Los sueños de Casandra

XVIII Sospechosa

—¡¿Qué mierda estás diciendo?! Antes pensé que eras un mal policía, pero ahora veo que eres el peor.

—Para mí está bastante claro, incluso intentó deshacerse de ti. Cortó los frenos y te dejó atrapado bajo el volante en un auto volcado. Con esta lluvia, cinco minutos habrían bastado para que el lugar se inundara y te ahogaras igual que el infeliz de Franco.

Apolo tragó saliva.

—Ella... ella no haría eso, sería incapaz de lastimar a alguien... ¡Cuando la conocí se puso a llorar por una lombriz!

~❀~
 


Seis años atrás

Llevaba tres meses de terapia. Con medicamentos la habían mantenido alejada de las crisis y su ánimo estaba más estable. Ya no era necesario que estuviera en aislamiento, ni con una camisa de fuerza. Ahora se pasaba el día en el jardín de la clínica, mirando el cielo hasta que el sol se ocultaba y la llevaban dentro.

—Casandra, tienes visita. Alguien que te quiere mucho y está muy preocupado por ti. Se alegrará si puede verte. Se trata de tu padre.

Ella no se alteró ni lo rechazó. Se mantuvo quieta en su lugar, mirando el cielo y aferrando el tenedor que guardaba en su manga. El día al fin había llegado.

El hombre entró y se sentó junto a ella. Creía entender el porqué del repentino recelo que ella mostraba hacia él y la culpa lo carcomía.

—Sé que no he sido un buen padre... yo he sido el peor. Por años he descargado en ti mi rabia, mi frustración porque eres... eras un constante recordatorio de la traición... pero ya no lo eres, nunca lo fuiste. Yo ahora sé cosas que antes no sabía y a la luz de esos nuevos descubrimientos puedo ver que te he hecho mucho daño y no te lo merecías. —Había comenzado a llorar—. ¡Casandra... tú eres lo que más amo en el mundo!... Eres lo único que me queda de ella...

Estrechó a la joven entre sus brazos como había hecho en una vida atrás. Deseaba que ella sanara pronto y recuperar todo el tiempo que perdió despreciándola. La niña, que hasta ese momento se había mantenido inmóvil, alzó el brazo tras la espalda de su padre, y con el tenedor fuertemente sujeto, se dispuso a clavárselo en el cuello, allí donde la vida palpitaba.

Una gota que cayó en su mejilla la detuvo y las siguientes hicieron que soltara el tenedor, que se perdió entre el pasto.

—¿Está lloviendo? —preguntó, liberándose del agarre para ponerse de pie y sentir en todo su cuerpo las gotas que caían por doquier.

Por fin podía respirar aquel aire que ahora se le hacía tan tangible, tan real. Estaba despierta, al fin estaba despierta y todo lo demás era un sueño, una pesadilla a la que ya no volvería.

Al ver a su padre llorando bajo la lluvia corrió a sus brazos. Era el padre que amaba y no el monstruo que la aterrorizaba en el sueño del tejado. Ese sueño que con los años seguiría atormentándola, pero que era sólo eso, un sueño.

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—Incluso intentó inculparte, poniendo las latas con tus huellas en el auto, pero como yo la encontré en el lago, usó lo de los sueños para distraerme, pero supuso que encontraríamos a Franco, así que decidió que sería mejor matarte también. Lo que no me queda claro es el móvil.

—¡Porque no tiene ninguno! No puedes ser tan idiota. —Se acomodó mejor en el sillón, buscando atenuar el dolor que sentía.

—A menos que sea el que supuse para ti. Dijiste que no abusaste de ella ¿qué tipo de relación tenían ustedes dos?

—Hemos sido novios desde hace años. No es unilateral, ella me corresponde... y entre primos no es delito, lo sé perfectamente.

—Entonces, es posible que ella también fuera chantajeada por Calíope, pero no estuvo dispuesta a aceptarlo y por eso la mató. Además, fue ella quien destapó la relación que Franco y Calíope tenían, haciéndolo parecer culpable en primera instancia.

La espeluznante conjetura del policía parecía cobrar cada vez más fuerza y sentido, tanto que Apolo tuvo miedo de seguir entregándole información que pudiera ser usada en contra de Casandra.

¿Y si ella lo había recordado todo y armó una gran farsa únicamente para cobrar venganza? O peor aún, ella jamás lo olvidó y toda su vida trabajó para que llegara este momento. En ese caso, lo único que podría sentir por él sería odio, ya que con su silencio terminó por convertirse en un cómplice más.

—Apolo. —Diego se había quedado viéndolo con detención, sabiendo que las piezas comenzaban a encajar en su cabeza también—. ¿Qué más sabes? Tenemos que detenerla antes de que lastime a alguien más.

—Aquiles... creo que irá por Aquiles.

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—¡En esta casa se sigue comiendo! —reclamó Antonio, por la tardanza de la cena.

Agustina, ayudada por las demás mujeres, se apuraron en dejar todo listo. Incluso Helena, que no había asomado su nariz fuera de la habitación, estaba allí también. Sólo faltaba Aurora, que seguía dormida.

—Es importante que en estos momentos difíciles la familia esté unida. Juntos es cuando más fuertes somos —dijo Antonio con solemnidad.

—Entonces deberías empezar por no andar agarrándote a golpes como si todavía fueras un niño —recalcó Perseo, mirando a ambos adultos llenos de moretones, igual como él y Apolo hace algunos años.




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