Los sueños de Casandra

XI La casa de madera II

Pese a lo que Diego pensó, Casandra no estaba en los alrededores de la casa ni pudo seguir el rastro de sus pisadas, lo que ya era extraño, pues con todo el lodo que había, debieron quedar impresas, delatando su andar. Supuso entonces que debió ir hacia la carretera, así que condujo esperando encontrarla en el camino. No fue así, lo que significaba que debió partir muy temprano, de otro modo no se explicaba que pudiera haberse alejado tanto de la casa.

Cuando conducía a la altura de la fuente, salió de la carretera, creyendo que de algún modo pudo dirigirse a ella. Ya en el lugar, encontró rastros de pisadas. Se alarmó al notar que correspondían a dos personas y que en el barro también había evidencias de lucha. Con prisa se adentró en el bosque, donde ambos rastros se fusionaron en uno. El agreste paisaje no le facilitaba la marcha y menos aún la tierra mojada que succionaba sus zapatos con cada paso.

Había andado unos diez minutos en el bosque cuando lo escuchó, un grito cuyo timbre reconoció al instante. Ya no corría, sino que volaba por entre los árboles hasta que la espesura se abrió, dando paso a un claro en medio del cual se alzaba una vieja casa de madera, de aspecto fantasmal.

Quizás era su vista, fatigada por el monótono paisaje que dejaba atrás, pero le pareció que aquella construcción resplandecía en medio del bosque, oculta por árboles de troncos inclinados como si lucharan por alejarse de ella, intentando en vano escapar de su lado.

Los gritos que provenían de su interior fueron suficientes para hacerse una idea de lo que allí ocurría. Desenfundando su arma, abrió la puerta de una patada, encontrándose con Apolo sometiendo a la joven en el piso. Como indica el protocolo, realizó una llamada de advertencia sin dejar de apuntarlo. Le mostró su determinación pasando la bala a la recámara. Ante tal sonido, Apolo se levantó con las manos alzadas, momento que la joven aprovechó para correr junto a Diego.

—¡Date la vuelta, de rodillas! ¡Pon las manos tras la cabeza!

De mala gana Apolo hizo lo ordenado y cuando el policía fue a esposarlo, rápidamente le sujetó el arma y lo golpeó, quitándosela. Diego retrocedió, cubriendo tras de sí a Casandra.

—¡Apolo, suelta eso! No empeores tu situación.

—¡¿Situación?! ¡Yo no he hecho nada, sólo discutíamos! Todo el mundo discute —Apuntó a Diego, señalándole que se apartara de la joven—. Casandra ven aquí, nos vamos.

—¡No! —Todavía enfadada por el episodio reciente, se echó a correr fuera de la casa, sin que nadie pudiera detenerla.

Cuando Apolo intentó perseguirla, Diego aprovechó para recuperar su arma. Lo consiguió mas el joven, tras darle un fuerte golpe que lo aturdió, se escapó a la inmensidad del bosque. El policía avisó por radio de la huida de Apolo y pidió que enviaran efectivos para que periciaran la casa. Como sospechó, terminó por encontrar a Casandra en la fuente, que estaba a pocos metros de allí.

Ella temblaba, ya fuera por las bajas temperaturas y la escasa vestimenta que llevaba o por el miedo a lo que acababa de ocurrir. De algo estaba seguro y era que tenía que protegerla.

En la estación de policía, le pidió a una colega que constatara las lesiones de la joven, mientras se dedicó a llenar informes y a encargarse del papeleo. No dio aviso a la familia de su hallazgo, pues necesitaba más tiempo con Casandra y la información que manejaba, aunque sí llamó a Antonio Domínguez. Conociendo la antipatía que sentía por el joven, no dudó en que lo delataría inmediatamente si se le ocurría aparecerse por la hacienda.

Una llamada hizo que su ánimo cambiara radicalmente. Los peritos que envió a la casa hallaron presencia de sangre en la sala y cabellos en un baúl que había en una de las habitaciones. Todo parecía indicar que había encontrado su escena del crimen.

Sin embargo, no era aquello lo que le revolvía el estómago, sino el hallazgo de un preservativo usado en el baño, donde también estaba la camisa que le puso a Casandra, cubierta de barro. No imaginó que algo así pudiera ocurrir. Pocas horas atrás, ella estuvo en su casa, a salvo y por un descuido estúpido e imperdonable, permitió que fuera lastimada.

Intentó calmarse antes de hablar con ella, que esperaba en su oficina. La oficial que la revisó le confirmó que la joven había tenido relaciones sexuales recientemente, pero no pudo establecer que fuera o no consensuado. No había lesiones, pero bien sabía Diego que eso podía significar que ella no se resistió por estar inconsciente. Deseaba que así fuera. Casandra estaba lo suficientemente dañada como para agregar este tipo de abuso, que supuso podría ser reiterado en el tiempo.

Sirvió un café caliente de la máquina y se lo llevó. Ella seguía temblando, pese a la manta que la cubría. Aferró el pequeño vaso, calentando sus manos.

—Conseguí unos zapatos. Supongo que te quedarán grandes, pero es mejor que estar descalza.

Ella no parecía querer apartar sus manos del vaso. Con delicadeza, se agachó y le puso los zapatos él mismo.

—Necesito que me digas todo lo que pasó desde que saliste de mi casa esta mañana.

—Cuando desperté ya estaba en la fuente.

El sonambulismo nuevamente se robaba parte de la historia.

—Apolo me encontró allí.

—¿Él te lastimó?




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