Seis años atrás
—Toda la familia estará allí y no quiero que hagas una escena. —Advirtió Joaquín a su hija, conduciendo hacia la casa de su hermana Aurora, cuyo cumpleaños se celebraría con una gran fiesta, como ella acostumbraba.
Adela estaba preocupada. Temía que un evento de tal magnitud, con tantas personas, tanto ajetreo, tanto ruido, pudiera perturbar a la joven, cuyo estado de salud no había sido el mejor últimamente. Cada vez eran más frecuentes las ocasiones en que ella confundía la realidad, sin saber si se hallaba despierta o dormida.
—Anoche aumenté la dosis de Temazepam como el doctor recomendó, pero no sé si haya sido buena idea. —La mujer veía como los ojos de Casandra se cerraban pesadamente, para luego abrirse de golpe al menor ruido—. La pobre apenas y puede mantenerse despierta.
—Será mejor así. La acomodamos en un cuarto y no dará problemas.
Oírlo hablar de ese modo la entristecía. Él cada vez parecía distanciarse más de su única hija, lo más importante en la vida de ambos. No podía reclamarle pues en parte lo entendía. La niña era un recordatorio constante de uno de los momentos más dolorosos de su vida.
—Casandra no se ve nada bien. —Comentó Aurora al verla. Comparada con su hija Calíope o con Helena, que rebozaban energía y alegría, la niña frente a sus ojos parecía una flor marchita, cuya vida se desvanecía inexorablemente—. Vamos, te daremos un chocolate caliente con unas ricas galletas y te sentirás mejor.
—¡Ni se te ocurra darle dulces! —gritó Joaquín, sobresaltándola—. Tiene prohibido el azúcar, la pone hiperactiva y nerviosa.
Sin dulces en una fiesta de cumpleaños, llevaron a Casandra a una habitación donde se durmió en cuanto puso su cabeza contra la almohada.
—Ya están discutiendo otra vez —comentó Aurora, viendo llegar a su hermano Alfonso con su familia.
—Después de lo que hizo Apolo, pensé que no vendrían. —Por mucho que habían intentado ocultar lo ocurrido, Vicente se había enterado por un amigo en la fiscalía.
—¿Qué hizo ese chico ahora? —Joaquín no ocultaba su diversión. La rebeldía de Apolo le recordaba su propia juventud.
—Chocó su auto estando ebrio y trató de sobornar a la policía cuando intentaron detenerlo.
La sorpresa de sus interlocutores era evidente. Aunque Adela en un comienzo lamentó que el chico abruptamente se hubiera distanciado de Casandra, ahora lo agradecía.
—Alfonso no es capaz de ponerle mano dura a ese chiquillo —comentó Antonio, incorporándose a la conversación—. Si fuera hijo mío, a la primera estupidez le habría dado una buena tunda que no le habrían quedado ganas ni de respirar sin mi permiso.
—Los golpes no son la solución, los hijos se educan con amor —dijo Adela, yéndose a saludar a los recién llegados junto con Bernarda y Aurora.
—Tu mujer es una idealista. Vive en un mundo de fantasías igual que tu hija —aseguró Antonio.
Los ácidos comentarios de su hermano no hacían más que darle la razón, pero Casandra estaba enferma y el amor no podría salvarla.
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Silenciosamente abrió la puerta. Era la quinta y era la definitiva, allí estaba Casandra.
Desde que su madre lo encontrara en la habitación con ella, le prohibió cualquier acercamiento y ya no aguantaba más.
Había hecho todo lo posible por quitársela de la cabeza; buscar consuelo en otras mujeres, en el alcohol, incluso en otras drogas, pero nada provocaba en su cuerpo lo que ella con una sola mirada. Nada excitaba su mente como oírla hablar sobre cosas que él no entendía, pero que de seguro tenían más sentido que nada en el mundo.
Ella era el motor que mantenía su existencia en movimiento y en su ausencia, ésta se detenía. Y la vida, vacía y superflua se le escapaba como agua entre los dedos.
Y ahora estaba allí, dormida y frágil. Completamente a merced de alguien que como él, la deseara con locura.
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—¿Esa es la cámara de Casandra? —Perseo supuso inmediatamente que Calíope tramaba alguna travesura. Esa mirada brillante era inconfundible.
—La tía Adela me la prestó. Como Casandra está dormida, no podrá sacar fotografías de la fiesta, así que yo lo haré por ella.
—Las fotos serán horribles —se burló Orfeo, recibiendo un coscorrón a cambio.
—¡Que linda, Calíope! Así Casandra no se perderá la fiesta. —Helena la abrazó dulcemente.
—Exacto. Así sabrá lo bien que la pasamos sin ella. —A aquella mirada brillante se sumó una sonrisa maliciosa, que hizo que Helena la soltara al instante y retirara lo que acababa de decir.
—¡Yo quiero ser el primero! —Perseo posó junto a una mal humorada Helena.
Luego fotografió a Orfeo, al pequeño Aquiles y a ella misma. Siguió con los tíos y demás invitados de la fiesta. Caminaba lentamente e intentaba imitar la voz suave y pausada de Casandra, haciendo una caricatura que le arrancaba lágrimas a Perseo, que era el que más gozaba con la imitación de la muchacha.
—Ahora tengo que encontrar a Apolo y a papá.
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Editado: 02.07.2020