CAPÍTULO 2: HIELO EN LA SANGRE

Lyra Koval estaba suspendida en el centro de la cámara criogénica, rodeada por un anillo flotante de cuchillas de hielo. Cada una giraba con precisión milimétrica. Fría. Letal. Hermosa.

Ella respiraba con control absoluto. Ojos cerrados. Corazón inmutable.

Desde que Orien se fue, se había convertido en algo más que humana. Más exacta. Más peligrosa.

—Nivel de entropía: estable. Temperatura: -97°C —informó la computadora.

Lyra abrió los ojos. Eran de un azul tan pálido que parecían no pertenecer a este mundo.

—Suficiente.

Con un gesto leve de su mano, las cuchillas se deshicieron en copos que cayeron como cenizas heladas. Caminó fuera de la cámara y tomó su abrigo blanco. El lugar donde entrenaba era subterráneo, sin ventanas. Por elección.

Sabía que vendrían por ella. Siempre lo hacían cuando todo iba al infierno.

Y tenía razón.

Cuando abrió la puerta, allí estaban: dos soldados, el símbolo del Protocolo Último Día en el brazo, y una mujer que no esperaba ver tan pronto.

—Lyra Koval —dijo la directora del CGD—. El mundo necesita a Frostborn.

—¿Y qué pasa si el mundo no me necesita a mí?

—Te necesita a ambos. Él ha regresado también.

Lyra no preguntó quién. Ya lo sabía.

Orien Voss.

Sus dedos se tensaron. No por miedo. Por memoria.

—Dijimos que no volveríamos a hacerlo —susurró, más para sí que para ellos—. Dijimos que juntos era demasiado.

—Él no vino por ti. Vino por Kharon.

Eso dolió más de lo que debía. Pero Lyra solo asintió.

—Entonces pongámonos a trabajar. Antes de que el mundo se acabe... otra vez.

La escarcha se extendió bajo sus botas.

Y cuando caminó hacia la luz exterior por primera vez en años, la temperatura descendió en todo el recinto. Como si el invierno mismo supiera que su reina había vuelto.