16 | Valiente e inconsciente son sinónimos
—¿En qué estabas pensando cuando decidiste que ibas a ir a una fiesta universitaria vestida así? —pregunta Reagan, con una mezcla de curiosidad y sorpresa, mientras pasa las tenacillas por un mechón de cabello por tercera vez desde que llegué.
¿Qué en qué pensaba? En que mi ropa no diera pie a que algún borracho creyera que tenía derecho a intentar algo conmigo.
Pero, obviamente, eso no se lo digo a Reagan. En lugar de eso, observo cómo desenchufa las tenacillas y se levanta del tocador, con solo un tirabuzón hecho y vestida a medias con una camiseta y unos calcetines que le llegan casi hasta las rodillas. Grace aún no ha llegado.
Reagan se acerca a mí y me mira de arriba abajo, como si estuviera evaluando si me llevaría consigo o no. Sin previo aviso, me quita la mochila que aún tengo colgada en los hombros e inspecciona su contenido. Al ver que solo hay un pijama y un par de mudas de ropa interior, frunce el ceño, claramente decepcionada.
—¿Es en serio, Lexie? —pregunta, con un tono más divertido que molesto, como si todavía no se creyera que estuviera lista para la fiesta con unos vaqueros y un jersey—. Ni siquiera llevas algo rojo. ¿No íbamos a prepararnos juntas? Dijiste que tenías opciones… interesantes para la fiesta.
—¡Nunca dije que fueran opciones sexis! —protesto, bajando la voz un poco cuando Reagan cierra la puerta, como si su madre pudiera escucharnos desde la planta de abajo—. Y sobre lo del rojo, esperaba que me pusieras un lazo en el pelo o algo así.
Reagan se detiene un momento, mirándome con una mezcla de exasperación y diversión. Luego suelta un suspiro dramático y me sonríe.
—Sabes, a veces realmente me sorprendes, Lexie —dice, dejando la mochila a un lado y dirigiéndose al armario—. Pero no te preocupes, podemos arreglarlo. Un lazo no es suficiente, pero algo se nos ocurrirá.
La sigo con la mirada mientras camino, y veo como abre las puertas sobres de su armario con un gesto decidido, como si estuviera a punto de embarcarse en una misión importante. El armario de Reagan es un espectáculo en sí mismo: las prendas están perfectamente ordenadas por color y tipo, con vestidos colgados en una fila, faldas y pantalones en otra, y un sinfín de blusas y tops.
Reagan comienza a recorrer con la mirada las filas de ropa, pasando los dedos por las telas como si estuviera buscando la prenda perfecta en un par de opciones. Sus dedos se detienen un instante en una blusa de seda negra, pero la descarta casi de inmediato con un ligero chasquido de lengua, como si no estuviera a la altura de la ocasión. Luego, su mano se desliza hacia una serie de vestidos colgados uno al lado del otro.
—Hmm… esto podría funcionar —murmura para sí misma, sacando un vestido de satén rojo. Lo sostiene en alto, evaluando a la luz que entra desde la ventana antes de girarse para enseñármelo.
El vestido tiene tirantes finos y un escote en V que termina en un delicado encaje, un detalle que lo hace aún más atrevido. Puedo ver mi reflejo en el espejo al fondo, y la simple idea de llevar algo así me hace sentir vulnerable, como si cada defecto que creo tener fuera a quedar expuesto.
Por alguna razón, Reagan no se detiene allí, sino que vuelve al armario y saca del interior una falda vaquera corta. Es oscura, con un acabado desgastado que le da un aire despreocupado y la acompaña con un corsé rojo que apenas cubre lo suficiente. Lo observa por un momento, antes de volver a mirarme con una mezcla de entusiasmo y determinación.
—¿Falda o vestido? —pregunta, aunque en su tono hay una insinuación de que sabe lo que ella escogería.
Yo, en cambio, no estoy convencida de ninguna de las dos opciones.
Me cuesta imaginarme a mí misma en alguna de esas prendas, especialmente porque sé que Reagan y yo, aunque compartimos talla, no tenemos el mismo cuerpo. Ella es más alta, más delgada y tiene esa confianza innata que hace que todo lo que lleva le quede tan bien.
Ella se viste para que la vean y, en cambio, yo me visto para pasar desapercibida en una fiesta universitaria. Bueno, en cualquier fiesta en realidad. Es la primera vez que voy a una fiesta en el campus, pero no me cabe duda que habrá alcohol a raudales y no me hace especial ilusión estar rodeada por gente desinhibida. De solo pensarlo se me genera un nudo en el estómago.
La pelirroja me observa, esperando a que haga mi gran elección, pero es evidente que no tiene intención de dejarme escapar fácilmente.
Reagan interrumpe mis pensamientos al soltar:
—¿Sabes qué? ¡Pruébate ambas! Y como consejo, no te pongas sujetador. ¡Peras al aire! —dice, lanzándome un guiño travieso. Además, me pasa un tanga de encaje que ni de lejos pienso ponerme. ¡Es que ni de coña!
Sus palabras me dejan helada por un momento, pero sé que no tengo opción. Con un suspiro resignado, y estoy a punto de empezar a caminar con las prendas en la mano y meterme en el pequeño baño de la habitación cuando oigo la puerta abrirse de golpe.
—¡Hola, hola! —saluda Grace entusiasmada mientras abre la puerta acompañada de una bolsa de deporte y su mochila a la espalda —. ¿Qué me he perdido?
Su energía inunda la habitación de inmediato, como si con solo entrar hubiera encendido una luz. Reagan y yo giramos la cabeza al mismo tiempo para mirarla, y veo cómo una sonrisa se le forma en los labios a Reagan al ver a nuestra amiga.
Editado: 07.09.2024