La mañana comenzó con una brisa fuerte de frío, de esas que se dejan después de la lluvia y que queda durante varios minutos antes de que salga el sol.
El timbre sonó dejando un ligero tránsito de melodía que sonaba en toda la habitación.
Varios segundos después volvió a sonar dos veces hasta que una voz sonó detrás de la puerta.
―¿Señora Slowsky? Traigo un paquete de parte de la doctora Grace Britt.
―¡Si, ya voy!―respondió la mujer con una voz suave.
Abrió la puerta y cogió el paquete dándole al chico una pequeña propina y se fue.
Angeline se acercó hacia el comedor y se sentó en el sofá dejando la caja encima de la pequeña mesa que tenía enfrente suya. Observó durante un rato el pequeño paquete y lo abrió.
Con sus manos cogió un pequeño frasco de cristal y se lo acercó para verlo más de cerca.
Era un líquido de color turquesa transparente, casi sin que se pudiera ver el color.
Tomó el móvil que se encontraba a su lado y llamó a Grace.
―Hola, Angeline. ¿Ya recibiste el paquete?
―Sí―afirma ella.
―Bien, en él se encuentra un frasco de color turquesa, casi transparente.
―Eso ya lo sé. Me podrías decir qué es?―pregunta impaciente.
―En él se encuentra un medicamento para adormecer a los pacientes. Las instrucciones son muy fáciles, solo tienes que poner una gota en un vaso de agua y se lo das al chico.
―¿Qué? ¡No puedo hacer eso!
―Si quieres demostrar que el chico no tiene nada, lo tienes que hacer.
―Pero esto no es la manera en que pensaba.
―Es la única manera porque sabes que Adam no asistirá contigo y además de eso, Kayl lo llevará.
―¿Has hablado con Kayl?
―Sí―afirma Grace dejando salir un suspiro.
―¿Y habéis hablado sobre...?
―Todavía no, no es el momento adecuado.
―Igualmente si no le cuentas, llegará un momento en que lo descubrirá él.
―Lo sé, pero dejemos eso. Cuando llegues a la psicología solo tienes que mezclar el medicamento con agua y dárselo para que lo beba, con un sorbo ya es suficiente.
Sé que lo harás.
―Eso espero.
●●●●
Después de hablar con Grace, se cambió de ropa y se dirigió hacia la psicología.
Al llegar ahí, en frente de la puerta había un papel pegado. Lo despegó y en él había escrito una reunión a las ocho en punto, exactamente dentro de una hora.
―Buenos días, Samantha. ¿El papel colgado para que es? A qué se debe la reunión?―preguntó ella mientras entró por la puerta.
―¿Señora Slowsky, todavía no lo sabe? Pensaba que la habían avisado ayer.
―¿Avisarme?
―¿Sí, no recibió una llamada?
Angeline buscó en su bolso el móvil y lo sacó. Entró para ver si había alguna llamada, pero nada, ninguna llamada perdida o mensaje.
―No, no hay nada.
―Entonces el señor Stanford olvidó avisarla.
―¿Avisarme sobre qué?―inquirió saber.
―Sobre la reunión que se celebra para darle la bienvenida a Katherine, la nueva sub directora de la psicología y hablar sobre los nuevos cambios que se harán.
―Pero no puedo asistir a la reunión. Tengo a Adam a las ocho en punto.
―Ni hará falta que asista señora Slowsky―dijo una voz que provenía de detrás, era Stanford-. Ocupase del chico―dijo eso y se fue.
Ni con el más mínimo esfuerzo le hizo caso a sus palabras y Angeline se fue hacia su despacho. Se sentó en su silla de cuero y se quedó esperando a Adam. Pasaron varios minutos y el chico no aparecía.
Miró el reloj de la pared que daba a las ocho y media.
―Señora Angeline, debo pedirle que se vaya si no tiene que atender a alguien―dijo Samantha al entrar en su despacho.
―Los psicólogos no se pueden ir indiferentemente si no tienen a nadie que atender.
―Lo sé, pero con la reunión nadie puede quedarse en sus oficinas, esa es una de las normas que se han restablecido hoy.
―Bien, me iré, pero antes me podrías hacer una copia de esto?―dice entregándole un papel.
―Claro.
Angeline se quedó sola en el despacho y preocupada a la vez. Esta era la segunda vez que Adam faltaba y no sabía por qué. Los días que pasaba con él resultaban dar un progreso lento pero efectivo.
Querría saber más sobre el chico, pero no encontraba la manera exacta y aunque esa era la idea más útil. Pero no, no debía tocar los temas sensibles del chico.
¿Pero, y si lo hiciera? ¿Cambiaría algo?
Esas eran las preguntas más frecuentes que se le pasaban por la cabeza y una de ellas era la opción que necesitaba. Pero no podía, simplemente era algo incapaz de hacer.
Su estudio sobre las mentes de las personas que ha estado estudiado durante todos estos años, ha logrado averiguar qué todos somos diferentes e incluso saber cómo cada uno de nosotros pensamos, pero, Adam era diferente, se diferenciaba en algo que incluso ella no sabía cómo descifralo.
Sabía que era diferente, pero no sin sentimientos que incluso ella pensaba que eso era imposible, una persona sin sentimientos. Era extraño, pero a la vez curioso y le intrigaba averiguar más y más cada día.
No podía contener las preguntas en su cabeza, pero no las soltaba. Las dejaba allí en un rincón hasta que se perdieran o las respondía más tarde con la ayuda de un libro, pero nunca las soltaba.
―Ya están las copias, aquí las tiene―sonó la voz de Samantha que interrumpió sus pensamientos al instante.
―Gracias, cogeré mis cosas y me iré, volveré mañana. Sobre cualquier cambio me informas.
―Claro.
Salió de la psicología y tomó el camino de siempre para llegar a su casa, el que pasaba por el parque anaranjado de otoño. Una gota de lluvia cayó sobre su chaqueta de piel avisando que la lluvia melancólica llegaría.
Se paró en seco al ver una figura que estaba sentada en un banco mirando hacia el lago. Le parecía conocida, al ver la ropa negra y oscura que llevaba. Se acercó hacia ella y se sentó a su lado.