Los sueños del cerezo (noviembre)

Capítulo 03

Capítulo tres: cuando la muerte toca los bordes de tu sueños, o los invade.

Ise🌨️

Me revuelvo en la cama y puedo sentir las gotas de agua caminando por todo mi cuerpo, suelto un quejido por esa sensación tan molesta y conocida. Dedos tocan mis muñecas, las envuelven y me alzan para después dejarme caer con fuerza, como si mi cuerpo pesara demasiado. Quiero retorcerme para que me suelten, pero todo es en vano y sería peor si siquiera lo intento. Todo se repite, por demasiado tiempo, hasta que logro conectar los puntos, es agua dónde me empujan y, tal vez, pueda ahogarme si me sueltan.

No tiene importancia.

Conozco esta sensación, ya la he vivido antes, hace mucho, cuando era un pequeño niño. Cada parte de mi cuerpo lo recuerda. De chico sollozaba mucho, era tan sensible que a todos siempre les resultó molesto, pero no puedo culparlos, ¿cómo lo haría?

Siempre me ha hecho falta algo, ya sea material, físico o incluso psicólogico. La cosa es que no importa qué sea, pero a mí, siempre me hace falta, incluso algo tan sencillo y natural como las lágrimas. Seguramente yo no pertenezco a este mundo, aunque este encadenado a el.

Por favor, por favor... que alguien me salve.

Estoy cayendo... cada vez más y más y más bajo.

No podré salir al sol.

Dejo de rogar, porque quién sería el ingenuo que extendería sus manos para tomar las mías, eso es sencillo, nadie. Nadie lo hará, porque nadie las toca. Y yo estaré por siempre aquí, atrapado en estos limbos que no son muy diferentes a estar despierto.

El proceso sigue hasta que mis muñecas duelen al igual que mis pulmones y el miedo que le sigue a la desesperación atrapa mis sueños, los que no me pertenecen. Manos pequeñas tocan mis párpados, con una delicadeza que amenaza con hacer estallar esta presión en mi garganta. Cuando los suaves dedos se separan, abro mis ojos y me encuentro de nuevo en este panorama blanco y estéril que tanto desazón me produce, en el fondo de mi mente.

—¿Cuando vas a dejar de venir? —pregunta la vocecita dulce.

—No lo sé —respondo abrazando mis piernas, no me molesto en levantarme, no tiene ningún caso hacerlo—, digo, no es como si lo hiciera a propósito.

—Entiendo —responde y seguido suspira—. Este lugar no es de tu agrado, ¿cierto?

—No lo sé.

—¿Sabes? —pregunta y se echa a reír—. No va a pasar nada si dices que sí. Aquí nunca pasa nada, todo el tiempo que estés en este lugar no tiene que ver con el exterior —como se queda en silencio pienso que ya había terminado, pero vuelve a la carga—. Puedes ser tu mismo.

Presiono mis manos y me muevo hasta estar en posición fetal.

—Tampoco sé como hacer eso.

La escucho suspirar y cuando creo que va a decir algo más es solo silencio lo que se escucha, mis oídos resuenan a causa de la soledad en este lugar. Dejo atrás mi posición y me levanto lentamente. Atraído por algo. De la nada el viento comienza a circular y nieve empieza a caer desde arriba así que levanto mi cabeza, no se sí esto tiene algún sentido, pero arriba y a lo lejos entre la neblina se ven las ramas de un árbol. Sus hojas blancas es lo que cae debido a lo fuerte que debe ser el viento allá arriba, estiro mi mano para tocarlas, pero ninguna cae en ella y parecen huir de mí.

Bajo la cabeza y dejo caer mi mano. Lo sabía, nada es diferente aquí. Miro a los lados cuando un escalofríos me sube por la espalda y sé que no es el agua, estoy lo suficientemente dormido para no sentirla. Todo este lugar blanco se va volviendo gris, empezando como bordes y deteniéndose a mi alrededor.

¿Qué es lo peor que puede pasarme?

Una figura alta aparece entre la niebla y afianza ese color que se detiene solo a mi alrededor como si temiera tocarme, tal vez, hacerme daño. Su andar es cansado y al detenerse al frente de mí sus ojos me observan con una atención pensativa. Tiene los bordes de los ojos oscuros y la fatiga que es notable en su respirar me deja confuso, porque, su alma no parece enferma, aunque, tampoco parece particularmente saludable. Entonces, cuando el tenue viento que mueve sus cabellos de un gris tan espeso y nítido, es que sospecho quién es. Tal vez... nunca en mi vida pensé encontrarme con este ser y mucho menos que fuera alguien tan... apagado.

Se echa los mechones, que le molestan el rostro, hacía atrás, uniendolos con el resto de su cabello que cae hasta encima de sus hombros. Lo observo, con los ojos bien abiertos, era él, todo este tiempo ha sido él... la muerte, quién ha visitado mis sueños malditos.

—¿Voy a morir? —me escucho preguntar de la nada, con mi usual tono plano.

Unos instantes después, sonríe, una infima sonrisas de labios cerrados. Luego guarda una de sus manos en el bolsillo de su pantalón blanco. El movimiento lo capto lento y cuando se mueve a un lado para mirar hacia arriba, dónde a lo lejos está el árbol, soy casi incapaz de ver el momento en que lo hace.

—¿Quieres hacerlo? —pregunta dándome una corta mirada y concentrándose de nuevo en el árbol frunce el ceño.

Pienso un poco en su pregunta y no llego a una repuesta clara. No querer morir, significa, que quieres vivir, ¿cierto? Pero no creo que yo cumpla con esa función, pero aún así... aún así, estoy seguro de una cosa, no quiero morir... aún no.




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