Los sonidos del amor

Capítulo 6

-Me temo que no te va a gustar lo que tengo que contarte -le previno Ben Watson, el contable-. He tenido que cancelar varias órdenes de compra. 

La alegría de Natalie se esfumó como el humo.

Joder no, no porque? Meneó la cabeza sientiendo la rabia comenzar a salir con muchísimas ganas de descargarla golpeando a alguien. Aunque se consideraba alguien pacifico cuando estaba fuera de sus casillas se volvía irreconocible.

-Corrígeme si me equivoco pero, ¿no dijiste cuando se anuló el proyecto de remodelación de mi laboratorio que no me perdería nada más? -le recordó ella-. Necesito ese equipo. 

-Ya lo sé. Pero, por desgracia, no puedo hacer nada.

-¿Por qué no?-dijo ella cruzándose de brazos. 

-Hay pocos fondos. Los gastos suben y los ingresos bajan, o sea, que estamos recortando de donde podemos.

Ella hizo una mueca de desprecio.

Me estás diciendo eso desde que llegué. ¿Porque siempre hay dinero para solucionar otros problemas menores? Estoy segura de que el doctor Alexander le ha salido caro al hospital.

-Su material ya estaba en el presupuesto.

-Y el mío. 

-Lo sé y lo siento. La próxima vez lo tendrás.

-Lo quiero por escrito. En sangre, si puede ser. 

Ben rió y el hasta entonces silencioso encargado de compras se le unió.

-Muy gracioso. Creías que no lo íbamos a captar, verdad? Trabajas en el laboratorio y lo quieres es crito en sangre...

Ella forzó una breve sonrisa. 

-¿Para qué se va a utilizar ese dinero?

Los dos hombres se miraron.

-No se ha pensado en nada en particular. Otros gastos varios han sido más altos de lo que esperábamos y nos hemos visto obligados a volver a hacer números.

-Mmmm... Le vais a quitar el dinero a mi departamento para pagar... ¿la consulta del doctor Alexander, quizá? preguntó ella mirando primero a un hombre y luego al otro.

Ben se movió, nervioso. 

-Ya veo -dijo ella, consciente del temblor en su voz.

-Sin médicos ni siquiera necesitaríamos un laboratorio. Ni de microbiología ni de nada -le recordó Ben.

Natalie se puso en pie con la cabeza muy alta. -Y sin laboratorio no podrían atender a los pacientes.

Y con la garganta ardiéndole y una presión en el pecho se apresuró a volver a su territorio. Como le hubiera gustado darle un buen puño en la nariz.

Había elegido trabajar en St. Mark's en vez de en otro lugar porque la dirección había dicho compartir su proyecto de darle a la comunidad servicios de los que hasta ahora carecía.

Necesitaban un laboratorio de microbiología con el equipamiento más avanzado, le dijeron, para atraer médicos a la zona. A ella le había emocionado la idea de desarrollar ese departamento del hospital y aceptó la oferta sin pensárselo mucho. 

Ahora, dos años después, no estaba segura de si había tomado la decisión correcta. Tras trabajar mucho durante tanto tiempo, tras tantas justificaciones y proposiciones, sus esfuerzos aún no habían dado ningún fruto.

Ansiaba que llegase el día en que pudiese demostrar su valía sin la intervención de su familia. Cada uno de los miembros se había ganado una buena reputación en su área profesional: su padre en la ortopedia, su hermano como abogado y su hermana como abogada. Ella quería hacer lo mismo.

Pero aquel día, tristemente, se le había vuelto a escapar de las manos. Una vez más. Su frustración aumentó hasta niveles insospechados y decidió desahogarse antes de perder la compostura en público. 

Tomó el bolso, salió del laboratorio y subió en su Volkswagen para dirigirse a la piscina. Una vez allí el familiar olor a cloro la reconforto. Se cambió y se alegró de tener una hora libre para sí misma antes de que llegasen los alumnos.

El agua parecía un espejo y ella no podía esperar a saltar y sumergirse en ella. De pie en el borde se quitó los pequeños aparatos de los oídos y los reemplazó por unos tapones. 

Se inclinó y saltó, y comenzó a nadar cortando el agua con una precisión quirúrgica y un ritmo regular.

Un silencio total la rodeaba. A veces lo disfrutaba y esa era una de esas veces. 

Cuando empezó a sentirse cansada ya había nadado varios kilómetros, usando distintos estilos. Se detuvo, jadeando, agarrada al borde.

Se alegró de que Ben le hubiese dado las malas noticias un viernes. Con un poco de suerte tendría todo el fin de semana para asimilarlo antes de cruzarse con el culpable.

 

***

-Date prisa, Estefan - le urgió Katie ya con la bolsa colgada al hombro-. No quiero llegar tarde. 

Estefan engulló el último trozo de la tarta de cereza y dio un trago a su café.

-No pienso dejar que mi postre favorito se pierda -dijo al tiempo que se ponía en pie para dejar el plato en el fregadero. 

-Déjalo -le ordenó ella desde la puerta-. Ya lo fregaré yo más tarde, ¡vamos! 

-¿Estás segura de que quieres ir andando? Parece que va a empezar a llover otra vez.

-Sólo está nublado -replicó Kate al tiempo que lo empujaba para salir más rápido-. Y, para que lo sepas, el otro día lo cronometré y se tarda cinco minutos en llegar al colegio.

-¿Andando rápido o normal? - preguntó él caminando tras ella.

- Normal, o sea que si nos damos prisa podemos llegar en dos o tres.

Estefan sonrió ante la emoción de Katie. Cuando la había preguntado, como si nada, si quería unirse a un equipo de natación, había dado un grito de alegría y lo había abrazado con todas sus fuerzas. Sólo entonces había comprendido Estefan que su indiferencia ante la idea de dejar nadar había sido fingida.

-No entiendo para qué vienes conmigo -dijo Katie de camino al colegio-. No tengo seis años, ¿sabes?

-Ya lo sé -dijo él sonriendo mientras contemplaba el pelo castaño de su hermana, tan similar al suyo-. Pero ya que tengo tiempo esta tarde, he pensado que estaría bien ir a ver el entrenamiento. Además, tengo que comprobar que eres tan buena como dices.

Ella le dio un suave puñetazo en el brazo. 




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