Julieta y Marco se impusieron cita para las tardes a partir del siguiente día. Durante la escuela Julieta se mantenía cómoda en esa oscuridad solitaria donde podía gozar de ser ella sin que nadie la turbara. Los maestros sin embargo, compartían la oscuridad de Julieta al mirarla o tratar con ella y lograban notar que ése mundo estaba diseñado solo para ella, se sentían incómodos, no tenían idea cómo hablarle. Marco sentía desgano de pensar que tendría una cita de estudio con esa persona aislada y difícil, pero al tiempo sabía que su deber cristiano era tener misericordia y mostrarle amor.
A la salida, así lo hizo. Obligó a sus amigos a darle compañía en el inicio de su gran viaje de descubrimiento personal. Y al presentarlos a Julieta obtuvieron un silencio sepulcral con una mirada de “qué hay” nada más.
— Niña, relájese que ya no estamos bravos con usted. — le aclaró Marcela.
—Gracias… mujer adulta. — finalmente Julieta rompió el silencio. — por cierto, tengo que ir a estar a solas con él… en un cuarto… toda la tarde. — le guiñó el ojo.
—La felicito… — chasqueó los dientes Marcela mientras miraba de reojo a Marco. — Que le vaya bien con eso.
—A mí siempre me va bien con eso cariño.
—Me lo puedo imaginar. — sonrió triunfante Marcela, hasta que Julieta agregó…
—Estoy segura que eso hará… toda la tarde… imaginará mucho…
Marcela se puso roja en toda la cara y Marco le pidió cordura con las manos. Fabio solo sonreía ante la escena en la que Julieta había puesto la vieja noticia del amor de Marcela hacia Marco en plena evidencia.
—Se iban a llamar los “M&M´s” — le susurró Fabio a Marco que solo acató en sonreír.
—Buen nombre. — comentó Marco de forma cómica.
—Lo sé… la chica tiene imaginación. — le dio palmadas en la espalda. — nos vemos, voy a invitarla alguna cosa para que se calme.
—Fresco… que le vaya bien. — se despidió Marco.
—Gracias hombre. — Fabio le tomó el brazo a Marcela y la dirigió a la salida.
Marco pudo ver su intento por incluir a Julieta irse para un lado y a su nueva padawan irse para el otro en una escena que prefiguraba su relación con la chica desde ya. Suspiró, le pidió fuerzas a Dios y caminó con Julieta.
—¿Vamos a su casa? — preguntó mientras la alcanzaba.
—¿Quiere almuerzo gratis? Más bien vamos a su casa y me convida usted de la canasta familiar de sus papás. — ella seguía sin mirarlo.
—Hágale pues, para nosotros no es problema aunque nos faltara.
—Si… por ahí me contaron que son muy religiosos en su casa.
—No somos religiosos, solo vivimos en agradecimiento con el que nos ha dado todo.
—Aja… — le regaló una mueca de desdén mientras se ponía los audífonos y se tiraba un chicle a la boca.
—Entiendo, no quiere hablar más... — volvió a suspirar y miró el camino que se le haría largo como ninguno.
Al llegar a casa, la chica sacó su maletín que olía a todo tipo de comida que lo había habitado alguna vez junto al característico olor de la madera de lápices, goma de borrar y cuadernos. Del interior de su bolsa tan “ella”, se levantó el libro que recién le habían entregado, adornado con dibujos a marcador y lleno de estampas que lo hacían lucir también como ella.
—Veo que ya te familiarizaste con el libro. — comentó el buen Marco.
—No mi amigo, el libro necesitaba familiarizarse conmigo — se sentó en la mesa colocando el libro de un zarpazo. — que es muy diferente.
—Ya. — nuevo suspiro de Marco. — primero hay que comer.
—Vale. ¿Y la familia?
—Hoy es el día en que mis padres salen a solas y mis hermanos están en la Universidad.
—Primero: ¿Sus papás programan citas románticas en la agenda familiar? y segundo: ¿Me trajo a su casa cuando sabía que estaríamos a solas? Eso no parece muy “cristiano”.
—¡No! Eso no es lo que ocurre, simplemente los otros días me queda difícil.
—Adivino: actividad extracurricular para ser todavía más “ejemplar”. — se levantó a curiosear los adornos. — debe ser asfixiante ser usted.