Los sueños de Casandra

XXVI Mentirosos

El frío cuerpo de la mujer temblaba entre sus brazos, donde continuaba repitiendo la misma palabra.

—¡Diana!... Has vuelto... Viniste por mí...

En la sala, la familia seguía a oscuras. Bernarda abrazaba a sus hijos con aprensión. Su cuñada Adela desconocía el paradero de Casandra, Aurora había perdido a Calíope, Josefina a Apolo, con Aquiles debatiéndose entre la vida y la muerte, y ella seguía con sus dos tesoros a salvo. Se sentía realmente afortunada y temerosa también.

—¿Dónde está el tío Alfonso? —Perseo notó que el hombre ya no estaba en la sala.

—Hijo, no te muevas de aquí, por favor.

Perseo se había levantando, iluminando con su teléfono los alrededores. El ventanal del fondo estaba cerrado, pero las gotas de agua frente a él delataban su reciente apertura.

—El policía dijo que no nos moviéramos de aquí —intentó disuadirlo Orfeo, que estaba fuertemente sujeto del brazo por su aterrada madre, que sabía que los enemigos estaban más cerca que nunca.

Ignorando todas las advertencias, Perseo salió a la terraza y recorrió los alrededores de la casa bajo la inclemente tormenta. Bernarda quiso seguirlo, pero fue detenida por Helena, que también estaba muy asustada.

Anduvo unos cuantos metros cuando vio las siluetas cerca de la piscina. Su tío Alfonso abrazaba a una mujer vestida de blanco.

—¡Tío, tienes que regresar a la casa!

El hombre se apartó de la mujer para mirar al muchacho.

—No puedo... Allí está Josefina, ella no puede ver a Diana.

Sus ojos refulgían con aspecto demencial y desesperado, aunque eso no fue lo que preocupó a Perseo, sino que su tío llamara así a Casandra, cuya mirada era aterradoramente similar a la del hombre.

—¿Quién es Diana, tío? Esta es Casandra —aclaró—. La tía Adela está muy preocupada por ti ¿Dónde mierda estabas? ¿Qué le pasó a Apolo?

Perseo sacudió con fuerza a su prima, buscando hacerla reaccionar. No esperó que su tío interfiriera y lo empujara con tanta fuerza que lo hizo caer de espaldas sobre el pasto.

—¡Esta vez no pondrás tus manos sobre Diana, Antonio! ¡No voy a permitir que vuelvan a quitármela!

Atónito, el joven vio como su tío cogió del brazo a Casandra, arrastrándola contra su voluntad, mientras ella lo llamaba mentiroso una y otra vez. Se levantó para detenerlo cuando vio a la joven alzar el brazo y sacudirse al hombre, que dio un grito al momento que el objeto brillante que ella portaba le cortó el costado.

Sólo entonces se percataron del cuchillo.

Ella retrocedió con el arma en alto. Parecía dispuesta a usarla en quien se atreviera a acercársele. Perseo revisó la herida de su tío. Era un corte superficial cerca de las costillas, nada grave.

—Diana... —siguió llamándola, con sus lágrimas fundiéndose entre la lluvia.

La herida que lo aquejaba no se comparaba con la fisura que destrozó su corazón y que volvía a abrirse con más fuerza que nunca.

—¡Casandra, suelta ese cuchillo! —ordenó Perseo, parándose firmemente frente a ella.

La joven retrocedió unos metros sólo para salir corriendo en dirección a la casa, con claras intenciones de querer usar ese cuchillo en alguno de sus ocupantes. Eso es lo que pensó Perseo y que quiso evitar abalanzándose sobre ella, buscando arrebatarle el cuchillo mientras forcejeaban en el suelo.

No escatimó en fuerzas para someterla y ella tampoco se lo hizo fácil, pataleando y lanzando golpes.

—¡Déjala, Antonio!

—¡Soy Perseo, tío! ¡Y esta es Casandra!

Logró quitarle el cuchillo, que lanzó a un costado. Entonces, viéndose perdida, la palabra que repetía como un mantra furioso se transformó en aquella que le brindaba más consuelo que ninguna, aquella que tenía las respuestas que buscaba.

—¡Apolo! ¡Apolo! —gritó con desesperación.

Su grito trajo de vuelta a Alfonso al presente con un golpe de realidad que le hizo flaquear las piernas, botándolo al suelo. También hizo dar un respingo a todos los que se hallaban en la sala y pudieron oírlo. Adela salió corriendo a su encuentro.

—¡Cállate! —ordenó Perseo.

Ella se atrevía a llamar a su primo, que estaba seguro había muerto por su culpa. Iracundo, Perseo levantó la mano para abofetearla y silenciar esos gritos vehementes, mas el miedo que vio en los ojos de la joven le impidió finalizar el movimiento.

—¡Casy! ¡Mi Casy, por Dios, estás a salvo! —Adela llegó corriendo, con el resto de la familia tras ella.

En cuanto Perseo se le quitó de encima, Casandra retrocedió, impidiendo que Adela se le acercara.

—¡No!...¡No te acerques... mentirosa! —lloró, viendo a Adela llorar también.

La mujer sólo deseaba estrecharla contra su pecho, con el alivio de recuperarla después de creerla perdida.

—Casy, cariño. Todo estará bien, no tengas miedo.

—¡Mentirosa, mentirosa!... Mentirosa.




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