Los siameses Berthol

El cuarto y la mosca

La muerte había venido al mundo y de la peor manera posible. En carne y hueso. Como si el averno existiese en la tierra.

 

 

 

La mosca se alimentaba absorbiendo los jugos de la sangre coagulada. Entré al cuarto sin querer en medio de la oscuridad, cuando mis ojos querían escapar de mí, ante el espanto de tan macabra figura. No suelo tener nauseas, pero el vómito era inminente, cuando ese rostro que intentaba moverse, estando amarrado en la silla con una atadura bien efectiva, pudo notar mi presencia. No pidió auxilio, solo dijo que escapase de allí con apenas una voz calma, esperando que su deceso fuese efectivo, para no sentir dolor. El sitio olía a cadáver, y los instrumentos se hallaban ubicados uno por uno en la mesa. El cuerpo observaba al frente la pared cuya mancha de suciedad hacía pensar que el aseo de todo el lugar era de carácter imposible. Caminé unos metros con el pálpito de que podría ocurrir algo en cualquier momento. La superstición del miedo era tan afable a mi pensamiento que lo consumía hasta preguntarme cómo actuar ante tal situación. El grifo de la canilla goteaba incesantemente, y ese sonido el único que la sala presentaba conjuntamente al cantico de aquel insecto que se daba un festín. Con la palma de mi mano acerque ella al agua, que parecía que era lo único que tenía vida, o en su defecto quería darla. Las atrocidades parecen sueños hasta que se reflejan en la realidad. La verdad de la mentira que se esconde en leyendas.

 

Estoy perplejo observando cada una de esas gotas. Una, dos, tres, cuatro, y cinco. Así sucesivamente. Y luego observo en esta penumbra, como la luz que flaquea intenta decirme algo, tal vez para dar más motivos a este infierno de cuatro paredes ¿Por qué ocurre lo que ocurre a la luz de mis parpados que se cierran y abren?. Se cierran y abren constantemente, y esa figura amarrada en la silla de madera, que apenas parece aguantar su peso por los años de uso, a veces desaparece, y vuelve aparecer. Como un fantasma, espectro moribundo del limbo que no descansa en paz.

 

 

 

 

Pero ese ser está vivo, realmente está vivo, o eso creo ¿O no? Ese ser esta allí en ese asiento, siendo consumido en sus jugos por la mosca. Aquel insecto perverso que se aprovecha de la debilidad de la carne. Los tejidos de los músculos de su semblante en aquel putrefacto espécimen estaban en su plenitud. Solo su rostro, parte de sus brazos, dos de sus dedos amputados, y su pierna derecha denotaba apenas su hueso. Y la mosca vil engendro, se aprovechaba de tal.

 

Deje de ver la caída del agua como algo tan efímero, cuando ella se trasladaba a la rejilla para seguir su curso. Alguien aquí lograba irse, sin ser visto. Algo de lo normal en este ciclo ocurría. Voltee como pude mi mirada al otro sector donde había un mueble vetusto. Arcano como de la época de unos cien años. Un cuadro misterios en blanco y negro de una foto colgaba al lado en la pared. Un hombre de bigote con traje de frac, y dos niños a su lado. Dos menores que no podía notar en su aspecto. El hedor súbito se hace muy profundo en mi anatomía, y vuelvo a vomitar de un sobresalto digestivo. Ni siquiera mis órganos aceptaban esta pesadilla. Con cuidado palpé la mesa y tome uno de los instrumentos. Un escalpelo, luego a paso lento me dirigí al mueble. Tenía dos puertas. Era un placar, con mi mano abrí parte de él. Unas ropas viejas colgadas se guardaban en ese espacio que mantenía una cierta libertad. Eran trajes. Sacos de ambo de color marrón y negro. Un papel sobresalía del atuendo marrón, y con ello una polilla que denotaba que ese había sido su hogar durante demasiado tiempo. Era una nota, quise tomarla al extender como podía mi mano. Comencé por causa desconocida a temblar, la nauseas continuaban, pero estaba temblando, y tal vez sabía el porqué. Desde el dedo índice, hasta el brazo, y luego todo mi cuerpo. Camine unos pasos sin voltearme hacia atrás, sin perder la vista del vetusto placar. Algo allí dentro quería consumirme.

 

Me dirijo hasta aquella criatura que presa del dolor, que atinó a respirar una bocana de esfuerzo, para nuevamente con sus fisonomías musculares descompuestas pudiese decirme nuevamente que me fuera de allí.

 

Escasamente entendía, lo que él, o yo, y quien sabe pudiésemos estar haciendo aquí. Ahora observo el techo, mi visión escasea, y estoy mareado, los temblores continúan.

 

 

 

 

La criatura comienza a reírse, se ríe en demasía, y su sangre se escapa de sus poros, la mosca vuela alrededor, y todo comienza a dar vueltas. Muchas vueltas. Todo como una calesita gira a en una dirección a gran velocidad, y luego muda en la misma a otra dirección. Todo se transforma en una confusión, y no logro entender. El goteo del agua acelera su prosecución. Y solo el sonido pavoroso de la mosca que parece convertirse en algo mayor. Y ahora es tan grande como el propio humano, se pone frente al hombre amarrado, y en su visión de muchos cuadros se acerca con sus ventosas abiertas absorbiendo su rostro. Mis ojos se nublan en cataratas, y no puedo abrirlos bien.

 

Los cierro certeramente, y todo es oscuridad plena. Al abrirlos puedo verlos a ellos allí con una cuchilla, desmantelando lo que resta de aquel ser. Sus fisonomías abominables que hacen creer en la miseria, y expiración sobre algo tan normal, en el terrenal tránsito que nos lleva de la mano.

 

Vuelvo a cerrar los ojos por aquella destrucción, para abrirlos nuevamente. El cuarto y la mosca siguen allí. Y la criatura con su vista al frente. Y yo, y yo estoy aquí, y no estoy ¿No sé dónde estoy?

 

En algún punto se debe regresar de donde se está, pero no sé dónde estoy. No lo sé. Tampoco he de preguntar a la mosca, ni al cuerpo, ni al espacio. Hasta ni siquiera a mí mismo puedo preguntarme como regresar de este pozo que la curiosidad me ha hecho ingresar. Lugar lúgubre de la nada, donde la desventura me atrapo por completo sin darme cuenta, sin posibilidad de poder escaparme.




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