El mundo se agrietaba.
Kharon, debilitado pero no vencido, liberó su esencia en múltiples frentes. Su voz resonaba en la mente de millones, sembrando desesperanza.
Orien, apenas estabilizado, fue evacuado por Ronan y Kael. Su forma energética oscilaba entre la vida y la disolución. Pero él solo decía una cosa:
—Deténganla. A ella.
Porque Lyra ya no era Lyra.
Desde el centro del campo de batalla, Lyra caminaba, sola, sin expresión. Sus pasos congelaban la tierra, el aire, el tiempo. El artefacto apenas había contenido a Kharon; la fricción dimensional despertó en ella una reserva oculta, una llamada que nadie comprendía.
El poder de la entropía total.
El hielo no era solo materia: era ausencia. Ausencia de calor. Ausencia de vida. Ausencia de alma.
—Ella está rompiendo la termodinámica —susurró Juno, observando los datos—. Si no la detenemos, detendrá el tiempo mismo.
La temperatura del mundo descendía en cascada.
Una tormenta global se extendía desde el epicentro. Nieve negra. Rayos invertidos. Cielos enmudecidos.
Frostborn había despertado.
Lyra caminó hacia el cuerpo reconstruido de Kharon. No le habló. No rugió. No suplicó.
Solo extendió su mano.
De ella surgió un campo de hielo vivo, serpenteante, que perforó cada una de las estructuras del dios, congelando sus núcleos de energía residual.
Kharon gritó como una estrella moribunda.
—Ni el vacío me detuvo... —jadeó— ...tú tampoco podrás.
Pero Lyra no respondía. Sus ojos estaban blancos. Su alma... atrapada en un lugar de frío perfecto.
Fue entonces cuando Orien llegó, tambaleante, semi-formado, con ayuda de Ronan. Aún débil, aún humano. Pero determinado.
—¡Lyra! —gritó—. ¡Vuelve!
Nada.
Orien cayó de rodillas. Abrió su pecho. Liberó una pequeña porción de energía gravitacional… y la lanzó a su corazón.
Un acto suicida.
El impacto lo hizo gritar. Pero no murió.
La atrajo.
Lyra se giró, por primera vez en minutos.
Y su expresión cambió.
—¿Por qué…?
—Porque no quiero salvar el mundo sin ti.
No sin tus silencios. No sin tus miradas. No sin tu voz.
Lyra cayó. Se derrumbó en sus brazos.
La nieve se detuvo.
Y el mundo… respiró.