo a disculparme después de haberme pasado las manos por la cara.

—Tranquila —dice con suavidad —. Está todo bien, Harrison.

Ninguno de los dos dice nada más, está pendiente de lo que hace Jimmy al otro lado del pasillo, y yo no aparto la vista de la ventana porque me siento avergonzada. Ha sido raro. Además, el autobús no tarda en entrar en el párquing del instituto, donde hay una multitud esperando a sus respectivos hijos.

Pasan unos minutos hasta que la multitud del autobús se activa y comienza a hablar con sus respectivos compañeros.

—Venga, no es momento de ponerse hablar. —Se abre paso la voz grave de Russell entre el barullo de la multitud, solo que esta vez no es un grito. —. Quiero perderos de vista en menos que canta un gallo —espeta elevando el tono de voz, y ese es el pistoletazo de salida en lo que respecta a mis compañeros, porque yo ya sabía que tendría que esperar a que se vaciara por completo para que Beau pudiera salir sin que nadie le empujara.

Una vez abajo, recojo mi maleta y me despido de los chicos. Beau se despide de forma escueta, aunque lo hace con lo que parece una sonrisa sincera, Jimmy ni siquiera se molesta y Lori me pide que esté pendiente al móvil porque me añadirá al grupo del comité del baile, antes de marcharse hacia el otro lado con los chicos.

Tyler está a unos metros del autobús con Bri: limpieza de empastes. Estoy bastante cerca como para que se den cuenta de que estoy presente, pero lo suficientemente alejada como para no oír nada.

A lo lejos, veo como Reagan está recogiendo la maleta y se dirige hacia mí. Me apresuro a carraspear cuando la veo acercarse, con intención de marcharme de allí tan rápido como pueda, porque no me apetece por nada del mundo discutir aquí con Reagan. Estoy casi segura que me reprochará no haber vuelto con ella en el autobús. Sé que tratará de justificarse culpándome a mí. No quiero eso.

Pero para cuando Ty se separa de Bri, Reagan ya está junto a mí sin ninguna de sus características sonrisas.

—Tienes que estar de coña —espeta al llegar a mi lado—. Llevo tres horas enviándote mensajes.

No había vuelto a mirar el teléfono desde que le escribí a papá, y por su ausencia en el aparcamiento está claro que lo ha leído.

—Yo llevo todo un fin de semana enviándotelos a ti, Reagan. —Tyler se acerca unos pasos cuando Bri se va hacia su coche.

—¡Pensaba que te había pasado algo! —exclama—. ¡Un ataque de oso o algo así!

—Seguro que por eso recogiste tus cosas y te fuiste sin siquiera buscarme, esperarme o enviarme un puñetero mensaje.

—No estás siendo justa, Lexie.

—¡¿Qué no estoy siendo justa?! —exclamo alzando la voz—. Has desaparecido todo el puto fin de semana, Reagan. ¿Te has molestado siquiera en pensar en cómo estaba sintiéndome? ¿En lo preocupada que he estado por ti? —le pregunto algo cabreada. —No tienes ningún derecho a esto, Reagan —digo señalando la escena —. Espero que hayas disfrutado del capullo al que te estabas tirando.

—Y yo espero que hayas disfrutado de autocompadecerte por tu puto ex —me escupe cabrada.

—¡Vete a la mierda, Reagan! —le grito cuando se da la vuelta y ella sin siquiera girarse me dedica una peineta. —Vamos —digo dirigiéndome a Tyler, que no dice ni una palabra, ni siquiera al llegar al coche. 




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