Los sonidos del amor

Capítulo 9

El día se había ido volando por la cantidad de trabajo que tenían en el laboratorio, hoy era uno de esos días en los que no se ve la luz del sol.

Estás muy callada -le dijo Karen a Natalie.

-Estos días he estado muy pensativa, debe ser por la lluvia -repuso ésta mientras metía en la incubadora una bandeja de placas de Petri y sacaba otra.

-No estarás así por el recorte del presupuesto?

-No, claro que no -dijo Natalie agitando la cabeza para dar más énfasis a la negativa-. He estado tratando de encontrar alguna solución alternativa pero no se me ocurre nada.

-No te rindas. Acuérdate de cuánto tuviste que pelear para conseguirnos una ayuda extra. Te llevó tiempo pero mereció la pena- comentó Karen al tiempo que introducía una platina en un frasco con una solución.

-Tienes razón -replicó Natalie al recordar cómo tuvo que insistirle durante meses a Jim el desgraciado encargado de las finanzas, antes de que éste accediese a contratar a una técnico a tiempo parcial.

Sus victorias en St. Mark's eran pocas pero, aun así, eran mejoras y por lo tanto no debía desanimarse. El mágico momento en que pudiera llamar a su padre y deleitarse relatándole sus triunfos llegaría alguna vez. Tenía que llegar. 

Abrió una serie de placas de coloreada gelatina. El crecimiento bacteriano, con su color verde fluorescente y su característico olor a uva captó su atención en seguida. Aquel joven tenía definitivamente una infección por pseudomonas... Una infección del oído típica del verano.

-Si la cantidad de trabajo- continuó pensando en la continua llegada de cultivos al laboratorio- no desciende en breve voy a volver a solicitar más personal.

Se quedó en silencio mientras seleccionaba con mano firme una colonia para realizar más pruebas. -Aunque no se cómo íbamos a meter una persona más en este agujero que es esta sala -añadió al fin.

-¡Este rincón está reservado! -intervino Susan, la ayudante a tiempo parcial, que era tan pequeña que no debía medir más de un metro cincuenta y cinco, parecía más una adolescente que una mujer de más de veinte años-. Aunque si encuentras a algún hombre alto, moreno y guapo no me importaría compartirlo con él... Comentó guiñando el ojo

Karen rió. ¿Y a quién no?

-Me encargaré de añadir esas características al perfil del candidato -replicó Natalie con sarcasmo. 

Susan sonrió.

-Asegúrate de ponerlas al principio de la lista. 

-¿Y «No se requiere experiencia»? -preguntó Natalie con una sonrisa.

-Eso son detalles sin importancia. Ya le enseñaremos nosotras, ¿verdad, Susan? -dijo Karen con un guiño.

-Puedes estar segura.

¿Y dónde me sugerís que busque hombres que encajen en esa descripción? No hay muchos.

Yo he visto unos cuantos - -protestó Karen. 

¿De verdad? Dime uno.

Karen giró la cabeza para mirar a Susan. 

-Nuestro nuevo doctor, jefecita.

Natalie, que conocía el lado bromista de su compañera, fingió que aquel hombre no le afectaba en absoluto. 

-Ah, ese...

Karen meneó la cabeza. 

-Por Dios, pero si parece salido de una revista play boy... Me parece que te has pasado demasiado tiempo en la piscina últimamente. El cerebro se te ha afectado por tanto cloro.

-Está bien, está bien: admito a Estef... al doctor Alexander en la categoría. ¿Estás contenta? 

-¿Se puede saber qué categoría es esa? - preguntó en aquel instante una profunda y varonil voz. 

Mortificada por la aparición de Estefan en el momento más inoportuno, Natalie golpeó una pila de placas de Petri y éstas cayeron sobre la mesa rodando en todas las direcciones.

-Era... No era... Bueno, es que.. nada importante -murmuró.

Tragame tierra y escupeme en la Vegas pensó para sí. La cara le ardía como si hubiera tomado demasiado el sol y las manos le temblaban por la vergüenza. Como pudo puso en orden la mesa de nuevo. Gracias a Dios su torpeza no había hecho que se mezclaran los especímenes de dos pacientes distintos. 

-No, nada importante -repitió Karen- Era algo bueno, nada ofensivo. 

Los ojos de Estefan chispeaban de curiosidad.

-Ya. ¿Algo que ver con libros? 

Karen tosió.

Susan se encogió de hombros. 

Natalie deseó tirarle en la cara el microscopio a Karen por meterta en este lio.

El tono burlón de su voz y la cara de diversión de Estefan lo decían todo. 

Natalie lanzó a sus ayudantes una mirada capaz de esterilizar el instrumental.

-Creo que me voy a ir ya- comentó Karen con naturalidad al tiempo que cubría el microscopio con la funda de vinilo a una velocidad supersónica- hasta mañana jefecita.

Cobarde. Pronunció bajito Natalie

-Y yo- añadió Susan pisándole los talones a Karen.

-Unas chicas muy divertidas, ¿no? -comentó él tras desaparecer las ayudantes. 

-Hacen que el tiempo pase rápido -admitió Natalie.

Acto seguido cuadró los hombros adoptó una actitud profesional. 

Pero estoy segura de que no ha venido a comentar la personalidad de mis compañeras. ¿En qué puedo ayudarle, doctor? 

-En realidad, la cuestión es en qué puedo ayudarte yo a ti           -replicó él. 

-Ah... -dijo ella alzando las cejas-. ¿Y qué te hace pensar que necesito ayuda?

Estefan la miró fijamente.

 -No veo ningún equipamiento de lujo por aquí, ¿Y tú?

-No, pero aún tengo posibilidades -dijo Natalie cruzándose de brazos.

Los ojos de él se abrieron más.

¿Han cambiado de opinión en administración? 

-No, pero...

-¿Tienes algún otro plan en mente?

Ella se quedó en silencio. Le costaba reconocer que ya no se le ocurría ninguna idea más.

-Ya pensaré en algo -declaró-. Siempre hay alguna solución.

-Hasta que la encuentres, ¿te importaría escucharme un momento? - rogó él. 

Ella accedió a su sugerencia y se desplazó hasta una de las banquetas.

-Siéntate. 

Él lo hizo.

-He estado pensando en tu problema comenzó a decir- y creo que he hallado una solución posible.




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