Los secretos que nos unen

Capítulo 11 | Llámalo como quieras

11 | Llámalo como quieras

 

Al abrir la puerta me preparo para el torbellino de actividad que se avecina. Ígor, nada más ver a la niña, sale corriendo en busca de cualquier tipo de refugio, mientras que ella sale corriendo detrás de él, arrastrando la muñeca por el suelo e intentándose quitar la mochila que lleva a la espalda por el camino.

—Muchísimas gracias, Alex —dice Natalie después de llamar a Ava en vano. Me da la bolsa y como siempre que se queda a pasar la noche me explica lo que hay en su interior. Un par de mudas limpias y una fiambrera con snacks. —. Prometo compensártelo —dice empezando a caminar de espaldas hacia las escaleras del porche.

Cuando vuelvo al interior, me encuentro con todas las cosas por el suelo del salón, mientras que el pequeño demonio, que engañaría a cualquiera con esas monísimas coletas rubias, está torturando a Igor con sus pequeñas manos.

Ella ha sido más rápida.

La muñeca es lo único que ha colocado: la ha dejado sobre el sillón sentado. Esa muñeca siempre me ha dado escalofríos. Siempre me ha recordado a la típica muñeca que utilizan en las películas de miedo, pero no sé si es porque simplemente que está despeinada y tiene rallones por toda la cara.

Recojo la chaqueta y la mochila que ha dejado en el suelo antes de ponerla sobre la mesa del comedor.

—¿Va a venir Aiden? —pregunta con interés soltando a Igor que aprovecha su oportunidad para salir corriendo y desaparecer el resto de la noche.

—No, cielo, Aiden va a pasar una temporada sin venir a vernos —digo sentándome con ella en el sofá para coger el mando del televisor.

—¿Es porque Aiden te ha hecho llorar? —pregunta con inocencia, su voz llena de curiosidad mientras me observa con sus grandes ojos azules.

Antes de que pueda responder, ella misma se responde con una expresión de seguridad en su rostro.

—Mi mamá siempre dice que estar enamorado no es estar triste y llorar, porque para eso es mejor cortar cebollas —dice con solemnidad, como si estuviera compartiendo una sabiduría ancestral.

Me sorprendo ante su comentario, incapaz de contener una pequeña risa ante su lógica infantil.

—Eso es muy sabio, Ava —respondo, asintiendo con complicidad.

Después de nuestra pequeña charla, nos sumergimos en el mundo de los dibujos animados que se despliegan en la pantalla del televisor. Aventuras en el Bosque Encantado son los favoritos de Ava. Son bastante educativos, pero no puedo evitar que me den escalofríos cuando oigo las risas del Oso Benny. La forma en la que han animado a los personajes me resulta inquietante e incluso hay diálogos que provocan pesadillas.

Con cada chiste o golpe que se lleva la ardilla Chispa suelta una carcajada cristalina que llenan la habitación. Incluso hay un momento en el que comienza a imitar las voces de los personajes.

Cuando el timbre suena justo después de recibir una notificación en mi teléfono, agradezco no tener que ver ni un minuto más los dibujos. Al levantarme para abrir, Ava se pone de pie en el sofá en el momento en el que ve a Ígor, aparece de dónde quién sabe donde, para ladrarle a la puerta.

En cuanto abro y me encuentro con la mirada expectante a Beau, Jimmy y Sofía, quienes intercambian unas miradas entre ellos. Ígor, curioso como siempre, se acerca a olfatear a los recién llegados, y su ladrido se hace más insistente hasta que Jimmy se pone en cuclillas para acariciar al perro. Satisfecho, Ígor vuelve a desaparecer dejándonos solos en el umbral.

—¡Hola! —Les saludo y me hago a un lado para dejarles pasar.

Veo como Sofía lleva la mochila en la espalda y una bolsa de rafia, por lo que se asoman algunas bolsas de plástico y lo que parece fieltro. Le ofrezco mi ayuda con un gesto cuando es la primera en pasar por la puerta, pero ella se niega y se la da a Jimmy que suelta un quejido.

Les guío al salón donde veo que Ava ya no está de pie sobre el sofá, sino que vuelve a estar sentada con los pies colgando del sofá y abrazando a Margaret, su muñeca.

—¡Oh! ¡Margaret! ¡Tenemos invitados! —chilla al ver a mis compañeros de clase pasar por el umbral del salón.

—Podéis dejar las cosas en la mesa —digo ignorando el teatrillo que comienza la niña cuando les ve.

No tarda en asomar la cabeza hacia donde estamos con una sonrisa malévola, acompañada de la muñeca a la que solo le hace asomar la frente y parte del pelo que tiene recogido en una de sus tantas coletas.

—Es supermona —comenta Sofía a mi lado cuando la ve.

Visto desde fuera, cuando se esconde detrás del sofá, pareciera que es tímida, pero no, nada de eso:

—Margaret quiere saber como os llamáis —dice asomándose de nuevo, esta vez sin compañía.

La primera en decir su nombre, es Sofía, le dice que le gustan sus coletas, pero Ava no le presta demasiada atención a la chica. Ava siempre habla de Margaret como si fuese una especie de “devora hombres”, es bastante divertido verlo, pero incómodo vivirlo.

—¿Tú eres su novio? —Le pregunta a Beau desde el sofá refiriéndose a Sofía.




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