Miró una vez más su imagen en el espejo, sin convencerse de ser ella misma.
Pese a que todo su cuerpo se resistía a ello, las palabras de su madre pesaron más y no haría nada que arruinara el matrimonio de su prima, por eso se puso el dichoso vestido de dama de honor.
Estaba muy ajustado, probablemente terminaría asfixiándose en él, pensó, inflando su abdomen para poner a prueba la resistencia de la tela. Mientras ocurriera después de la boda todo iría bien.
Cuando llegó el turno de los tacones, todas sus fuerzas flaquearon. Apenas y lograba mantenerse equilibrada, ni pensar en atreverse a dar un paso. Definitivamente, escogerla a ella para tal labor era la peor idea que pudo cruzar por la mente de Helena y eso le extrañaba, pues la encontraba muy lista.
—Se acabó, no esperaré un minuto más a Calíope. Iré ahora mismo a su cuarto y la sacaré de la cama aunque tenga que arrastrarla del cabello —bramó Helena saliendo, sin despegar la vista de su teléfono.
Una vez su prima dejó la habitación, Casandra se concentró en su labor. Miró a la asustada chica del espejo, con el rostro lleno de rasmillones y las rodillas raspadas e inhaló profundamente, preparándose para dar el primer paso. Levantó el pie izquierdo, tembloroso y dio un paso hacia adelante...
En cuanto su pie tocó el suelo, su pequeño cuerpo cayó estrepitosamente contra el piso, golpeándose el costado de la cara. Permaneció allí tendida por varios minutos. Dormía, muy probablemente soñaba, un extraño sueño en el que caía y alguien la despertaba. Siempre era alguien distinto.
Una voz la sobresaltó, a la vez que sintió una pequeña mano posarse en su espalda.
—Casandra...
Aunque la escuchaba, su profundo sueño le impedía reaccionar.
—Casandra... busca la fotografía... —terminó de susurrar en su oído.
En cuanto su pie tocó el suelo, el tobillo se torció y cayó, sin más remedio. Se habría dado tremendo golpe de no ser por unos brazos que alcanzaron a sostenerla justo a tiempo. En el espejo, vio que quien la tenía fuertemente sujeta a su cuerpo era Apolo.
Nerviosa, giró la cabeza, encontrándose con aquella conocida mirada a pocos centímetros de su cara.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó en un hilo de voz.
—En cuanto supe que usarías tacones, vine a ver el espectáculo —se burló. Aún la tenía sujeta, pese a que Casandra ya estaba parada firmemente sobre sus dos pies. Sentía un ligero temblor en ella, uno que conocía muy bien—. ¿Acaso ya estabas soñando despierta?
La burla en su voz fue ignorada por Casandra, quien volvió a mirarlo apesadumbrada, dándole a entender que estaba en lo cierto.
—¿Y cuál sueño era? ¿El de los patos?
La imagen de Diego vino a su mente. Negó, apretando los ojos, no quería pensar en él.
Apolo intentó recordar los sueños habituales de Casandra, que eran de dominio público en la familia. No se atrevía a preguntarle si era el de la fuente de las sirenas, ese siempre la ponía mal.
—¡Ah, ya sé! ¿Era el de la caída?
Ella asintió. Los brazos de Apolo rodeando su cintura habían dejado de parecerle molestos.
El sueño de la caída era conocido pues, según Casandra, quien la despertaba en él solía sufrir algún contratiempo. Obviamente, nadie en la familia le prestaba atención, pues ella acostumbraba comentarlo luego de que tal contratiempo ocurriera, restándole credibilidad.
Con el tiempo, el supuesto sueño se convirtió en un evento característico de sus episodios psicóticos.
—¿Te has tomado las medicinas? —preguntó Apolo, entrecerrando los ojos. Temía que su prima pudiera recaer en una de sus crisis. El episodio de anoche aún rondaba su cabeza.
Ella se vio muy convencida, asegurando haberlas tomado.
—¿Y quién te despertó esta vez? Espero no haber sido yo —preguntó con evidente sarcasmo. Ella negó.
—Fue... Calíope.
Ambos permanecieron en silencio, sus miradas fijas en el otro, cargadas de complicidad, hasta que un desgarrador grito los sacó del trance en el que se encontraban. Apolo salió a toda prisa, seguido de Casandra luego de deshacerse de esos molestos tacones. Descalza se sentía completamente libre.
Siguió a Apolo hasta la terraza, donde el ambiente era notoriamente tenso y la mayor parte de la familia estaba allí. También vio a Diego, que tenía la mirada fija en ella.
En el suelo, junto a una mesa, estaba su tía Aurora, llorando con desesperación, abrazada por la tía Bernarda. Orfeo hablaba con el tío Antonio y tras cubrirse la cara con las manos, se arrojó al suelo, abrazando a su madre.
El corazón de Casandra latía violentamente y comenzaba a sentir que el aire le faltaba. Instintivamente buscó la mano de Apolo parado junto a ella y la apretó.
—¿Qué mierda pasó? —preguntó éste a Aquiles, quien lo miró con el rostro demacrado.
—Encontraron a Calíope muerta.
El tiempo pareció detenerse para Casandra. Si bien es cierto, el mundo seguía girando con normalidad, todo a su alrededor se veía más lento y silencioso. Su tía Aurora gritaba en el suelo, gritos que se diluían antes de llegar a sus oídos. Orfeo la abrazaba y a ambos los abrazaba la tía Bernarda. El tío Antonio caminaba de un lado a otro, consternado, Helena lloraba en los brazos de Franco. Perseo y Aquiles estaban sin habla, viendo lo desgarradora escena.
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Editado: 02.07.2020