Los sonidos del amor

Capítulo 11

La decisión de Natalie flaqueó en el instante en que Estefan abrió la puerta. 

Disculparse le había parecido una idea estupenda cuando estaba paseando entre la niebla, pero ahora no estaba tan segura. 

Y, además, hubiera sido más fácil cumplir con su propósito si él no se le hubiera quedado mirando como un juez a punto de condenar al peor criminal a cadena perpetua. 

«Hazlo de una vez tonta», le dijo una voz en su interior. Ella tomó aliento y habló atropelladamente.

-Siento haber sido tan estúpida antes. Estaba tan obsesionada con probarme a mí misma que me he olvidado de que los pacientes son lo más importante. Me has hecho unas sugerencias muy valiosas y no debería haberlas rechazado tan precipitadamente. En cualquier caso, lo siento. 

El alivio hizo que su rígida espalda se curvase. Ya estaba hecho. Sin esperar a que le respondiese algo se giró y bajó los tres escalones del porche.

-¡ESPERA! - gritó él saliendo de la casa. 

Natalie se detuvo. Despacio y con muchos nervios se volvió para darle la cara.

-Disculpa aceptada -dijo él con un asomo de sonrisa.

Ella asintió una sola vez y sonrió sinceramente. A medida que los hoyuelos de él se hacían más pronunciados ella notaba que la inundaba el buen humor y su propia sonrisa se hacía más grande.

Se volvió para seguir caminando, pero una vez más su voz de tenor la detuvo.

-Espera.

Y en dos pasos se acercó a ella y la tomó por el brazo mientras la lluvia caía sobre su oscuro cabello.

-Te vas a empapar -dijo ella un tanto dócilmente. 

Él dirigió la mirada a la calle y luego a ella.

¿Dónde tienes el coche?

En casa.

-¿Y eso dónde es? Ella notó que la cara le ardía.

-Al otro lado de la ciudad. Cerca del centro comercial.

-¡Joder! - exclamó él-. Pero si eso está a unas quince manzanas de aquí

-Más o menos respondió ella sin querer mencionar que en realidad eran veintiun-. 

Las cuadras aquí son muy pequeñas. Deben de ser sólo unos tres kilómetros. Dijo para calmarlo un poco.

Estefan alzó la vista al cielo y murmuró algo para sí. A ella le pareció entender algo de necesitar un vigilante, pero no estaba segura. 

-No puedes volver andando -declaró él mirándola fijamente-. Mañana tendrías una neumonía. Ya estás empapada, de hecho. Mírate los pies.

Natalie no necesitaba vérselos. Los pies le habían dicho cinco cuadras atras que las medias estaban saturados de agua. Prácticamente los pies venían nadando

Yo te llevo a casa. 

-Puedo ir...

-Sola - terminó él-. Ya, ya lo sé. Pero no hieras mi sensibilidad médica, por favor. 

-Está bien.

A pesar de tener su capa de lluvia no le apetecía nada caminar otra hora con la ropa empapada. 

-¿Tienes por costumbre cruzar la ciudad paseando bajo la lluvia? - le preguntó él al tiempo que la guiaba al interior de la casa. 

-Sólo está lloviznando- se defendió ella- y no había pensado ir tan lejos. Se me ocurrió a mitad de camino. 

Ella le esperó en la entrada para no mojar la alfombra mientras él entraba en otra habita ción.

Estefan volvió al vestíbulo con un abrigo grueso color marrón, unos calcetines, zapatillas deportivas y una toalla de baño. 

-Aquí tienes -le dijo pasándole la toalla y quedándose con lo demás.

-Gracias. Ella la extendió y empezó a secarse el pelo. 

-Quítate el sueter.

-¿Por qué? -preguntó ella deteniéndose un instante.

Él agitó ante ella el otro sueter.

-Para ponerte esto. 

-No hace falta -protestó ella-: estaré en casa en diez minutos.

-O es esto o te das un baño caliente antes de que te lleve.

-Oye, a ni tú no me ... 

Él se acercó más.

- Ya sé que te cuesta aceptar las sugerencias ajenas pero considera esto la orden de un médico. ¿Eso sí lo aceptas, verdad?

Natalie había abierto la boca para repetir la disculpa cuando percibió el brillo burlón de sus ojos. 

-Muy bien, muy bien señor amargado -dijo al fin, pero en el fondo estaba encantada en de cumplir sus órdenes.

Tras dejar caer la toalla se quitó su sueter para dejar a la vista una camiseta de tirantes bastante seca. Inmediatamente se dio cuenta de su error. El tejido de ésta se le ajustaba como una segunda piel y le marcaba cada curva. Además, el escote se le había bajado y dejaba al descubierto la zona en que la piel ya no estaba morena y un pequeño lunar que tenía en el pecho izquierdo. Se le puso la carne de gallina, pero no por el frío, sino por la mirada ansiosa de él que se posó justamente en esa zona.

Hey tú- Natalie chasqueo los dedos- mis ojos están aquí arriba. 

Estefan tosió varias veces, con su cara roja como un tomate.

Después de tomar el sueter seco se enfundó en él. Le quedaba gigante casi como un vestido y las mangas le ocultaban las manos por completo. 

Aspiró el olor amaderado que lo identificaba y se deleitó al sentir la tibieza de la lana en su cuerpo. El saber que él también se lo había puesto le hizo sentir una rara excitación.

 Mmm... ¡Qué bien se siente!

Las comisuras de los labios de él temblaron.

-Esto va a ser una lección: con el médico no se discute nunca. Ahora las zapatillas, vamos. 

Mandón - susurro ella para sí.

Se quitó las zapatillas sin deshacerse el nudo de los cordones. Luego, sobre una pierna como una grulla y agarrándose al brazo de él para no perder el equilibrio, se despojó de los calcetines.

Verdaderamente eres un mandón. -dijo de nuevo-.

Se escuchó su leve risa.

Ya me lo han dicho antes contestó él mientras le pasaba los calcetines secos y el par de zapatillas de hombre-. Póntelas también. Te estarán grandes, pero al menos están secas.

Tras obedecerle en todo, ella dijo: 

-¿Nos podemos ir ya?

Aquella sonrisa apareció de nuevo en su rostro. 

-Sí, ya nos podemos ir. Katie -gritó-, voy a llevar a casa a Natalie. 

Katie se materializó en la puerta del salón con un trapo en la mano.




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