17 | Cupido está en la fiesta
No he ido directamente a buscar a Beau, he hecho una parada en la cocina para rellenarme el vaso de refresco. Aún estaban allí, Reagan y Scott.
Me he asegurado de que estuviera bien y, aunque es bastante evidente que está achispada, aún no ha traspasado el punto de no retorno. Por su parte, Scott está fresco como una rosa y no ha dejado de repasarme con la mirada desde que he entrado en la cocina.
Es mono, pero… ugh, ¿por qué me mira así?
—Tienes que probar esto —dice Reagan, mientras señala su vaso —. Es lo mejor que he probado nunca.
Scott, que no ha dejado de mirarme desde que entré en la cocina, se inclina hacia Reagan y le susurra algo al oído que la hace sonreír. Luego, sin apartar la vista de mí, le dice suavemente: —Gracias, cielo.
Siento escalofríos. La forma en que Scott tontea con Reagan mientras me mira, me pone los pelos de punta. ¿Qué pretende? Siento como su mirada me recorre y se posa en lugares en lo que no debería estar puesta. Me siento expuesta y, antes siquiera de darme cuenta, me cruzo los brazos sobre mi cuerpo, como si eso fuese suficiente para que aportase la mira de mí.
¡Ojalá me hubiese puesto un puñetero jersey rojo!
Miro a Reagan, quien me observa con una mezcla de expectativa y diversión en los ojos. Siento cómo el aire de la sala se vuelve denso, y se me forma un nudo en el estómago cuando Scott vuelve a decirle algo al oído mientras sigue mirándome.
Mis manos se mueven casi por inercia hacia la botella de refresco. Intento abrirla para rellenar el vaso, pero noto como mis dedos tiemblan ligeramente. El tapón se me resiste y el sonido del gas escapando es demasiado fuerte.
—Vamos, Alex, solo un trago —insiste Reagan, acercando el vaso un poco más hacia mí—. ¡Te prometo que no te arrepentirás!
No lo quiero. ¡No lo quiero!
Niego con la cabeza, apretando los labios en una línea tensa, dejando claro que no lo voy a coger. Pero Reagan no se da por vencida tan fácilmente.
—Lexie —dice en tono cariñoso—, desmelénate. Siempre eres la responsable, la que conduce de vuelta. ¡Hoy le toca a Grace!
No lo quiero.
Quiero salir de aquí, quiero alejarme de la mirada de Scott.
Intento mantener la calma, derramo un poco de refresco al intentar verterlo en el vaso, y eso solo empeora el temblor en mis manos. Un ligero sudor frío me recorre la nuca. Necesito terminar con esto, necesito espacio, necesito aire.
—Grace ya ha bebido un poco también, ¿no? —respondo, tratando de sonar tranquila, intentando desviar la atención y darle una razón más para que me deje en paz. Sé perfectamente que Grace no ha bebido de ningún otro vaso que del mío, pero eso ella no lo sabe.
—No tanto como tú crees —replica Reagan rápidamente—. Además, puede manejarlo. Esta vez te toca a ti relajarte. ¡Vamos, solo uno!
Scott se ríe suavemente y añade, como si acabase de tener la solución perfecta:
—Siempre podéis quedaros a dormir aquí. Hay habitaciones de sobra.
La idea de quedarme a dormir aquí no me entusiasma para nada. De hecho, me hace sentir aún menos inclinada a coger el puñetero vaso. El tapón finalmente encaja en su sitio, y yo suelto un suspiro apenas audible.
—No me apetece, de verdad —murmuro, mirando de nuevo el vaso que Reagan sostiene, deseando que esto acabe.
—Solo uno. ¿Por mí? —me interrumpe Reagan, con una sonrisa que mezcla dulzura y un toque de manipulación.
No es tanto que quiera hacerlo, sino que quiero que esto termine. No tengo ganas de seguir discutiendo, no hoy. Si ceder significa que podré irme lejos de la cocina…
—Está bien, dame eso —cedo finalmente, extendiendo la mano.
—¡Eso es! —exclama Reagan, dando una pequeña palmada.
Salgo de la cocina con un vaso en cada mano: el de refresco y el mejunje. La sensación de alivio es casi inmediata, aunque el temblor en mis manos aún no desaparece del todo. Mientras me alejo, el líquido se agita dentro del vaso, y puedo oler el alcohol mezclado con algo dulce.
La música suena más alta fuera de la cocina, el bajo retumba en el suelo, casi como si estuviera sonando dentro de mi pecho. El pasillo que he recorrido hasta aquí, desde el jardín, parece más largo de lo que lo recordaba a medida que avanzo, y la gente pasa junto a mí, riendo y bailando, hace que el camino se vuelva aún más estrecho.
Intento avanzar, pero cada paso es un esfuerzo. El espacio entre las personas se cierra cada vez que me acerco, empujándome ligeramente hacia los lados. Alguien roza mi brazo haciendo que el vaso de refresco tambalee peligrosamente y me obliga a dar un paso atrás para evitar que se derrame.
Quiero salir al jardín, necesito aire, pero la salida parece tan inalcanzable… Mis manos siguen temblando ligeramente, el líquido se agita con cada movimiento, recordándome la situación de la que intento escapar.
Un grupo de personas se cruza en mi camino, ocupando casi todo el ancho del pasillo, obligándome a detenerme y esperar a que pasen. Una chica tropieza ligeramente y se apoya en mí, riéndose antes de seguir sin siquiera disculparse. Siento como si el aire se volviera aún más denso, se me hace difícil respirar, mientras la opresión de mi pecho aumenta.
Editado: 07.09.2024