La lluvia caía como metralla líquida sobre Nairobi Beta, un asentamiento humano aún intacto. La ciudad era el nuevo refugio para los desplazados.
La misión era simple: evacuar antes de que la grieta cercana creciera.
Pero Kharon no permitió esa paz.
Criaturas oscuras emergieron del cielo: ángeles invertidos, esqueletos de luz negativa. La ciudad se convirtió en un campo de guerra.
Los Seis se dividieron.
Orien y Titan guiaban a los civiles. Pulse y Blitz intentaban cerrar la grieta con el prototipo de dispositivo que Juno había creado. Ironshade y Lyra combatían directamente.
En el caos, una pequeña unidad de médicos y refugiados quedó atrapada bajo un edificio colapsado.
Un joven soldado —Evan Reiss, solo 19 años, sin poderes, voluntario civil— gritaba por ayuda desde los escombros.
Kael (Ironshade) fue el primero en verlo. Corrió, activó su camuflaje, cargó con él y con dos niños heridos. Regresó por la madre.
Y fue entonces cuando cayó la criatura.
Un titán de sombra, como un coloso informe, descendió sobre los restos del edificio. Ironshade gritó. Juno intentó redirigir la energía para crear una barrera, pero era tarde.
Evan empujó a la mujer. La salvó.
Y murió sepultado por la bestia.
Silencio. Un silencio seco, definitivo.
Orien sintió el pulso del alma extinguirse. Titan cerró los ojos con rabia. Blitz gritó con impotencia.
Cuando terminaron de evacuar, el nombre de Evan quedó registrado en la base de datos como el primer civil en caer junto a los Seis.
En el funeral simbólico, Lyra habló:
—No era un dios. No era un soldado. No era una leyenda.
Era un niño con coraje.
Y eso basta.
Kael se quedó solo en la terraza después. Titan lo acompañó. Ninguno habló.
Hasta que Kael murmuró:
—No puedo volver a fallar así.
—No fallaste. Lo salvaste. A él y a todos los que logró mover.
—Y sin embargo… está muerto.
Titan puso una mano en su hombro.
—La diferencia entre los héroes y los dioses… es que nosotros sentimos cada pérdida. Y aún así, seguimos.
Orien y Lyra miraron el cielo esa noche.
La grieta aún sangraba luz negra sobre el horizonte.
Pero en sus manos entrelazadas, aún había calor.
Aún había vida.