Después de la vista con la nueva psicóloga, Adam pasea por las calles de Boston absorto por sus pensamientos.
Se sienta en un banco frente a un lago y levanta la cabeza observando a unos cisnes nadando tranquilamente.
La brisa que atrae el lago le provoca una sensación de frío y se mete las manos en los bolsillos de su chaqueta. En uno de ellos nota algo rugoso y lo saca extrayendo un papel doblado.
Lo desdobla y en él observa una frase escrita:
"Los recuerdos siempre aportan algún sentimiento que lo llevas perdido"
Con la nota en la mano, se queda observándola y leyéndola una vez más quedándose pensativo, pensando en esos momentos que tuvo antes de cambiar.
Tenía amigos e incluso novia. Recuerda aquellos momentos de playa y de fiesta junto con sus amigos donde se pasaban toda la tarde haciendo una tontería de adolescente.
Recuerda su primer beso junto con la chica que le había encantado desde el primer curso y que se había convertido en su novia, pero lo más importante es que recordaba su infancia. Una infancia que duró muy poco.
Aquellos recuerdos se encontraban en una parte de Adam.
En una parte donde estaban desapareciendo lentamente dejándolo todo gris, dejándolo todo atrás y nunca más volver.
Sin embargo, al leer la frase lo recordó todo y se dio cuenta de lo que la psicóloga pretendía hacer volviendo en sí al sonar la alarma de su teléfono anunciando las ocho de la tarde.
Se levantó del banco y rompiendo el papel en pedazos lo tiró en la papelera y se fue hacia la psicología.
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—Buenas tardes, Adam. Tu psicóloga te está esperando—dijo una mujer al entrar.
—No me importa si está o no, solo quiero irme lo antes posible—dijo eso y se fue hacia la planta tres subiendo las escaleras evitando el ascensor.
—Hola, Adam—dijo la mujer cuando el chico entró por la puerta y se sentó en uno de los sillones de cuero que había sin decir nada—Cómo estás?
Nada. Ni una palabra salía de su boca.
—¿Has leído la nota que te había dado?
—Si cree que soy imbécil, está muy equivocada. Sé lo que intentas hacer con las notas y no te va a funcionar.
—Entonces, recordaste algo, pero no sentiste nada?—sabía que el chico era más listo que ella así que decidió no ocultarlo—Interesante.
Sin que el chico le hablara, ella lo sabía. Sabía su respuesta, pero no comprendía cómo no podía sentir nada, ni siquiera pena, felicidad o tristeza.
—Las notas son algo que te hacen reflexionar Adam, no por el sentido de la vida sino por ti. Te hacen ver como eres en realidad, que piensas y lo más importante lo que sientes cuando lo lees. No te quiero hacer ver cómo son las personas que te voltean sino que quiero hacerte ver como eres tú en realidad y que te des cuenta de este cambio que has hecho en tu vida.
Con estas notas yo quiero que recuerdes los recuerdos olvidados, los de tu infancia.
—Los recuerdos de la infancia son algo que se tienen que olvidar cueste lo que cueste y para mí esos recuerdos están muertos, ya no existen—dice bruscamente.
Angeline se queda parada durante un instante ante su respuesta y toma su libreta para apuntarlo. Mira al chico y se da cuenta de que hay algo que no encaja.
—Tu respuesta es diferente e insignificante. A qué te refieres con eso?—le pregunta mientras lo mira fijamente.
—¿Acaso importa? Todos vosotros sois iguales.
—Te lo dije Adam y te lo vuelvo a repetir, no todos somos iguales, yo intento ayudarte.
—¿A sí? Lo mismo dijo el señor Law, pero se fue y no volvió. Prometió que me ayudaría y que ya no volvería a este lugar. Pero mírame, sigo con lo mismo desde hace tres años.
Eso era extraño y a la vez curioso para la psicóloga. Los otros no le habían contado que Adam tuvo un psicólogo y mucho menos de que se encargó de él durante dos años.
Con el sonido del reloj grande que se encontraba en la plaza cerca, daba la hora exacta para las diez de la noche, la hora donde se terminaba la visita.
Al oírlo el chico se levanta del sillón y antes de salir, la mujer le entrega otro papel con una frase distinta. Este lo rechaza, pero la mujer insiste y al final se lo guarda en el bolsillo y se va cerrando fuertemente la puerta detrás de él.
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Sola en la habitación Angeline se sienta de nuevo en el mismo sillón y abre su libreta. Con un bolígrafo en la mano derecha, empieza a apuntar diferentes cosas sobre Adam.
Extraño comportamiento sin mostrar sentimientos ni emociones.
No muestra o expresa ninguna emoción ya sea enfado, irritación, disgusto, tristeza cuando habla.
La gente es incapaz de reconocer alguno de sus rasgos.
Posible causa: Alexitimia Incapacidad para reconocer las propias emociones y los propios sentimientos para expresarlo.
Aunque no fuera verdad o mentira, Angeline sabía que la Alexitimia no era muy frecuente y tampoco tan abundante en una persona. Sabía que esta enfermedad solo pocas personas la tenían o solo pocas llegaban a tenerla, pero si eso pasara, se curaría a la persona devolviéndola a su estado normal. Mostraría los sentimientos más básicos como la alegría o el enfado. Volvería a tener sentimientos, los volvería a mostrar y sobre todo no se encerraban en sí mismas.
Necesitaba más información sobre esta enfermedad y sabía cuál era la persona adecuada.
Tomó su teléfono de su bolso y la llamó.
—Doctora Grace, ¿cuál es su emergencia?—respondió una mujer con voz suave.
—¿Grace? Hola, soy Angeline.
—¿Angline? ¿La psicóloga?
—La misma. ¿Te acuerdas del favor que me tenías que devolver?
—Sí.
—Te necesito urgentemente. Nos vemos mañana en el Palace Green a las cinco.
—Bien, allí estaré.