Un mes después del último enfrentamiento, el mundo comenzó a sanar.
Las ruinas de la Tierra, aunque visibles, no eran la marca de su destrucción. Eran el símbolo de su renacimiento.
Los Seis habían desaparecido del ojo público, pero su trabajo no había terminado. Juno se convirtió en la líder de un nuevo proyecto para educar a jóvenes superhumanos en el control de sus poderes, usando los conocimientos adquiridos durante la lucha contra Kharon.
Nova, siempre rebelde, estaba trabajando en una nueva red de comunicación entre los países, asegurándose de que nunca más el mundo estuviera a la merced de un enemigo desconocido.
Ronan, ahora completamente regenerado, tomaba la delantera en la creación de una nueva organización para la protección de la humanidad, fundada en la memoria de los sacrificios de sus compañeros.
Pero todo lo que estos seis habían logrado, todo lo que habían dado, ya no era para el mundo. Ahora, ellos también era leyendas. Héroes sin nombre.
Pero Orien y Lyra, más que nunca, se apartaron de los demás, buscando la soledad que, por fin, podían compartir.
En el norte, en una pequeña cabaña que casi no podía ser encontrada en los mapas, Orien y Lyra se despertaron con la luz del amanecer.
Orien estaba sentado junto a la ventana, mirando el horizonte.
Lyra se acercó, y tomó su mano, entrelazándola con suavidad.
—¿Crees que dure? —preguntó ella, sin mirar a nadie más que a él.
—El mundo no lo sé. —Él sonrió, mirando el cielo brillante—. Pero tú y yo... sí.
Juntos, miraron el sol ascender, con la promesa de que, pase lo que pase, su mundo nunca más estaría lleno de oscuridad. Porque en el corazón de ese día, había algo nuevo. Algo que ni los dioses ni los monstruos podían destruir.