Los sonidos del amor

Capítulo 4

De abril a agosto, durante la última etapa de la enfermedad de su madre y en los pocos momentos en que se tomaba un descanso, se había creado una imagen de Natalie Pike.

Dependiendo del humor del momento esa imagen variaba: podía ser una mujer tímida y de voz suave, sin ninguna capacidad para la vida social o podía ser una bruja, con verruga en la nariz y todo. Pero en realidad no encajaba en ninguna de aquellas descripciones. 

De hecho era una de las pocas mujeres que había conocido a las que no parecía impresionarles su posición. La irreverencia y rebeldía de Natalie era una novedad refrescante.

Si cualquier otra mujer hubiese tenido las cualidades de ella, Estefan hubiera estado encantado de conocerla. Natalie Pike, sin embargo, era terreno prohibido. Aunque ella no había elegido a sus familiares el hecho de que tuviese por padre a Harrison Pike constituía un inconveniente insuperable. Tener una relación personal e íntima con aquella mujer implicaba demasiados riesgos. El precio era demasiado alto y él no estaba dispuesto a jugar con su futuro.

El que él supiera demasiado sobre ella o su familia podía haber hecho sospechar a Natalie, así que Estefan se negó a escuchar una versión abreviada de su vida de labios de Pike. Sólo sabía que ahora usaba el apellido de su madre.

Se reprendió a sí mismo por ser más brusco con ella de lo necesario. En el futuro no cometería el mismo error. La verdad era que ya empezaba a sentirse como un agente doble de espionaje, y no le gustaba nada. 

Lo que más le había sorprendido hasta el momento había sido la reluctancia de ella cuando le comentó que le gustaría ver su laboratorio. A la mayoría de la plantilla le entusiasmaba mostrar su departamento y aprovechaba cualquier oportunidad para hacer relaciones públicas. El éxito dependía con frecuencia de la buena opinión que los demás tuviesen de ti.

Estefan cayó en la cuenta, con gran desolación, de que su labor de ángel de la guarda a tiempo parcial se podía pasar a tiempo completo.

-¿Doctor Alexander? Ya ha llegado el señor Carpenter. Está en la sala uno - anunció Becky desde la puerta. 

Estefan tomó la carpeta que Becky le tendió y caminó mientras leía el cuestionario que rellenaban todos los pacientes nuevos.

-¿En qué puedo ayudarle? - preguntó al entrar en la habitación. Carpenter, un hombre de cuarenta y muchos años y con el rostro curtido, estaba sentado en la camilla.

-Creo que tengo artritis, doctor. Me duelen las articulaciones. Algunos días es peor que otros, y hoy es uno de esos días.

 Estefan le inspeccionó la mano que éste le tendía y notó los dedos algo torcidos y los nudillos hinchados.

-¿Cuánto tiempo lleva pasando eso? -Cuatro o cinco semanas. Viene y va. Pero últimamente no se me va. 

Estefan hizo doblar la muñeca al otro hombre.

¿Le duele?

-Sí, aunque me duele más la rodilla derecha. - Y, aparte de eso, ¿cómo se encuentra?

-Más bien cansado... Como si tuviera una gripe que no acabara de curárseme. Y noto las piernas débiles. -¿Cuándo fue su última revisión médica? Carpenter adoptó un gesto dócil.

-No me acuerdo bien. Ni siquiera hubiera venido hoy de no ser porque mi hermano me ha dado la lata. Además, no hay nada que hacer contra la artritis.

-Bueno, ya que ha venido, vamos a hacer que amortice el gasto -dijo Estefan mientras continuaba examinándolo-. ¿En qué trabaja usted, señor Carpenter? En la cara del paciente apareció una amplia sonrisa.

-No podía dedicarme más que a una cosa, con este apellido que tengo. 

Estefan sonrió.

-Claro. ¿En qué tipo de carpintería está especializado?

-Mi hermano Charlie y yo construimos casas. Las mejores de la zona -se jactó el paciente-. Yo me ocupo del exterior y él del interior. Jamás he tenido la paciencia necesaria para el trabajo que él hace.

Estefan le indicó que se tumbase mientras seguía hablando. 

- Charlie y yo somos solteros y pasamos el tiempo libre haciendo cosas para venderlas en las ferias de artesanía. Yo sierro la madera y él las construye. Y no nos va nada mal. 

-Estoy buscando una cajita para guardar una joyas -comentó Estefan al tiempo que revisaba el pecho del hombre-. ¿Podría usted hacer algo así? 

-Sin ningún problema. De hecho Charlie terminó una de esas la otra noche. Ya se qué podemos hacer: se la traeré y así usted me podrá decir si es eso lo que busca.

-Estupendo. El cumpleaños de mi hermana es a finales del mes que viene y me gustaría darle una sorpresa -explicó Estefan al tiempo que ayudaba a incorporarse a Carpenter.

Mientras éste se abrochaba la camisa, Estefan se inclinó sobre una mesa y escribió algo en el formulario. -¿Qué tengo?

Pasaron unos segundos antes de que Estefan terminara de anotar y cerrar la carpeta. Mirando directamente al paciente le dijo:

-Tiene las articulaciones bastante hinchadas. Puede que sea artritis.

El carpintero bajó la cabeza y fijó la vista en la mano que tenía sobre el muslo. Estefan comprendió su preocupación: para un hombre que vivía de sus manos una enfermedad que lo incapacitase era algo devastador.

-Hay diferentes tipos de artritis -añadió rápidamente. Y no todas inmovilizan.

El señor Carpenter alzó la vista con un brillo de esperanza en los ojos.

-No estoy totalmente seguro de que ese sea el problema –aclaró Estefan-. La rigidez del cuello y los síntomas parecidos a los de un resfriado indican que podría ser alguna otra enfermedad. Me gustaría que se quedara en el hospital para que le hagan más pruebas.

-Pero doctor -dijo Carpenter negando con la cabeza-, no tengo tiempo. Además, tampoco estoy tan enfermo. 

-Quiero que le hagan una punción espinal y un análisis de sangre para ver si así identificamos el problema. Si todo va bien le mandaremos a casa en un par de días.

-Seguro -dijo Carpenter con una evidente tristeza. - Voy a llamar a admisiones y quiero que vaya usted para allá inmediatamente. Tan pronto como esté internado le haré una punción lumbar para extraer algo de líquido de su columna vertebral -dijo Estefan explicándole brevemente el procedimiento.




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