Los secretos que nos unen

Capítulo 12 | Los Pali

12 | Los Pali

 

“¿Me guardas un sitio junto a ti en biología?”.

Ese es el mensaje que hace que mis compañeras de mesa sus miradas hacia mí. Es de Beau. Dejo los colores sobre la mesa antes de estirar el brazo para coger el teléfono.

“Sabes que me siento siempre con Grace”, respondo.

“Vamos, Harrison… No me hagas sentarme en primera fila con Randall”, prácticamente lo suplica, acompañado con emoticono con las manos unidas. “Ni siquiera deja que alguien suspire a su lado”.

“No quiero que Grace se enfade. Bastante tiempo lo ha estado ya”. Su única respuesta es un GIF de un bebé haciendo puchero. “Vale, pero no te prometo nada”, envío justo cuando la campana de cambio de clase suena.

Vuelvo a mirar mi hijo de dibujo, aún le queda bastante, ni siquiera me queda una pizca de esperanza de terminarlo antes del cumpleaños de mamá. Debería pasar al plan B y trabajar en la foto de mamá y papá de jóvenes que guardo en la carpeta.

Miro a Martha, una de mis compañeras de mesa y le devuelvo los tres lápices que me ha prestado durante toda la tarde. Me da las gracias cuando los mete dentro de su caja. Es tan ordenada.

—¿Quieres quedártelo para avanzar? —pregunta, porque las dos sabemos que no estará para el viernes, que es la fecha límite de entrega.

—¿En serio? —pregunto a la vez que Susan Rodríguez la mira y exclama:

—¡¿Pero tú quién eres?!

Y Sarah, la cuarta miembro de nuestra mesa de trabajo, comienza a reírse a la vez que Martha les hace burlas mientras vuelve a tenderme los lápices y termina de recoger. Siempre es la primera en terminar, y siempre nos espera al resto.

Como siempre, caminamos juntas hasta el final del pasillo, donde como cada vez que tenemos dibujo artístico, nuestros caminos se bifurcan. No frecuentamos las mismas compañías, y creo que eso es genial, porque puedo fingir que todo es diferente cuando estoy con ellas.

—Nos vemos el miércoles, chicas —nos despedimos.

Me paso por mi taquilla para dejar la carpeta antes de ir hacia clase y para recoger el todo lo necesario para el muermo de clase que me espera.

Cuando llego apenas se está comenzando a llenar y voy directa hacia mi sitio habitual: atrás, junto a la ventana. El aula de biología tiene una atmósfera peculiar. Las paredes están adornadas con carteles y gráficos científicos. Las ventanas altas permiten que entre la luz del día, y ver el exterior (cosa que es bastante útil cuando la clase empieza). El olor característico del aula, una mezcla de productos químicos, tinta de bolígrafo y papel, impregna el aire.

Las mesas son altas y están colocadas en filas ordenadas, con espacio suficiente entre ellas para que los estudiantes puedan moverse con facilidad. Cada mesa está equipada con microscopios, tubos de ensayo y otros utensilios de laboratorio, listos para ser utilizados en cualquier experimento que la profesora decida llevar a cabo, aunque eso no ocurre tantas veces como nos gustaría.

La profesora Gagnon siempre nos hace ponernos una bata blanca de laboratorio, y al menos nunca es porque tengamos que diseccionar una rana. Gracias a Dios.

El asiento en el que me siento es un taburete alto, con un respaldo de lo más incómodo. Sin embargo, la ubicación junto a la ventana compensa este inconveniente, ya que me permite disfrutar de las vistas al exterior y mantenerme conectada con el mundo exterior mientras estoy en clase.

Coloco uno de mis libros a mi lado, y el otro en la mesa que tengo justo en frente. El aula comienza a llenarse a medida que el descanso entre clase y clase se consume, siendo Grace la última en llegar cuando Gagnon está empezando a cerrar la puerta del aula.

Se sienta a mi lado, y rodea mi brazo en cuanto está instalada.

—Odio historia —murmura con la cabeza apoyada en mi hombro —. Thompson debería pensar en jubilarse. Es capaz de dormir a una piedra, te lo juro.

—Gagnon no se queda atrás —respondo bajando el tono cuando empieza a pasar lista.

—No me lo recuerdes —me pide incorporándose y empezando a colocar sus cosas sobre la mesa —. Odio mi horario. Salgo de pasar cincuenta minutos oyendo hablar de guerras y… guerras, y, ¡oh!, más guerras, para después pasar otros cincuenta minutos oyéndola leer el temario una y otra vez, mientras yo intento descifrar demonios significan esas fórmulas y diagramas, para que además me haga ponerme esta estúpida bata, y espero que nunca nos haga diseccionar un cerebro.

—No está tan mal —digo tratando de animarla.

—¿Cuál ha sido tu clase anterior, Lex? —pregunta, pero ya sabe la respuesta y cuando se lo confirmo confiesa: —. Yo también diría que no está tan mal si en vez de tener historia tuviese cualquier otra cosa.

Cuando oigo mi nombre levantado el brazo para que me vea, y cuando me ve pasa al siguiente nombre. Grace no tarda mucho más en hacer lo mismo. Y comienza la verdadera tortura, supongo que la segunda tortura para Grace.

—¿Has pensado en cambiar de clase? —le pregunto abriendo el libro por la página que nos indica antes de lanzarse de lleno a leer las palabras del libro.




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