Los sueños de Casandra

XXIII ¿De quién es ese rostro?

Casandra estaba recostada sobre un colchón. La manta que la cubría no lograba mantener caliente su cuerpo y fue el frío que calaba sus huesos lo que la despertó.

—Buenos días, Casandra ¿Qué soñaste esta vez?

No recordaba cuántas veces había oído esa misma pregunta, sintiendo el mismo frío que ahora.

Ni cuantas veces ella contestó con otra pregunta. Sin embargo, oía la lluvia.

—¿Papá?

—Es de mala educación contestar una pregunta con otra pregunta.

Y la lluvia, con su incesante golpeteo, le anunciaba que estaba despierta.

—Soñé que habías muerto y estábamos con mamá en tu funeral.

—¿Lloraste?

Ella negó.

—Mamá lloró. Yo estaba segura de que era un sueño y cuando se lo dije, ella lloró más todavía, pero al fin desperté ¿Verdad?

En la penumbra de la fría habitación, afortunadamente el rostro del hombre apenas era distinguido por la joven, de lo contrario, la sonrisa torcida que le dedicó la habría asustado.

—¡Claro que estás despierta! Pero mientras estuviste durmiendo hiciste cosas muy malas, Casandra.

La joven se acomodó en el colchón, abrazando sus rodillas para contener el calor que se le escapaba por montones. Las ropas húmedas pegadas a su cuerpo no eran de ayuda y se preguntó en qué momento se le habían mojado.

—¿Recuerdas las cosas malas que hiciste?

Ella negó, intentando recordar sus ropas mojándose. El lago vino a su mente. Estuvo nadando en él, pero también estaba lloviendo.

¿Se mojó primero con la lluvia o con el agua del lago?

—Tu prima Calíope siempre fue muy mala contigo ¿La odiabas?

¿Cuántas veces se había despertado nadando en un lago?

—Ella sabía tus secretos y eso te enfurecía ¿Verdad?

Apolo la había sacado del lago durante sus vacaciones y cuando se despertaba entre sus brazos, con la ropa tan húmeda como ahora, lo que más agradecía era el calor de su cuerpo, ese que deseaba sentir como nunca.

—Pero tú también conocías los de ella. La viste con el novio de Helena y esa fue la gota que rebasó el vaso.

Aquel calor en su piel húmeda también lo sintió en el sueño del funeral ¿No fue Apolo el que, por breves momentos le posó la mano en el hombro, susurrándole un suave "lo siento"?

Y si no lloró en aquella ocasión ¿Por qué caía agua por sus mejillas?

—La furia te hizo enloquecer y...

—No fue un sueño —dijo ella de pronto, interrumpiéndolo—. En tu funeral yo no lloré, estaba lloviendo, igual que ahora. Mentiste ¡Mentiste e hiciste llorar a mamá!

Al instante, una bofetada calentó la fría piel de su mejilla. El hombre, ahora de pie frente a ella, la miraba con odio y rencor, nada propio de un padre. Nada propio para alguien que le recordaba a quien tanto amaba, pero estaba oscuro y no pudo ver el rostro añorado que acababa de golpear.

De un bolso que descansaba sobre una mesa, él sacó un cuchillo, que dejó caer frente a Casandra.

—Toda la vida he tenido que aguantar tus estupideces. Espero que ahora hagas lo correcto.

Con un fuerte portazo, el hombre dejó sola a Casandra en la pequeña cabaña y se internó en el bosque, inmerso en la torrencial tormenta. El momento que tanto esperaba por fin había llegado.

La justicia tarda, pero llega. Es lo que había deseado desde que la traición destruyó su hogar. Luego la traición se convirtió en crimen y éste, enfundado en una incontenible ira, devenía en venganza, la que para él representaba un acto de justicia.

Y la justicia estaba vestida de amor, y ese amor tenía nombre de mujer.

Casandra seguía sobando su mejilla, sin comprender con claridad la confusa realidad en que se hallaba, pero con la certeza de estar despierta. Vio el cuchillo que su padre le dejó. Estaba sucio. Manchas oscuras de un líquido que se secó en su superficie, formando gruesas costras.

Costras de sangre.

Bajo el cuchillo había una fotografía.

"Casandra... busca la fotografía..."

El sueño de la caída regresaba, con la tenue voz de Calíope susurrándole una orden que parecía estar a punto de cumplir.

¿Era esa la fotografía de la que ella hablaba?

¿Era su sangre la que se secó en aquel cuchillo?

Sin tener respuestas, pero deseosa de al fin empezar a encontrarlas, Casandra alcanzó la fotografía, envejecida por el tiempo, tomada con alguna polaroid hacía muchos años, con muy poca luz para su gusto, pero con excelente encuadre.

Mostraba a una familia o eso pensaría cualquiera que la viera: padre, madre e hija. Ella era la hija, una pequeña niña de cabello castaño casi rubio, con grandes ojos que lo veían todo con curiosidad; sus ojos seguían siendo iguales. Su padre era el padre, más joven, sonriente, cargándola en sus brazos con dulzura.




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