Hundida en la oscuridad total de mi mente busqué desesperadamente salir de esa prisión sin fin. Desorientada no lograba sentir mi cuerpo, no entendía a dónde me encontraba. A ciegas, todo estaba en una oscuridad total como en un pozo gigante que me hubiese tragado entera dejando mi cuerpo en el borde allá arriba. No alcanzaba sentir ninguna pared, solo vacío, un vacío total.
Quería llorar, gritar, pegar, quebrar, arrancar, lo que sea, todo, con tal de salir de aquí. Pero, ¿cómo llorar sin tus ojos? ¿Cómo gritar sin tu voz? ¿Cómo pegar, quebrar y arrancar sin tus manos? Quisiera huir, correr, ¿huir de qué? ¿De quién? ¿Cómo sin mi cuerpo?
Solamente estaba yo, sola, sin nadie, sin nada, rodeada del infinito esplendor de la oscuridad total.
La preocupación se volvió locura al no saber, ¿cuánto tiempo había estado aquí, minutos, horas, días, meses?
Tenía que estar en el infierno, sin llamas, sin gritos, sola.
El silencio, el horrible y ensordecedor silencio se sumía a la soledad retorciendo mi alma en lo más profundo indefinidamente.
Nada, nadie. Sola, silencio.
Perdida, hundida, consumida, quebrada, no pude más, y abandonando cualquier esperanza de escaparme, deje la oscuridad sumergirme totalmente, entregándome a las fuerzas de la oscuridad victoriosa: mi esencia estaba en sus filosas garras, en el antro del mismo infierno.
*******
En el gimnasio Adam se sintió desvanecerse inexplicadamente. La frustración y la falta de control del estado de Nina lo destruía; él era médico, salvó cantidades de vidas humanas, y la única que realmente le importaba no lograba encontrar la solución. Momentáneamente se odio a sí mismo frente a su incomprensión y su falta de decisión. Sabía que Will tenía razón, pero no lograba renunciar a ella ahora justo cuando estaba más necesitada; mañana sería otro día, otra perspectiva, con la esperanza que se mejoraría pronto.
Viendo al saco y sin guantes, comenzó a pegar tratando de medir su fuerza descargando la mayor cantidad de energía sin reventarlo, puños y patadas, izquierda, derecha, pierna derecha, pierna izquierda; Nina, Nina. No lograba hacerla a un lado para arrinconarla a un lado de su mente. Cuando se repusiera la dejaría ir, tenía que dejarla ir; después de todo, siempre podría ponerle un ojo encima discretamente… solamente para asegurarse que estaba bien… por supuesto. “Vamos, a quién engañas, no la dejaras ir”.
Adam sonrió decidido: ni mañana, ni nunca, la dejaría ir; ahora ella estaba en su vida y por una razón tenía que ser. Él se quedaría con ella, lucharía por ella, la protegería, se reiría con ella, pelearía con ella y harían el amor planeando sus vidas juntos. Contento y sudado sin tomarse la pena de cambiarse ni ducharse, subió de un tiro a la habitación de Nina.
Apenas la vio el ánimo se le bajo, sin planes, ni sonrisas, ni amor, ni siquiera peleas eran posibles si no lograba sacarla de allí. Como si tuviese miedo de despertarla tomó una silla en silencio. Se sentó justo a la par de ella, y delicadamente le tomó la mano llevándosela a su boca, respirando su piel, sintiendo su calor mientras observaba dolido el rostro impasible e inmóvil de Nina.
Suspirando se aproximó a su oreja susurrándole: —Vamos Nina, te espero muñeca, encuentra el camino y vuelve a mí.
Cariñosamente aproximó sus labios para besarle la frente cuando repentinamente la vista de los labios de Nina lo atrajeron a su boca y sin ninguna precaución la besó apasionadamente como si sus labios fuesen la expresión misma de su corazón latiendo por ella; de repente la ternura se convirtió en una exigente presión, sin ninguna gentileza más que la misma desesperación hasta arrancarse una lagrima largamente reprimida durante ese interminable mes.
Cuando por fin logró liberarse, ningún cambio altero el rostro inmóvil de Nina, ni siquiera el ritmo constante y débil de su corazón. Y como una flor marchita, sus esperanzas se cayeron hasta el último pétalo. Un rictus en su boca delató el estado de enojo de Adam y girando sobre sus talones hacia la puerta escuchó el monitoreo del corazón de Nina acelerar. Sin poder creerlo se volvió lentamente hacia la pantalla cuya curva iba a un ritmo desenfrenado y crescendo. Sin esperar más Adam buscó en el armario la vasopresina y la adrenalina por si acaso, luego alisto desfibrilador.
Justo en ese momento el corazón de Nina paro, sin dudarlo Adam impacto a Nina con el desfibrilador: una, dos, tres: nada. Inyectó la vasopresina, de allí comenzó el conteo: jamás esperaría 10 minutos -los 10 minutos más largos de su vida- y como ya sabía, nada cambio, e inyectó la adrenalina: nada.
—¡Vamos Nina! ¡No me hagas eso! ¡Me escuchas! ¡Te traeré de vuelta, maldita sea!
Tomo el desfibrilador con 360 joules: una, nada; dos, nada; tres y…
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Editado: 16.07.2021