La isla de Thera estaba muerta.
Sin viento. Sin canto de aves. Sin insectos. Como si el sonido hubiera sido extraído del aire.
Los seis avanzaban en formación. Ronan al frente, escudo viviente. Nova y Kael a los flancos. Juno con sus sensores abiertos. Orien y Lyra en la retaguardia, juntos, pero con una distancia más gélida que su aliento.
Las instalaciones científicas estaban cubiertas de una sustancia negra, como brea líquida que pulsaba con ritmo propio.
Juno se arrodilló para analizarla.
—No es materia conocida. Tiene carga emocional. Como... tristeza cristalizada.
Nova frunció el ceño.
—¿Estamos hablando de barro emocional alienígena?
—En términos simples... sí.
El grupo avanzó.
Fue Kael quien detectó el movimiento primero: una figura emergiendo de entre las sombras de una sala destrozada.
—Contacto. No humano —gruñó, desenfundando sus cuchillas de sombra.
La figura parecía un hombre... hasta que se le vio el rostro: un vacío. Un hueco negro donde deberían haber estado los ojos, la nariz, la boca.
Y tras él... docenas más.
—¿Corrompidos? —preguntó Ronan.
Orien asintió, ya flotando, con su energía crepitando alrededor.
—No muertos. Peor. Infectados por desesperación.
Los atacaron como una ola sin mente. Garras. Gritos huecos. Movimientos erráticos.
Nova se movió entre ellos como un relámpago. Ronan los aplastaba. Kael se fundía en la sombra y los aniquilaba en silencio.
Pero fueron Lyra y Orien quienes enfrentaron al núcleo de la infección: una criatura gigantesca, fusionada con los restos del laboratorio.
El aire temblaba.
—No podemos contenerlo —dijo Lyra, elevando los brazos.
—No necesitamos contenerlo —respondió Orien—. Lo destruimos.
Ella canalizó una tormenta de hielo que congeló moléculas en el aire.
Él liberó una esfera de gravedad inversa que colapsó en el pecho de la criatura.
Un grito distorsionado llenó el ambiente.
Pero entonces, ocurrió lo imposible.
La criatura susurró.
—No soy yo... Es... Kharon... está en todas partes... está en ustedes...
El grupo entero se quedó inmóvil.
Juno registró un pulso.
—La criatura hablaba verdad. Kharon no solo destruye. Deforma. Infecta la mente. Cosecha desesperanza y la convierte en voluntad de aniquilar.
Lyra respiró hondo, el aliento condensado en el aire.
—Entonces ya empezó. Ya está dentro del mundo.
Orien la miró.
—Y tal vez… dentro de nosotros también.
Silencio.
El equipo se retiró con los restos de lo que pudieron salvar: fragmentos de datos, registros corruptos, y un mensaje grabado por la última científica viva.
"No lo miren a los ojos. Porque si lo hacen… se acordará de ustedes."
El miedo ya no era un rumor.
La guerra había comenzado.