Los secretos que nos unen

Capítulo 15 | Tristes apuntes de biología

15 | Tristes apuntes de biología

—La animadora nunca entrena con el equipo —digo en el momento en el entrenador Russell me dice que de vueltas al campo. —. Además, voy a estar aquí como mucho media hora, estoy esperando a mi padre —Sigo caminando tras él, tratando de evitar a toda costa que me haga correr.

—No me vengas con gilipolleces, Harrison.

—Dijiste que empezaría a ejercer de “animadora” la semana que viene, cuando me dieses la camiseta —digo, intentando sonar segura de que fue eso lo que dijo. —. Venga, Bob —digo apelando a su humanidad utilizando su nombre de pila, y es tan raro llamarle así —. Ni siquiera debería haber estado aquí, seguro que mi padre me está esperando. Tengo que recoger a Ava.

No dice nada, bueno, no me dice nada a mí porque a los chicos que corren por la pista de atletismo al rededor del campo no para de añadirles vueltas.

—Una vuelta y puedes irte, Harrison —dice, sin darme opción a contestar porque coge los conos y camina hacia la mitad del campo.

—¡Ni siquiera voy con ropa deportiva! —me quejo mientras acelero el paso tras él.

Me pasa un montón de conos mientras los comienza a colocar en el campo y yo le imito. Cuando vuelvo a mirarle, tiene los brazos en jarra.

—Bien, cuando llegues a casa quiero que me envíes un correo electrónico con los días en los que no puedas venir a entrenar, por responsabilidades, Harrison —dice, y empieza a enumerar con los dedos—: extraescolares, trabajo y citas médicas. Si no es nada de eso, ten claro que lo sabré —Vuelve a mirarme de arriba a abajo antes de añadir:—. Y haz el favor de venir con ropa adecuada y no con eso.

Miro mi ropa, cuando se refiere a eso, porque aunque entiendo que no es adecuado para un entrenamiento, no entiendo por qué se refiere a mis pantalones de forma tan despectiva. Son solo unos pantalones vaqueros.

—Vale, lo haré —respondo mientras observo cómo sigue colocando los conos en el campo. Intento seguir el ritmo de su movimiento, pero es evidente que tiene muchísimas más experiencia que yo porque no soy capaz de alcanzarlo.

Cuando el teléfono me vibra en el bolsillo, me coloco todos los conos sobre el brazo, cargándolos a la cadera, antes de sacarlo. Es un mensaje de mi padre que me avisa de que va de camino al coche, y un suspiro lleno de alivio se me escapa al leerlo.

—Mi padre me está esperando, tengo que irme —digo cuando Russell camina en mi dirección sin conos, tratando de sonar lo más convincente posible.

Levanta la vista al cielo y me hace un gesto para que me vaya con las manos, como si estuviera cansado de la conversación y de mi presencia. Tampoco me sorprendería que fuese así y puede que si no fuese por como mira a uno de los chicos que está haciendo el imbécil, me lo tomaría como algo personal.

*

Podría haberle enviado los deberes en un mensaje, pero cuando he empezado a teclear en la pantalla de mi teléfono, el único mensaje que él ha recibido ha sido uno en el que le pedía su dirección.

Tampoco es que él haya puesto algún impedimento en enviármela o haya tardado una eternidad enviármela. Ni siquiera me dio tiempo a salir de la aplicación de mensajería cuando ya tenía en mi pantalla su ubicación y el emoji de vaquero (que ya se me hace imposible no asociarlo a él).

Miro a Ava a través del retrovisor. Lleva todo el camino hablándome de su clase de ballet, de sus amigas y de las ganas que tiene de ir al parque de atracciones conmigo. Lleva el pelo rubio recogido en un par de moños. El tutú prácticamente la está engullendo en la sillita del coche, pero se ha negado a quitárselo cuando ha acabado la clase, y ahora parece más contenta que nunca.

—¿Te apetece que paremos a hacerle una visita rápida a Beau? —le pregunto cuando el GPS me indica dónde tengo que girar y entro en una calle tranquila y arborizada de Pacific Palisades.

Ya le había explicado antes de salir que antes de nuestro pícnic en la playa teníamos que hacer una parada rápida. Veo como se le ensancha la sonrisa por el retrovisor y como asiente muy enérgica antes de soltar un Bau en forma de suspiro. No puedo evitar reírme por su reacción y subir un poco la radio.

Es una de esas calles tranquilas, con casas con cierta elegancia costera, y no es hasta que la voz del GPS me indica que he llegado a mi destino que me doy cuenta de que la casa de Beau destaca por sus ventanas verdes y su fachada en tonos cálidos, rodeada de un jardín bien cuidado y un tobogán de plástico en colores vibrantes y un par de columpios que se mecen ligeramente con la brisa en el interior de las vallas también verdes.

No voy a mentir: en la boca de mi estómago se han instalado unos nervios tontos.

Pero… es solo Beau.

Bajamos del coche y agarro con firmeza la mano de Ava tanto para cruzar la calle como cuando atravesamos la valla. Me digo que para que no salga corriendo hacia los columpios o el tobogán.

Y ahí estoy, plantada frente una puerta de color verde, con Ava en una mano, con la otra alcanzando el timbre y bajo el brazo una carpeta con apuntes. Tardan tanto en abrir la puerta que pienso que no hay nadie en casa, o que no es la casa de puerta y ventas verdes de Beau. Miro a mi alrededor para asegurarme que en la calle no hay ninguna otra.




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