Casandra estaba recostada sobre un colchón. La manta que la cubría no lograba mantener caliente su cuerpo y fue el frío que calaba sus huesos quien la despertó.
—Buenos días, Casandra ¿Qué soñaste esta vez?
—¿Papá?
—No, Casandra. Soy tu doctor ¿Cómo te sientes?
Ella no contestó. Intentaba concentrarse en sentir su cuerpo, pues le parecía que lo único que quedaba de ella era su cabeza. Por su seguridad, la tenían fuertemente sujeta con una camisa.
—Hay alguien que está muy preocupado por ti y quiere verte.
—¡Papá no, por favor, que no sea él!
—Tranquila, tranquila. No es él.
El doctor dejó entrar a Apolo.
Ver a la joven en ese estado le partía el corazón y se llenaba de impotencia por no poder ayudarla. Casandra se había lastimado, convirtiéndose en un peligro para sí misma. Sólo podía seguir amándola y la abrazó fuertemente, pese al hombro lastimado. Ella no pudo corresponderle.
—Sabía que vendrías ¿Vas a sacarme de aquí?
—Es lo que más quiero... pero no puedo. No estás bien, Cas. Aquí te ayudarán. Ellos... arreglarán lo que está mal contigo.
Unos finos ríos de lágrimas comenzaron a caerle por las pálidas mejillas y él se apresuró a secarlas. Deseaba besarla, pero sabía que eran observados por las cámaras de seguridad y quizás también podían oírlos.
—Nada de lo que hagan servirá porque esto es un sueño...
—Entonces te ayudarán a despertar.
Aquello la asustó todavía más. Estar despierta sería mucho peor.
—Apolo... ¡Tienes que recordar esto... cuando estés despierto... cuando ambos lo estemos, por favor!
La desesperación en su voz lo abrumó. Ella estaba sufriendo tanto, sin distinguir lo que era real de lo que no.
—Lo haré Cas, lo prometo.
—No confíes en papá... no puedes confiar en él... pero sí puedes confiar en él, él nos ayudará... Diego nos ayudará, tienes que confiar en él...
—¿Quién es Diego?
—Lo sabrás cuando estés despierto...
Una intenso ardor lo hizo abrir los ojos. Estaba recostado en un sillón. Su torso desnudo le permitió ver las vendas que aprisionaban sus costillas lastimadas. Tenía un paño húmedo en la cabeza, pudo tocarlo porque las esposas ahora las tenía puestas al frente.
—Al fin despiertas. Ahora podremos seguir con nuestra conversación. —Diego atizaba el fuego de la chimenea. Se hizo necesario encenderla cuando el desmayo de Apolo alargó la estadía de ambos allí.
—Voy a decirte todo lo que quieras saber, policía. —Su voz se oyó pausada y sincera, libre de todo rastro de burla o malicia.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión?
—Cas... Casandra. Ella confía en ti y yo confío en ella.
—¿Entonces dime dónde está?
Su pregunta pareció una súplica desesperada.
—Ella iba conmigo en el auto. Intenté detenerme, pero los frenos no funcionaron. Perdí el control y nos estrellamos con un árbol. Estuve inconsciente hasta que tú llegaste y ella ya no estaba. No sé dónde está, es la verdad.
—¿Por qué debería creerte? Casandra dijo que eras un mentiroso.
—Es cierto, yo le mentí, pero para protegerla.
No tenía sentido lo que Apolo le decía.
—Antes de desmayarte dijiste que habías quemado el auto ¿Fue para distraer la atención y matar a Calíope?
—Fue mi regalo de bodas para el tío Antonio. Estaba intentando ingresar a la universidad para estudiar arquitectura. Fui aceptado en la que quería, pero la semana pasada mi solicitud fue revocada. Me enteré de que el rector es amigo del tío Antonio y el muy hijo de puta le habló mal de mí para que me rechazaran. —Apolo comenzó a reír, con una mueca de dolor por sus costillas—. Ese Mercedes era su favorito. Un modelo exclusivo, edición limitada, con diseño interior personalizado... Verlo arder y escuchar los gritos de desesperación de mi tío son dos de las cosas más placenteras que he hecho en toda mi vida y sé que no iré a la cárcel por quemar un auto, no es la primera vez que lo hago. —Se jactó.
—¿Y a Calíope la mataste para ocultar lo que le hacías a Casandra?
—Te dije que yo no la maté. Es cierto, ella me chantajeaba, pero un poco de alcohol y una buena noche de fiesta era suficiente para mantenerla callada. Era mi prima, yo nunca la habría lastimado.
Casandra también era su prima y sí la lastimó. No creyó ninguna palabra de lo que le decía.
—¿No te pedía dinero?
—Nunca. De hecho, a veces era ella la que pagaba. Nunca le faltaba el dinero, supongo que también le conocía secretos turbios al tío Vicente. El infeliz siempre se desvivía por complacerla. Si hay alguien que se habría beneficiado con su muerte es él.
—Él tiene coartada.
—Todos en esa casa son unos mentirosos, no se salva ni la cocinera.
—Supongamos que te creo ¿Qué hiciste después de quemar el auto?
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Editado: 02.07.2020