Los Seis del Último Día

CAPÍTULO 5: VIEJAS HERIDAS

La nave sobrevolaba el Atlántico como un coloso metálico silencioso. El interior era frío, funcional, como si el diseño evitara cualquier comodidad.

Orien observaba el horizonte a través del cristal curvo del hangar. El océano reflejaba un cielo envenenado por fracturas dimensionales. Era hermoso y aterrador a la vez.

No escuchó cuando Lyra entró.

Solo la sintió. Como un cambio en la presión del aire. Como si el mundo se detuviera.

—Pensé que no volverías a aparecer —dijo ella, con la voz baja, pero firme.

Orien no respondió al instante. Sus ojos seguían clavados en el cielo.

—No pensaba hacerlo. Pero esto... esto es diferente.

—¿Y cuántas veces has dicho eso antes? —Lyra se acercó un paso, la mirada afilada como una hoja helada—. “Es diferente, Lyra”. “Esto no es como la vez anterior”. ¿Y luego qué? Silencio. Muerte. Ruinas.

Él giró lentamente. Sus ojos brillaban con un tenue resplandor celeste, apenas contenido.

—Desaparecí para no destruirte también.

Silencio.

Ella apretó los labios. Durante años había contenido la tormenta dentro de su pecho. Ahora, ver su rostro desataba todo lo que creía enterrado.

—No necesitabas salvarme. Yo no era tu debilidad.

—Lo eras todo.

El aire se congeló. Literalmente. Una capa fina de escarcha se formó sobre el metal del suelo.

Orien dio un paso adelante. No buscó tocarla.

—No me mires así. No después de todo este tiempo.

—No me des esa mirada rota. No después de haberte ido sin una palabra.

Un zumbido los interrumpió. La nave descendía. La misión comenzaba.

Kharon había sido detectado en la isla de Thera, en el Egeo. Un sitio deshabitado, salvo por instalaciones científicas… ahora en silencio total.

La primera misión conjunta.

El primer enfrentamiento con algo que no comprendían del todo.

Orien asintió una vez. El guerrero volvió a ocupar su rostro.

—No tenemos que arreglarlo ahora. Pero quiero que sepas que estoy aquí.

—Yo también —respondió Lyra, pero sus ojos no lo miraron—. Solo que ya no soy la misma.

—Lo sé. Yo tampoco.

Y aún así, cuando descendieron juntos hacia la sombra del abismo, lo hicieron codo a codo.

Porque a pesar del hielo, a pesar del pasado, seguían siendo una fuerza temida por los dioses.




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