Andros ardía.
La ciudad insular, alguna vez una joya del mar Egeo, ahora era una trampa de pesadillas. Edificios flotaban desfigurados, suspendidos por fisuras gravitacionales. El cielo estaba resquebrajado, como si una tela invisible se desgarrara poco a poco.
Los Seis habían llegado demasiado tarde.
—No hay señales de vida —informó Juno desde la nave—. Todos los transmisores silenciados. No por fallo técnico. Por voluntad.
—¿Voluntad de quién? —preguntó Nova con el ceño fruncido.
—De Kharon.
Aetherion y Frostborn descendieron primero. Sus pasos resonaron en una ciudad que ya no tenía ecos. Solo vacío. Calles deformadas por materia fuera de fase. Siluetas humanas impresas en muros. Rostros congelados en gritos que nadie escuchó.
Lyra se agachó junto a una pared cubierta de escarcha espontánea. Tocó la superficie.
—Esto no es muerte. Es… olvido. Como si los arrancara de la existencia misma.
Orien flotaba por encima, observando los patrones fractales que se formaban en el aire. La energía del lugar era inestable, viva.
—Kharon no vino solo a destruir. Vino a reescribir las reglas.
De pronto, un estruendo sacudió el este de la ciudad.
Titan gritó por el comunicador:
—¡Tenemos movimiento en el distrito financiero! ¡Algo grande!
Corrieron.
Lo que vieron no tenía forma exacta. Una entidad masiva, compuesta de fragmentos de los edificios, vehículos y... cuerpos. Como si la materia se hubiera fundido en una sola voluntad de furia.
—Eso... eso es la ciudad —dijo Pulse, helada.
—¡Nos está atacando con lo que fuimos incapaces de salvar! —gruñó Ronan, golpeando una estructura viva.
Blitz intentó rodearlo, pero fue derribada por una onda expansiva que fracturó el pavimento.
—¡Es demasiado grande! —gritó Kael, que luchaba por mantenerse camuflado entre sombras que ya no obedecían la física normal.
Aetherion cerró los ojos.
—Voy a intentar colapsarlo desde dentro.
—No, Orien, no es estable —advirtió Lyra—. Te va a consumir.
—No tenemos opción.
Orien se transformó en pura energía. Un destello de azul incandescente atravesó la entidad desde su núcleo.
Un rugido vibró desde todas las estructuras del lugar… pero cuando la luz se desvaneció, la criatura seguía ahí.
Y peor aún: había aprendido.
La forma de Kharon surgió brevemente entre las ruinas. Solo un parpadeo de su figura alada, los ojos como agujeros de estrellas muertas.
—Dioses… —susurró Nova—. Está jugando con nosotros.
Y entonces, la ciudad… desapareció.
No colapsó.
No explotó.
Simplemente ya no estaba.
Una isla vacía, sin rastros de arquitectura. Solo roca. Como si nunca hubiese existido.
Los Seis cayeron de rodillas, sin palabras.
Lyra temblaba. Por primera vez en años, no por frío.
—Hemos perdido.
—No —susurró Orien, apoyando su frente contra la de ella—. Hemos visto lo que puede hacer. La próxima vez, no iremos a detenerlo.
—¿Entonces qué?
—Iremos a matarlo.