Los secretos que nos unen

Capítulo 14 | Una pequeña artista

14 | Una pequeña artista

El problema de tratar de mantener un secreto, y compartirlo con algunas personas, es que ese secreto deja de serlo, y, por lo tanto, comienza a ser un rumor que corre como la pólvora.

Tratarles de ocultar la fiesta en Sigma Chi ha sido en vano. Esta mañana ya lo sabían, y las octavillas pegadas a la hora de la comida en las taquillas de último curso fueron bastante reveladoras, y aunque me había librado de encontrarme una (mi taquilla no está pintada), Reagan me la había puesto en la cara incluso antes de sentarse con su bandeja.

La fiesta de San Valentín, la “gran recaudación de fondo para Los Pali” es un secreto a voces, del cual solo los alumnos de último curso pueden dar detalles. Aunque, en realidad, el rumor es que se planea una fiestón de San Valentín.

Papá me ha preguntado cuando volvíamos a casa sobre él tema —según él es de lo único que hablaban en la sala de profesores.

Porque, como iba diciendo, el panfleto no tenía más que un gran “Cupido te invita a su gran fiesta”, y un monigote del angelito sosteniendo un código QR, y sí, Reagan lo había escaneado y lo había leído en voz alta hasta tres veces en solo diez minutos.

La venta de las entradas es online, de hecho, se adquieren a través de la web que Sigma Chi había diseñado para la fiesta, porque dudo que le haya dado tiempo a Lori o que lo haya hecho el mismo Clark.

No ir a la fiesta ya no es una opción, Reagan lo ha declarado así en el comedor en cuanto hemos llegado todos, y se ha elegido como la encargada de hacer que a todos nos den permiso. “Tengo un plan”, es lo único que dice cuando trato de disuadirla, incluso por mensaje mientras entro por la puerta de Jerry’s.

—Es el segundo jueves que te veo por aquí —dice Carlo cuando voy de camino hacia la barra —, no te basta con tus deberes, ¿o qué? —pregunta, e identifico su tono bromista al vuelo.

—De hecho, sí —respondo —. Tengo química atravesada y tengo que terminar el dibujo, y los deberes de cálculo, pero eso es solo un momento.

—¿Entonces, que haces aquí? —pregunta con una sonrisa de esas que hacen que las clientas de nuestra edad le dejen una gran cantidad de propinas, una irresistible.

—Vengo a por provisiones, idiota —respondo haciendo como si la respuesta fuese obvia, y entonces asiente, apunta algunas cosas en su blog de comandas y la pasa a la cocina.

Supongo que al leer la comanda Jerry me reconoce porque asoma la cabeza por el ventanuco y me saluda a la vez que Katie sale por las puertas que dan al pasillo del área de empleados.

—Hola, Lex —me saluda como otras tantas veces ha hecho cuando nos cruzamos, y al que siempre le respondo con un asentimiento de cabeza.

Es incómodo estar con Katie. En el mismo sitio, con las mismas personas. Me recuerda a la persona que ya no soy, es el recordatorio constante de que algo se rompió en mí después del campeonato.

Por suerte, nunca lo alarga, y esta vez sale de la barra y se pone a limpiar mesas.

—¿Te ha llegado lo de la fiesta en Sigma Chi? —le pregunto a Carlo por saber si, en caso de que sea inevitable no ir, tendré a alguien conocido allí después de que mis amigos se esfumen.

Carlo se gira con la bolsita ZIP llena de las frutas congeladas que componen el Pink Velvet. Es mi batido favorito de todos los tiempos. Fue uno de los primeros batidos que Jerry nos hizo cuando éramos pequeñas, y supongo que fue una de las razones por las que yo insistí en que abriera Jerry’s. La idea de tener tantos Pinks Velvets como me apeteciera fue la detonante.

Coge el vaso de la batidora y se pasea de congelador en congelador para sacar dos bolas de helado de vainilla bien cargadas. También añade las frambuesas, las fresas, el mango y la piña congelada a trozos de la bolsa ZIP que ha dejado en la encimera y desaparece, momentáneamente, para añadir la leche y la esencia de vainilla, aunque aún veo su espalda.

Si quien estuviera haciendo el batido fuese Darleen, ya habría puesto la miel, pero Carlo siempre me da a probar para decidir si le pongo o no le pongo, ya que si lo quiero dulce o ácido depende del momento del día del mes en el que me encuentre.

—Algo he oído —comenta volviendo a colocar el vaso de la batidora.

—Hay un “código de vestimenta”, hay que llevar algo rojo —Carlo alza una ceja mientras le da más potencia a la batidora —. ¡No me mires así!

—¿Por qué sabes tanto? —pregunta parando la batidora.

—Porque es una recaudación de fondos para el baile de mi instituto.

En parte, es cierto. Puede que la fiesta de Sigma Chi hubiese comenzado como una fiesta cualquiera de la fraternidad, pero desde ayer era el “fiestón de San Valentín” para recaudar fondos, parte para obras benéficas y la otra para nuestro baile. Si lo analizas, es poco ético.

—Es una fiesta semáforo —explico tratando de recordar algo de lo que Reagan leía esta mañana —, son quince dólares la entrada, y podrías dejarles clara a toda fiesta tu situación sentimental: rojo para “estoy en pareja”, amarillo para “es complicado” y verde para “estoy libre” y probar suerte —digo, mientras sirve un pequeño vaso para que pruebe.

Está increíble. No me hace falta decir nada para que lo vierta por completo en un vaso desechable.




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