Se despertó en la mañana fría de otoño y siguió su rutina de cada mañana. Preparó una taza de café y se acomodó en el sillón que se encontraba cerca de la ventana.
Contemplaba por la ventana como las hojas de los árboles se caían y como algunos niños corrían uno detrás del otro, jugando. Una mujer que se encontraba sentada en un banco llamó a su hijo y le volvió a colocar el gorro bien que estaba a punto de caerse, después, le dio un beso en la frente y lo envío de vuelta a jugar.
Angeline veía como los niños reían y como sus padres los miraban con ternura en los ojos. Veía como cada uno de ellos expresaba su felicidad en su rostro y como jugaba sin ninguna preocupación.
Al parecer, eso le trajo muchos recuerdos, desde cuando ella era pequeña. Su padre, que era un psicólogo, y su madre, una doctora astuta y perspicaz, tal y como ella. Recordó aquella vez cuando por primera vez la llevaron en el parque y la dejaron jugar, corriendo colina arriba. Le gritaba a sus padres desde lo más alto y los saludaba con la mano y una sonrisa en su rostro y ellos le devolvían el saludo con mucho entusiasmo. Aquella sensación que sentía la hacía sentir bien y querida.
Cuando empezó a adentrarse en el mundo de la psicología descubrió que no todos los niños y niñas, incluidos adolescentes, no tuvieron esa suerte que ella. La mayoría de ellos se pasaban su vida en el orfanato hasta cumplir dieciocho, algunos de ellos tenían la suerte de ser adoptados y algunos, ocurrían a otras maneras.
Había hablado e interactuando con ellos durante varios años y los resultados de cada uno cada día mejoraban. Ella misma se alegraba de verlos sonreír y hablar a pesar de haber pasado por tanto.
A veces lograba hacer cosas que ningún otro psicólogo o ninguna otra psicóloga podría hacer, sacarles los sentimientos más profundos que tenían guardados y aislados en sus interiores.
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Al mediodía salió de su casa y se fue a la psicología, esperando encontrar a Adam en el sillón de cuero sentado, pero no fue así. El chico llevaba desaparecido durante dos semanas y no daba ninguna señal.
―¿Angeline?―desvío su vista y vio a Samantha.
―Dime Samantha.
―¿Podemos hablar un momento?―pregunto ella con la mirada firme―. En la oficina de arriba, por favor.
―Claro.
Los tablones sonaban a cada paso que ellas daban y, a juzgar por eso, era claro que la madera de la cual la escalera estaba hecha era vieja. Subieron las escaleras hasta dar con los despachos de arriba, los cuales algunos de ellos no eran usados. Observó que al final de todo había una habitación más grande que las otras y que había puesto un cartel, el cual no logro leerlo.
―Bien, después de ti―le dijo Samantha abriendo la puerta―. Te hablaré sobre los cambios que se darán en la psicología a partir de mañana, pero, quiero que no le cuentes a nadie de donde lo sabes, ya que esta información es parte de la junta que hubo la vez pasada.
―Lo prometo, sigue.
―Como te conté, hubo una reunión con la directora y con la mayoría de los psicólogos.
―¿La mayoría?.
―Sí, y Stanford estuvo allí. Los nuevos cambios que se harán tienen que ver con los puestos de los psicólogos. Con esto quiero decir que cada día cada uno de ellos se cambiaran y hablaran con personas diferentes. Según la subdirectora, esto ayudará la comunicación entre diferentes psicólogos y pacientes, teniendo así mejor confianza y comunicación.
―Pero eso no tiene sentido, los otros psicólogos no sabrán cómo actuar delante de las otras personas, indiferentemente si hacen esto cada día―dijo eso mientras la inquietud la invadía por completo.
―Sí, pero piensa que son psicólogos expertos, saben cómo trabajar con cada mente y con cada persona.
―¿Lo sé, pero qué quiere conseguir con esto?
―No lo sé, solo sé la información que está permitida. Lo único que te puedo decir es que no dejes a Adam con ningún otro psicólogo, indiferentemente cuál sea, solo tú lo puedes ayudar. Y sé que lo harás, porque eres capaz de entender al chico―Angeline no soltó ninguna palabra más ante eso, se quedó callada mientras miraba a Samantha.
―¿Cómo sabes todo esto? ¿Asististe a la reunión?―logro decir al cabo de dos segundo.
―No, pero al igual que si estás dentro o no, siempre sabes lo que pasa―dijo eso levantándose y salió por la puerta.
La habitación quedó inundada en un silencio externo, el cual parecía que no se iría. Sentada en la silla, no se daba cuenta como es que Samantha sabia tantas cosas y que le querría decir con la última frase antes de irse.
La conversación que tuvo con ella la dejo en los pensamientos. No sabía exactamente de donde había sacado eso ni menos si decía la verdad. Lo único que sabía es que no entendía por qué de repente estos cambios tan bruscos y, lo más importante, que harían ellos y sobre todo ella con Adam. Sabía que ese chico tenía los días contados en la psicología y no podría dejar que se lo llevarán y tampoco cambiarlo de psicólogo, ya que sabría las consecuencias.
De un modo u otro, tendría que verse con él y sacar adelante el plan que tenía junto con Grace, pero antes de eso, tenía que hablar otra vez con Samantha, puesto que esa mujer sabía más que ella y más sobre lo que en un futuro próximo podría pasar en la psicología. Por su mente iban pasando muchas cosas, pero hasta ahora no podría confiar en las palabras dichas por Samantha hasta verlo con sus propios ojos y conocer a la nueva subdirectora.
Decidida salió de la habitación y se dirigió hacia la sala que se encontraba justo adelante y arrancó el papel que decía:
"Próxima reunión el viernes a las tres de la tarde. Solamente están autorizados a venir los psicólogos anunciados por la nueva subdirectora Katherine".