Los sueños de Casandra

XII Un grito desgarrador

Diego deseaba ir cuanto antes al lago, pero primero se encargó personalmente de regresar a Casandra a la hacienda. Fue recibida con un afectuoso abrazo de su madre. El resto de la familia también estaba allí, algunos parecieron aliviados de que la joven fuera encontrada, otros empalidecieron como si estuvieran viendo un fantasma, cuyas ropas espectrales regresaban de la tumba.

—Mi hijo Apolo también está desaparecido —informó Josefina, preocupada.

—Su hijo no está desaparecido, está prófugo. Él tenía a Casandra retenida por la fuerza. Cualquier contacto que hagan con él, deben informarlo inmediatamente a la policía o serán acusados de cómplices —advirtió a sus oyentes, que no parecían creer lo que les decía, excepto la madre, que conocía mejor que nadie a su hijo.

—Eso haremos —aseguró Antonio, acompañándolo hasta la puerta. Aprovechó para preguntarle si había tenido noticias de Franco. Diego calló y no le contó del reciente hallazgo. Sabía que no podía confiar en nadie. Ahora ellos tenían ventaja y no la desaprovecharían.

~❀~
 


Cuando llegó al lago, el lugar había perdido por completo la tranquilidad que lo caracterizaba. Personas trabajando por sacar a flote aquel secreto que se hallaba oculto en sus profundidades iban de un lado para otro. Y finalmente lo hicieron. La grúa elevó un automóvil de cuyas ventanas el agua salía como cascadas. Lo importante era lo que había en su interior.

El prófugo al que todos ansiaban ponerle las manos encima, yacía en el asiento del conductor. Su cabeza inerte reposaba inclinada hacia un costado y sus manos frías se aferraban con fuerza al volante. Hubo que desencajarle algunos dedos para sacarlo.

La autopsia practicada posteriormente revelaría en su sangre altas concentraciones de Temazepam, una droga utilizada para tratar problemas de insomnio. La causa de muerte había sido asfixia por inmersión. El pobre infeliz se ahogó mientras dormía. La pregunta era ¿quién lo había dormido?

La respuesta podía hallarse en el maletero. Una lata de gasolina, con huellas dactilares parciales en su superficie, dio nuevas luces a la investigación. Dicha gasolina pudo ser el combustible usado para quemar el automóvil de Antonio Domínguez, que claramente fue una distracción para cometer el homicidio de Calíope. Debían encontrar al dueño o dueña de aquellas huellas y su instinto le decía que era Apolo.

Una comparación con las huellas dejadas por el joven en la casa de madera bastarían y mientras esperaba los resultados, se dirigió a la hacienda Domínguez, acompañado de Simón.

—Yo le diré a Adela lo que ese hijo de puta le hizo a Casandra.

La furia en Simón era evidente. Lamentaba tener que causarle dolor a la mujer, pero era su deber informarle. Diego no se opuso, pero temía lo que aquella información pudiera causar en la joven.

~❀~
 


Silenciosamente cerró la puerta tras de sí. Ella dormía y por el frasco de píldoras en la mesita de noche, supuso que no despertaría fácilmente. Con su nerviosismo bajo control, se sentó en la cama. Contemplarla le resultaba fascinante y lamentaba no poder hacerlo más seguido.

Era hermosa. De niña no era muy notorio, pero ahora se volvía mucho más evidente; el parecido era innegable y aquello le oprimía el estómago.

Con suavidad peinó los cabellos esparcidos sobre la almohada y bajó hasta tocar la camisa de dormir que llevaba. Deseaba sentir la textura de la tela y convencerse de que era real.

Lo era, con su misma suavidad regresaba para volverlo loco. Incluso casi podía sentir su aroma.

¿Sería tal como lo recordaba?

Lentamente se inclinó sobre la joven, deseando saciar su curiosidad. Aquellas ropas que conocía tan bien y que ahora, de algún modo terrorífico e impresionante ella llevaba, podía ser sólo una coincidencia. Necesitaba confirmarlo y ese aroma que atesoraba no podía ser imitado.

—¡¿Qué haces?! —gritó con horror una voz desde la oscuridad, sobresaltándolo.

Casi cayó al retroceder de golpe.

—A-Apolo... —Por un momento, la ira en los ojos del joven lo asustó.

—¡¿Qué ibas a hacerle a Casandra?! —El joven no podía creer lo que había estado a punto de pasar—. ¡¿Ibas a besarla?! —Aquella posibilidad le revolvía el estómago.

—¡Claro que no! ¿Qué mierda estás diciendo? Casandra es... es mi sobrina —se quejó, indignado por tal acusación.

Apolo sabía mejor que nadie que los vínculos sanguíneos no eran un impedimento para ello.

—Entonces ¿qué hacías? —exigió una explicación que fuera lo suficientemente convincente para no tener que partirle la cara a su propio padre.

—Yo... me aseguraba de que... respiraba. Viéndola allí inconsciente... me preocupé. Desde que murió tu tío Joaquín yo... me siento responsable por ella y quiero cuidarla.

Sus palabras le sonaron en parte sinceras.

—Como sea, no tengo tiempo para esto —Intentó tomar a su prima en brazos con intenciones de llevársela.

Su padre lo detuvo.

—¡¿Qué mierda haces, Apolo?! La policía te está buscando, dicen que tenías secuestrada a Casandra y ahora quieres llevártela. Explícame lo que pasa.




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