Los sueños de Casandra

Epílogo

El llanto de un bebé le llegó a lo lejos, sacándola de su sopor. Estaba recostada en una enorme cama en medio de una blanca habitación. Una ventana dejaba entrar la luz de la mañana y por ella vio el mar, a la distancia. El ruido de las olas la serenó. Tenía la sensación de haber tenido un sueño muy largo y sus mejillas estaban húmedas.

No recordaba cómo había llegado a una casa junto al mar, si ella estaba en la fuente y Apolo estaba herido. Debía encontrarlo cuanto antes.

Recorrió los pasillos y llegó a la habitación de la que provenía el llanto del bebé. Había uno en la cuna. Un niño de cabello claro, que miraba unos patos que colgaban del techo y giraban; lloraba por no poder alcanzarlos. Casandra lo miró confundida, pero no tanto como cuando vio su reflejo en un espejo, tenía el cabello más largo, demasiado. ¿Cuándo había crecido? ¿Cuánto tiempo había dormido?

—El niño está llorando ¿No lo escuchas? —El hombre entró en la habitación y cargó al bebé, meciéndolo.

El llanto cesó al instante.

—Diego... ¿Qué está pasando?... ¿Dónde estoy? ¿Dónde está Apolo?

Ella había soñado nuevamente.

No esperó una respuesta. Le bastó la mirada llena de resignación de Diego. Salió corriendo y se encerró en el baño de la habitación, asustada.

—Cas, abre —. Diego golpeó la puerta suavemente, como tantas otras veces.

—¡No me llames Cas, sólo Apolo puede decirme así! ¿Dónde está? No voy a salir hasta que él venga.

Cada vez que soñaba con aquella noche, ella parecía perderse en el tiempo y olvidar todo lo ocurrido luego del incidente.

—Casandra. Han pasado dos años desde lo ocurrido. Tú y yo nos casamos, el niño en esa habitación es nuestro hijo y Apolo... él murió aquella noche.

—¡Mentira, eso es una mentira! ¡Nada de esto es real! ¡Es un sueño! ¡Un sueño! —se aferró los largos cabellos, desesperada.

Ella jamás se casaría ni tendría un hijo con alguien que no fuera Apolo y él no moriría sin despedirse. Y mucho menos ella usaría el cabello tan largo cuando lo detestaba. Era un sueño, una pesadilla y debía despertar cuanto antes.

Sin dudar, se dio un potente cabezazo contra la pared. Se mareó y empezó a ver doble, pero no fue suficiente. Un segundo golpe la hizo caer y todo se volvió oscuro hasta que las puertas aparecieron frente a ella. Debía escoger muy bien cuál usar, no quería volver a ese lugar donde Apolo no estaba. Corrió por entre ellas, sin tener idea de cuál usar, pero sabiendo que debía darse prisa. Escogió la que había a su derecha y apareció frente al lago.

Miraba hacia arriba, haciéndose una visera con la mano, a fin de que el sol no le impidiera perderse ningún detalle de la ruidosa bandada de patos que surcaba el cielo. Cada uno en perfecta sincronía con el resto, en el espacio correcto, a la velocidad indicada, como si fuesen uno solo.

Olvidó que soñaba o más bien ni siquiera pensó eso. Era el sueño de los patos, del que conservaba el sonido y la imagen de ellos en el cielo.

—Vuelan hacia el sur —dijo un joven a su espalda.

Ella volteó para verle por unos segundos y regresó su vista hacia el cielo.

Era Diego, pero le pareció que era la primera vez que lo veía.

—Lo sé. Sólo me preguntaba ¿cómo saben dónde está el sur?

Se había equivocado de puerta y regresó al inicio.

Un golpe en la cabeza. Un segundo golpe y las puertas.

Esta vez avanzó más que la anterior, aunque para ella fuera la primera. No sabía si al hacerlo también lograría acceso a momentos más antiguos, pero debía intentarlo.

La nueva puerta la llevó a otra habitación y a otra cama. Éstas las conocía muy bien, eran de la casa del lago. Se levantó con emoción sabiendo que Apolo debía estar allí.

Lo vio en el sillón, bebiendo una cerveza y mirando la televisión. Parecía aburrido y cambiaba de canal en canal. Sin estar muy segura del motivo, a Casandra se le llenaron los ojos de lágrimas y fue a su encuentro, brincándole encima. La cerveza voló por los aires y a Apolo no pudo importarle menos, la muchacha le repartía con devoción besos por toda la cara, como nunca había hecho.

—Cas ¿Qué te ocurre? —le preguntó, sosteniéndole el rostro bañado en lágrimas.

—Tuve una pesadilla... ¡Dime que ya estoy despierta por favor! —suplicó angustiosamente.

—Claro que estás despierta. Estamos en nuestras vacaciones en el lago. Estabas cansada y te fuiste a dormir. No quise despertarte y me quedé viendo la tele, pero es muy aburrida, prefiero mirarte a ti —le limpió las lágrimas y la besó.

Ella respondió con ímpetu. Otra novedad. Algo pasaba con ella. Estaba tan... despierta.

—Te amo Apolo —susurró sobre los labios del joven, cuyos ojos se humedecieron—. No dejes que se me olvide nunca y si me duermo y lo olvido, tienes que recordármelo, prométemelo.

Apolo volvió a besarla. Sentía que era él quien soñaba.

—Por supuesto que te lo recordaré, acosarte siempre ha sido mi especialidad y tengo la certeza de que, aunque me olvidaras, volverías a enamorarte de mí en cada ocasión —aseguró él, sonriente.




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