Los secretos que nos unen

Capítulo 10 | Exiliados del comité

10 | Exiliados del comité

 

Ayer descubrí algo sobre Sofía, que siento admitir que me provoca cierta envidia. Mientras todos se nos echaban encima por no haber tenido nada que presentar en la reunión del comité, aunque solo hubieran pasado DOS días, ella supo mantener la compostura en esa situación y nos hizo salir ilesos de la situación. 

Fue capaz de convencer a todos que tendríamos algo para el lunes, una «gran presentación de proyecto», en la que proporcionaremos todo tipo de detalles, desde la decoración hasta varios prototipos de entradas. Si te preguntas cuál es el tema que hemos escogido, la respuesta es ninguno. Aunque supongo que eso será por poco tiempo porque hace tan solo unos minutos que me ha añadido a un grupo al que ha titulado «exiliados del comité».

Solo sacó el teléfono cuando estoy detrás de la barra para comprobar que mensajes envían. Jimmy no para de enviar gilipolleces y Sofía está intentando poner orden, el tercer integrante, al igual que yo, está haciéndoles la ley del silencio. 

Al salir de clase tenía un mensaje de Jerry, mi jefe —aunque a él no le gusta que le llame así—. Necesitaba que viniera por la tarde al restaurante porque le faltaba personal, no tenía nada que hacer, tuve tiempo de hacer los deberes en clase, y nunca le diría que no a hacerle un favor a Jerry. 

Es como un segundo padre para mí. Su hija —Katie— y yo éramos inseparables cuando éramos pequeñas, lo éramos hasta que, bueno, pasó. Sigo llevando puesta la pulsera de la amistad que hicimos en el campamento con las letras J-A-K. A Jay le hacía gracia que sonara Jack, por lo que nos dejamos llevar por su locura y desde entonces nos referíamos a nuestro extraño grupo de tres así. 

Cuando éramos pequeños, cada vez que nos quedamos en casa de Katie, Jerry nos hacía los mejores batidos que he probado en mi vida —por eso es el producto estrella de Jerry’s—, fuimos nosotras quienes le animamos, y le insistimos, a abrir Jerry’s. 

En realidad para nosotras no era más que un juego, y le prometimos que cuando tuviéramos edad de trabajar lo haríamos por batidos de chocolate y hamburguesas. Cuando vengo con Reagan y Grace siempre me devuelve el dinero que gasto en batidos dentro de la nómina, es por eso que desde hace poco, y sin que se dé cuenta, lo dejo dentro del bote de propinas. 

Es increíble que hayan pasado casi seis años desde la inauguración de este sitio. Siempre me ha gustado venir aquí, ya sea a tomarme un batido o a trabajar. Es como estar en casa. Cada rincón está impregnado de recuerdos felices. Desde las risas hasta las charlas con Jerry mientras preparaba hamburguesas.

A veces siento que soy capaz de reconocer parte de la persona que era aquí.

Desde la barra, mientras preparo el lavavajillas, veo como uno de los clientes se acerca a la gramola para escoger una de las canciones. No tarda en cambiarse la canción que suena para dar paso a Fly Me To The Moon de Frank Sinatra y Count Basie. Veo como se acerca a la mujer que está sentado con él y ambos comienzan a bailar junto a su mesa.

Supongo que esa es la magia de este sitio, te transporta a otra época, a otro lugar y a otro momento de tu vida en el que todo está bien y no nada más por lo que preocuparse. Es como una pequeña cápsula de tiempo, con toda la estética de la década de los cincuenta, con los sillones de un tono azul turquesa y el suelo con baldosas blancas y negras como si fuera un tablero de ajedrez. Aunque mi parte favorita de todo esto es que haya una gramola, en la que hay canciones desde los cincuenta a los noventa, y que todo el que quiera pueda escucharlas.

Después de observar brevemente a los clientes, vuelvo mi atención hacia la barra para terminar de colocar los últimos platos que Carlo me ha dejado sobre la barra en el lavavajillas. El tintineo de la vajilla se mezcla con la melodía que sigue sonando en la gramola.

Mientras limpio la barra con un paño, mi mirada se desliza por las mesas dispersas por el local. Algunas están ocupadas por parejas que hablan animadamente, mientras que en otras hay pequeños grupos de amigos disfrutando de sus batidos.

Los jueves no tienen ni grado de comparación con los viernes por la noche o el resto del fin de semana, aunque cuando más se llena es el sábado.

El tintineo de la campana que hay sobre la puerta me hace desviar la atención al grupo de adolescentes riendo y charlando entre ellos. Reconozco a algunos de ellos porque estaban en mi anterior instituto. Salgo de la barra cuando se sientan agradecida porque el uniforme de Jerry’s no sea un vestidito, sino unos vaqueros y una especie de blusa que sigue la estética del restaurante.

Carlo, que aparece por la puerta que lleva a la sala de descanso, aunque él es más de salir por la puerta de atrás para fumar, me dice que va él al pasar por mi lado. Siempre me hace las cosas más sencillas cuando está en el mismo turno que yo. Siempre lleva una sonrisa en la cara y su energía contagiosa llena la habitación en la que encuentra.

Tiene un don para conectar con la gente, ya sea con clientes habituales o con aquellos que entran por primera vez por la puerta. Siempre está dispuesto a hacer reír y a ponerse manos a la obra cuando es necesario.

Solo le conozco desde hace poco más de un año, y fue quien consiguió que me sintiera tan cómoda trabajando en Jerry’s.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.