El viento cortaba como cuchillas de cristal.
Los Seis se encontraban en lo alto de las ruinas de Tarsis del Norte, una ciudad congelada por completo desde la aparición de una grieta dimensional.
Habían recibido una señal de emergencia humana. Lo que encontraron fue una emboscada.
“¡Son espectros! ¡No humanos!”
Nova gritó por el comunicador mientras esquivaba un proyectil hecho de oscuridad líquida.
Juno gritaba coordenadas desde su dron aéreo. Titan y Ironshade contenían la retaguardia. Las criaturas no eran físicas, pero devoraban con desesperación cualquier fuente de calor.
Y en el centro de todo, Lyra se sostenía apenas.
Su respiración era visible, entrecortada. La temperatura había descendido a niveles inhumanos. Su cuerpo temblaba, pero no de frío… sino de poder.
—Lyra —la voz de Orien crujió por el canal—. Necesitamos que no pierdas el control.
Ella no respondió. El campo a su alrededor se volvió blanco. El hielo crecía con violencia, quebrando metal y piedra, como si el mundo mismo sangrara escarcha.
Una criatura saltó hacia Nova. Lyra extendió la mano. No fue solo una lanza de hielo.
Fue una estaca de entropía pura, que desintegró al enemigo... y casi a Nova.
—¡¿Estás loca?! —gritó la velocista—. ¡Ese rayo me rozó!
Lyra no escuchaba. Sus ojos brillaban con un azul inhumano. Sus venas se iluminaban. La entropía se le escapaba por cada poro. Su alma crujía bajo el peso del vacío.
Orien aterrizó frente a ella. Su armadura energética chispeaba. Caminó lentamente, con las manos alzadas.
—Lyra, mírame.
Ella jadeó. El hielo subía por sus brazos, formando una segunda piel helada. La nieve caía en espiral, guiada por su poder.
—No quiero hacerles daño —dijo, con voz quebrada.
—Entonces vuelve a mí.
—No puedo. No sé cómo parar.
Orien se acercó más.
—Sí sabes. Siempre lo has sabido.
Ella dio un paso atrás. El suelo se congeló bajo sus pies. La temperatura descendió a -130 °C. Nova y Juno huyeron a cobertura.
Orien no se detuvo.
—¿Por qué crees que me fui? Porque cuando te vi romperte, yo también lo hice.
Ella cerró los ojos.
—Creí que ya no sentías nada —susurró.
—Siento todo. Por ti. Por eso me congelaba. Porque sentirte... me consumía.
El hielo comenzó a ceder.
Orien la rodeó con los brazos. Su campo gravitacional equilibró su aura. Energía y entropía se trenzaron. Un vórtice de calma los envolvió.
El silencio fue absoluto.
Lyra apoyó la frente en su pecho.
—Perdón —murmuró.
—Estamos juntos. Incluso en las tormentas.
El hielo se detuvo.
Y por primera vez en años… Lyra lloró.