Los sueños de Casandra

XXX Agujero de gusano

—Sí, hay un ático que usaba el señor Domínguez para guardar los archivos de la empresa, pero eso fue hace décadas y la entrada fue clausurada —contó Agustina cuando Orfeo y Diego fueron a preguntarle.

La entrada a dicho lugar de la casa estaba en la habitación de Ismael Domínguez, que según la mujer, había sido cerrada desde la muerte del patriarca de la familia.

Tras dar por fin con la llave, ingresaron a la habitación. Olía a encierro y al polvo que se acumulaba sobre las mantas que cubrían los muebles.

Orfeo y Agustina permanecieron en el umbral, viendo atentamente al policía analizando la habitación. Iluminando con su teléfono, lo primero que llamó su atención fue que la gruesa capa de polvo que se acumulaba sobre la mayoría de cosas en el lugar, no estaba en el piso. Al menos no como debería. Alguien transitaba habitualmente por allí.

—¿Quién más tiene la llave de la habitación?

—Además de la mía, el señor Domínguez tenía una. Debería estar entre sus cosas.

No importaba. Había gotas de agua bajo la ventana. Con una puerta cerrada, siempre servía una ventana. Ésta daba a un amplio balcón hacia la parte trasera de la hacienda. A un costado, las salientes de la estructura del muro servirían fácilmente como una escalera.

Revisó cuidadosamente el balcón. El techo sobre éste impedía que la lluvia lo mojara, salvo en el borde. Aquello permitió que una pequeña gota de sangre permaneciera inmaculada, mostrándole que iba en la dirección correcta. Por allí alguien salió, llevándose a Vicente consigo. Difícilmente el hombre podría haber bajado los dos pisos por su cuenta, afirmándose de los ladrillos humedecidos por la lluvia con una sola mano.

Entrando de nuevo al dormitorio inspeccionó el cielo. No parecía haber acceso alguno hacia un nivel superior.

—Creo que estaba al fondo de la habitación, cerca del librero —observó la mujer, intentando rememorar sus recuerdos de la juventud.

Junto al librero había un armario, cuya parte superior estaba pegada al cielo de madera. El resto no presentaba discontinuidades. Una loca idea cruzó su mente y se intensificó al notar que el mueble estaba cerrado con llave.

—Él guardaba las llaves del armario en el velador —informó la mujer justo cuando se oyó el golpe con que Diego las volvió innecesarias.

La vieja madera de las puertas no ofreció mucha resistencia. Al correr las ropas colgadas, una escalera atravesada apareció frente a sus ojos. Sobre ella, la oscura apertura hacia las profundidades de los sueños de Casandra. Eso pensó mientras subía.

El ático resultó ser mucho más amplio de lo que esperaba. Fácilmente pudo andar erguido. La luz de su teléfono le permitió vislumbrar que parecía extenderse por todo el terreno de la casa, casi como si fuera un piso extra. Y lo que encontró en la zona sobre la habitación en la que estaba, lo dejó atónito.

Orfeo también subió cuando Diego lo llamó. Su expresión estupefacta fue similar a la del policía. 

Había una improvisada cama allí, junto a otros muebles que conformaban un dormitorio: velador, lámpara, una mesita con libros y otros artículos, incluso un pequeño frigobar. Los productos que contenía tenían fechas de elaboración reciente.

—Alguien... Ha estado viviendo aquí —supuso el joven, iluminando también con su teléfono.

—Tú conoces esta casa ¿Puedes decirme hacia dónde está la habitación en que estaba tu papá?

Orfeo comenzó a imaginar la disposición de las habitaciones y a avanzar por el ático siguiendo el plano trazado en su cabeza. No era difícil para él, su mente artística solía hacer aquello, descomponer los objetos en sus partes fundamentales para desentrañar los secretos de su ensamblaje. Se detuvo en una zona donde no parecía haber nada en particular, excepto un banco. Y un monitor, que estaba apagado por la ausencia de electricidad.

—Aquí hay algo.

Orfeo se agachó junto a lo que era una escotilla, con escalera plegable. La ausencia de polvo alrededor revelaba su uso constante. Diego no tardó en empujarla, observando desde las alturas el oscuro pasillo por el que minutos antes había andado buscando restos de sangre.

La ruta de escape estaba clara. Así se las había arreglado para que nadie lo viera. No tardó en suponer que aquel monitor recibiera la señal de cámaras de vigilancia, que le permitieran decidir el momento justo para deambular por la casa como si fuera una sombra.

Junto a Orfeo buscaron más escotillas. Hallaron una más, que llevaba a un despacho. Bajaron hacia él sólo para encontrarse con una habitación cerrada con llave y cuyo interior lleno de polvo sólo mostró que era usado como lugar de tránsito. De mucho tránsito, supuso Diego viendo el limpio camino que iba desde la puerta hasta la escotilla, sin desviarse a ningún otro sitio.

¿Podía la familia Domínguez ignorar la presencia del habitante del revés del techo?

De regreso al ático revisaron las pertenencias cerca de la cama y sobre un escritorio tras ella. Diego encontró lo que parecía ser el archivo de una investigación y hoja tras hoja, la oscura verdad del clan Domínguez comenzó a develarse frente a sus ojos.

—Diego ¿Qué encontraste? —preguntó Orfeo, cuya expresión se vio profundamente asustada a la tenue luz de las linternas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.